Opinión
Ver día anteriorMiércoles 29 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Caballo negro?
A

las de junio este 2015 se las muestra como si nunca hubiera habido elecciones en este país y de ellas cupiera esperar el gran salto cualitativo a la democracia. Tenemos 36 años –y sólo partiendo de la reforma política de 1977– viendo el mismo espectáculo y comprobando, cada tres y seis años, no sólo su inutilidad respecto a la democracia, sino sus onerosos resultados en términos de gobierno.

El INE mismo, en alguno de sus espots, identifica elecciones con democracia. Esto sería cierto si las elecciones fuesen limpias y equitativas. Nunca lo han sido.

En el cuadrilátero se trenzan en críticas los partidos –el PAN y el PRI, sobre todo. Por sistema omiten su presente plagado de venalidades, traiciones, corrupción, atropello a los derechos humanos, crecimiento de la pobreza y despojo de la propiedad nacional y de comunidades frágiles. La omisión incluye su pasado, donde han sido aliados contra los intereses fundamentales del pueblo.

En Nuevo León hay otros surtidores de crítica hacia el bipartidismo reinante: los candidatos de izquierda y entre ellos, por sus coincidencias, la del ex gobernador y ex secretario de Energía Fernando Elizondo Barragán, uno de los cuadros que abandonó al PAN y ahora es candidato del partido Movimiento Ciudadano.

Pero no hay crítica más incisiva para la parte oficial del duopolio que la del ex priísta Jaime El Bronco Rodríguez Calderón, en la que se cumple un fenómeno de atracción popular que antes hemos visto en Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Francisco Barrio, Manuel Clouthier y Vicente Fox.

Como para insinuar que se trata de caballo negro, el logotipo de la campaña de Rodríguez Calderón es la cabeza de un cuaco. Sus primeras apariciones las hizo a lomos de alguno de sus caballos. De charros y otros jinetes nos ha tupido el cine y la televisión mexicanos. En algo habrán contribuido a su figura mediática. Pero no deja de ser paradójico para una ciudad industrial y metropolitana.

Pronto apareció en escenarios insólitos para un priísta y al cabo para cualquier candidato: al lado de quienes fustigan las medidas de seguridad del gobierno y propugnan –con justeza– una nueva Constitución. Nada menos que sumando su voz a la del padre Alejandro Solalinde y el obispo Raúl Vera. O bien en alguna cantina. En su lenguaje, teñido de palabras que hoy todavía censuran ciertos medios de Monterrey, y de un evidente machismo, no faltan las referencias a los testículos como sinónimo de valor.

Esas referencias no se difunden ni se valoran aisladas: su casa fue acribillada, una hija suya desapareció y reapareció en este episodio, su joven hijo fue asesinado en condiciones aún oscuras; la misma suerte corrieron su secretario de Seguridad Pública, el general Juan Arturo Esparza García y cuatro de sus escoltas. Él mismo escapó con vida luego de dos ataques a manos presumiblemente de los zetas, cuando era presidente municipal de García, un municipio metropolinizado. A mí me quieren matar porque yo no me hago pendejo, le dijo a nuestra colega Sanjuana Martínez. Se ha salvado por la voluntad de Dios, asegura, camioneta blindada de por medio, a la que quiere más que a su esposa (vieja, le dice).

Con otra parafernalia, Rodríguez Calderón fraterniza con el panista Mauricio Fernández Garza, el probable alcalde por tercera ocasión de San Pedro Garza García. Su pragmatismo es inexpugnable. Quiero imaginarlos hablando sobre política en una charla. Al fin y al cabo son hombres para resolver, sea como sea, la crisis de seguridad en que el PAN y el PRI han sumido al país. Siempre estarán prestos a batirse con las mafias aceptadas, como las del transporte, o rechazadas como las del narco; a desarrollar tareas municipales, como tapar baches, efectuar obras de beneficencia o construir una o varias prepas: lo hizo Rodríguez Calderón durante su gestión en García. Su interpretación de la seguridad es acertada: se construye con ingreso y educación. Pero el mismo viejo PRI está en su corazón y en su piel. Alfonso Martínez Domínguez es la figura política que más admira y en ella –inevitable– al espectro del autoritarismo populista y la arbitrariedad del poder.

El pragmatismo jamás ha resuelto ni resolverá los problemas de fondo: la corrupción donde desemboca el modelo económico que concentra la riqueza en el famoso unoporciento y engrosa la pobreza; la pérdida creciente de autonomía frente al ejecutivismo despótico que nos rige; el narcotráfico en expansión; la agonía del estado de derecho; el saqueo por parte del capital extranjero y nativo.

La campaña de Rodríguez Calderón asciende en popularidad y no sin giros imaginativos. Hay unas casas llamadas broncas donde se expende la propaganda de su candidatura. Y atendiendo a una gran demanda, según se dice. De aquí su lema de campaña (La raza paga, la raza manda) y parte de la justificación sobre sus gastos electorales, que le permiten competir ventajosamente en algunas zonas con la feroz propaganda de PAN y PRI.

Ese conjunto de elementos, sumados a la autonomía y desparpajo con que el candidato independiente se mueve, acaso puedan convertirlo –si la compra de votos no excede ciertos límites– en el caballo negro de las próximas elecciones en Nuevo León. Y también si continúa teniendo como su aliado más efectivo al escándalo motivado por las maniobras viscosas que la familia del gobernador Medina ha realizado y realiza, sin que este funcionario detenga en seco, por mínima moralidad pública, la sospecha legítima de que él está involucrado en ellas.