Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de abril de 2015 Num: 1050

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El doble según
Edmundo Valadés

Luis Guillermo Ibarra

Las sagas islandesas: la
segunda piel de Islandia

Ánxela Romero-Astvaldsson

Juan Antonio Masoliver,
un heterodoxo contemporáneo

José María Espinasa

El neoliberalismo
como antihumanismo

Renzo D´Alessandro entrevista
con Raúl Vera

La Venecia de hoy
Iván Bojar

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Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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El Califato islámico: la idea y el territorio

¿Primeras derrotas?

A principios de abril, el ejército iraquí, ayudado por Estados Unidos, retomó la ciudad de Tikrit. Fue la primera derrota importante del Estado Islámico (EIIS o ISIS por sus siglas en inglés o Daesh) en Iraq y Siria.  Al mismo tiempo, asesores iraníes, jordanos y europeos están planeando, con tropas y milicias shiítas, una gran batalla para retomar la provincia de Ambar. Esta será una guerra larga y extremadamente costosa. Probablemente estas “coaliciones” logren destruir al Califato, sin embargo, lo realmente preocupante es ¿cómo derrotar una idea semejante?

El común denominador

Comencemos por afirmar que ninguna religión organizada puede llamarse “un credo de paz”. Toda religión, al promover y tratar de imponer fantasías, prodigios imposibles, milagros, ilusiones y delirios mágicos, requiere de elementos de presión, extorsión, intimidación y violencia. Unos cuantos se creerán los cuentos de dioses voladores y ángeles cachetones, pero a muchos más habrá que convencerlos con rituales y palacios suntuosos, así como con el poderío económico deslumbrante de las instituciones religiosas. Los demás tendrán que ser convencidos a sangre y fuego. Miles de años de torturas ejemplares, sacrificios espeluznantes y guerras santas lo demuestran. Las tres grandes religiones monoteístas no son, ni remotamente, la excepción. Por el contrario, comparten una larga historia de abusos, crímenes ingeniosos, ejecuciones y genocidios con el único fin de intimidar a sus seguidores, exterminar a los infieles y aterrorizar a los dudosos.

Los verdugos piadosos

De una manera perversa y retorcida, la aparición del Daesh ha venido a sacudir las certezas y a cambiar las preguntas acerca del fundamentalismo islámico o de lo que llamamos el islam político. La creación del Califato ha puesto una zancadilla brutal a grupos como Al Qaeda pues lo pone en evidencia por no ser “suficientemente islámicos”; ha dejado sin argumentos a los apologistas de la militancia religiosa violenta y ha impuesto un nuevo discurso. Lo primero que debemos considerar es que ISIS no predica una forma enloquecida y divergente del islam, ni ha improvisado un siniestro culto apocalíptico de la muerte, sino que su credo sigue rigurosa y fielmente los más antiguos dogmas de la religión, así como sus normas bélicas. Así las cosas, se equivocan quienes quieren descalificarlos por supuestamente pervertir el islam, como afirmó Graeme Wood en su polémico artículo en The Atlantic. Ahora bien, la única ventaja moral que tienen los seguidores de otras religiones al condenar las atrocidades que comete ISIS diaria y regularmente es que sus propias instituciones sagradas han suspendido (hace  pocos siglos) el uso de la tortura, el asesinato, el genocidio y la defensa de la esclavitud que ahora presume ISIS.

La batalla por la eternidad

El Daesh se distingue de cualquier otro grupo islámico, como la Hermandad musulmana o Al Qaeda, en que tratan de restaurar el Califato y así prepararse para el final de los tiempos. ISIS no es ni ha sido un grupo subterráneo inspirado en los movimientos de izquierda revolucionaria. A diferencia de sus predecesores, el Daesh necesita del territorio para reafirmar su credibilidad. No les interesa ocultar o disimular sus crímenes contra la humanidad (decapitaciones, violaciones masivas de infieles, amputaciones, lanzamiento de homosexuales al vacío y crucifixiones) ni justificarlos, ya que se trata de castigos inspirados en las divinas escrituras. Cuando su portavoz, Abu Muhammad al-Adnani, declara: “Conquistaremos Roma, romperemos sus cruces y esclavizaremos a sus mujeres, y si esto no sucede en nuestro tiempo sucederá en el tiempo de sus hijos y sus nietos a los que venderemos en el mercado de esclavos”, no está intentando ganar amigos ni negociar ni solicitar su ingreso a la ONU, sino demostrar que el EIIS vive en otro tiempo (más o menos en el siglo VII) y el pragmatismo les importa muy poco. Esto es evidente por la forma en que provocan a sus viejos y nuevos enemigos y amplían constantemente sus frentes de batalla. No les preocupa ganar una guerra hoy; quieren conquistar la eternidad y lo peor es que honestamente lo quieren.

Pureza de la repugnancia

Este idealismo, esta extraordinaria devoción, es el verdadero imán con que el Estado Islámico atrae a miles de fieles en el mundo entero. Las hordas de jóvenes de la generación Youtube que disfrutan con los videos de alta calidad producidos por el Daesh y los que están dispuestos a abandonar a sus familias y amigos para ir al “peor lugar del mundo” en busca del paraíso, como escribe Wood, se han ilusionado con una fantasía de pureza en la que los horrores más espantosos despiden un tufo de santidad y redención. ¿Cómo derrotar una idea semejante?