Nuestro pan de cada día:
racismo y discriminación

Xun Betan

En México una gran parte de población es indígena, aunque lamentablemente muchos no se reconocen a sí mismo como tal, porque el sistema político en el que vivimos los ha excluido y marginado en todas sus formas. Pero la diversidad del país es mucho más amplia porque lo integran también los pueblos afrodescendientes y otros pueblos y grupos sociales que también son marginados y excluidos dentro de este modelo de vida implantado. Así, en este sistema comercial capitalista que genera modelos y estereotipos de vida y de personas, los que no cumplimos esos cánones sociales y de belleza terminamos siendo excluidos, rechazados o tratados como delincuentes hasta en nuestras propias casas.

Recordemos cómo hace dos años, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas fue agredida moralmente la doctora Rosa Liberta Xiap, al ser sacada de una pastelería francesa en pleno centro histórico de San Cristóbal de Las Casas, por ser confundida con una vendedora ambulante. Por desgracia, actos de este tipo son de los más comunes en esta ciudad turística y mágica donde se margina y discrimina a la población indígena. Mediante la denuncia de aquel hecho que sufrieron Rosa y su compañera Montserrat, se evidenció lo que por muchos años se callaba de este tipo de violencia que afecta, sobre todo, a las mujeres indígenas, afros y campesinas.

Recordemos también que hace tres años fue discriminada la vicecónsul de Guatemala en Tuxtla Gutiérrez al prohibirle el acceso a un bar de aquella ciudad, por el simple hecho de portar su traje tradicional. De igual manera le sucedió a una compañera de San Andrés Larráinzar que, en su propia escuela, una profesora le exigió que dejara de utilizar el traje de su pueblo. Paradójicamente es una escuela de Derecho y por miedo a ser expulsada se ha quedado callada. Sucede lo mismo con las constantes revisiones que nos hacen los agentes de migración, que muchas veces por nuestro color y nuestros rasgos físicos nos detienen y nos someten a interrogatorios. Más aun, algunas veces nos tratan con mucha violencia.

El más reciente y lamentable hecho de discriminación es lo que le sucedió a una de las figuras de la poesía indígena de Chiapas, la escritora y autora de varios libros Enriqueta Lúnez, y no es el hecho de que sea una gran escritora, sino que sea violentada en sus derechos como mujer, como indígena y como persona al momento de ser detenida por un agente de la Policía Federal por llevar puesta su traje regional, y seguramente por ser indígena. Eso es un ejemplo de la constante discriminación y racismo que sufrimos los pueblos originarios y afros. Como son tan comunes, cada vez se va naturalizando. Pero el sentido de que se estén denunciando estos actos, es porque ya estamos cansados de este sistema y modelo de sociedad tan desigualitaria, donde cada vez más los pueblos sufrimos las consecuencias del sistema político y la descomposición social que han generado.

Junto a los ejemplos anteriores, hay miles de ellos para reflexionar. Hago mención especial de otros: hace unos días, al ingresar a una sucursal de Banamex en el centro histórico de San Cristóbal de Las Casas, había en el banco una gran fila de indígenas que venían a solicitar los servicios de esta institución. La fila salía del banco y llegaba hasta la esquina contigua. Los guardias de seguridad, con coraje y de manera grosera jalaban los pequeños morrales de los campesinos que ahí se encontraban para revisarlos antes de que ellos ingresaron al banco, pero por otro lado, la gente blanca y que no tenía esos rasgos indígenas entraban y salían del banco cargados con grandes bultos de mochilas y bolsas de usanza occidental sin ningún problema.

Así, el color de la piel, los trajes, los rasgos físicos, la pobreza y las otras cosas que solo las minorías “padecemos” y vivimos, parecen ser acto de olvido, abandono, de sombra, de miedo, de ser basura en el trato. Eso se puede ver también con los tantos desplazados que hay en Chiapas, las masacres, las desapariciones forzadas, las amenazas, las muertes por homofobia, de migrantes, de mujeres, de campesinos, de estudiantes, de jóvenes; y los principales delincuentes y causantes de todo esto ocupan puestos políticos.

Todo lo anterior evidencia el autoritarismo de los gobiernos como claramente se vive en México, donde la corrupción de los políticos, del propio presidente y de los gobernadores van apareciendo día a día ante la sociedad. Basta con recordar ahora la elección de Arely Gómez, Eduardo Medina Mora, Virgilio Andrade, entre otros, que son puestos por la dictadura político-televisiva en la que vivimos. Esto también refleja la discriminación, no solo hacia la población indígena o a las otras minorías, si no a la voz ciudadana, justo lo que está ocurriendo con el ataque y censura al programa de Carmen Aristegui.

Finalmente, creo que como pueblos originarios ya es momento de abrir los ojos y la boca para denunciar cualquier tipo de violencia, de trato, de exclusión. Ya estamos hartos de la manipulación mediática de las campañas políticas, de que nos vean como mendigos o ignorantes. Ya nos cansamos de ser solo un objeto del folclor exótico para el turismo; queremos dignidad, seguir cantando en nuestra lengua, seguir caminando en nuestra milpa, seguir soñando con nuestros ancestros, seguir siendo nosotros, seguir escribiendo nuestra propia historia y cultivando Alegrías ta kuxlejal

Alegrías ta kuxlejal

Sk’eoj ja’mal mut mi lengua
Mi cuerpo pasbil ta ch’ul ixim
Jkuxlejaltike ja’ sa’el esperanzas
Nuestros sueños ta sts’unel nichimaltik.

K’ejinanik kerem, k’ejinan tsebetik
jK’ejintatik la libertad y la justicia
ak’otajukutik por la dignidad
jvayuchintik igualdad xchi’uk alegría.

Lek lek sba, alak’ sba nuestra sonrisa
Nuestro caminar, ak’o nojuk ta lekilal
xnichimal ko’ontontik
Tsako jk’obe, jyom jbatik ta unidad
Jkotoltik jsa’tik alegrías ta kuxlejal.
X.B.

Uarhukua, o juego de pelota p’urépecha, Michoacán. Foto: Francisco Palma