18 de abril de 2015     Número 91

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Para la autonomía alimentaria, conservación de los suelos

Mariela Fuentes y Luis Manuel Rodríguez Departamento de Producción Agrícola y Animal, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco [email protected]

Por cuestiones políticas, socioeconómicas y de marginación, mucho del campesinado mexicano, especialmente las comunidades indígenas, ha sido excluido de las tierras fértiles con condiciones adecuadas para la producción de alimentos. Han sido orillados a vivir y producir en condiciones limitantes, muchos en zonas montañosas de laderas, con suelos delgados y pobres. Esas tierras representan la cuarta parte de las parcelas de producción de maíz (ocho millones de hectáreas de un total de 32 millones).

Los campesinos han venido modificando sus formas de producción agropecuaria: han adoptado modelos convencionales que no corresponden a las condiciones agroecológicas descritas, muchos promovidos y subvencionados por el Estado y abastecidos por las grandes corporaciones privadas y trasnacionales, lo que ha provocado el abandono de saberes y técnicas tradicionales locales, que tienen una visión más holística y con menor efecto degradante de recursos en el proceso de la producción.

Esta dinámica descrita ha provocado diferentes tipos de problemas en el ámbito agrícola nacional, como el incremento de la dependencia de los pequeños productores respecto de los subsidios del Estado para poder sostener una mínima producción, que en la mayoría de los casos no cubre la demanda mínima de maíz de la familia; uso irracional y dependencia de insumos sintéticos; degradación y pérdida de suelos; erosión, y pérdida de diversidad y conocimiento, entre otros.

La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) afirma que alrededor de 49 por ciento de los suelos (incluyendo zonas naturales y agrícolas) en México están degradados. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) dice por su parte que la degradación de suelos es uno de los mayores problemas ambientales que afecta la producción mundial de alimentos, además de que la afectación tiende aumentar: si el suelo tiene cada vez menor capacidad de producción, se recurre a un uso mayor de fertilizantes sintéticos, lo cual propicia más daño ambiental, sin aumentar o por lo menos mantener la producción.

En las condiciones actuales de producción de maíz en México, en zonas de ladera, de forma convencional, en que los surcos se hacen a favor de la pendiente, se retiran los residuos de la cosecha (el rastrojo) anterior, se utilizan fertilizantes sintéticos de manera irracional y se incrementa el paso de labores en el terreno, para producir un kilogramo de maíz, se pierden entre 18 y 30 kilogramos de suelo.

El detrimento de los recursos y la adopción de paquetes tecnológicos no acordes con las necesidades específicas de los productores ni de la eco región donde viven y trabajan, han generado degradación en los recursos y baja en los rendimientos de los granos básicos, todo ello en detrimento de la autonomía alimentaria de las comunidades, entendida ésta como la capacidad para decidir el uso de sus recursos y la forma de producción, así como el ejercicio del derecho de los pueblos a definir políticas agrarias y alimentarias con base en un contexto cultural y ambiental determinado.

Al perder el suelo, se pierde el sostén de la producción. Cuando un recurso como éste se deteriora, ya no tiene la capacidad de producir ni siquiera lo mínimo de alimentos que requiere una familia para vivir y mucho menos un excedente para intercambiar o vender, y la capacidad de decidir y la autonomía de las comunidades también se reduce, ¿cómo se va a decidir sobre algo que ya no se tiene o que ya no produce?


FOTO: Cristian Reyna

Si ampliamos la escala, la autonomía y autosuficiencia alimentaria a escalas local, regional y del país no existe. En este momento en México 50 por ciento de los alimentos son importados. Pero, cuidado, en muchas instancias y foros, incluyendo el propio discurso oficial, se muestra a los pequeños y medianos productores como responsables de la degradación por adoptar prácticas de manejo no convenientes. No es así. Dicha dinámica es el resultado de las políticas y estrategias agrarias que no han reparado en el problema, no tienen objetivos encaminados a establecer y fomentar prácticas con base en las problemáticas locales y regionales.

El Estado debe tener una visión y propuestas de producción de alimentos que fomenten estrategias de manejo y conservación de los suelos agrícolas en un contexto holístico del agro sistema, que englobe una concepción cultural, política, socioeconómica y ambiental, por medio de un proceso de investigación y generación de tecnología participativa, donde converjan diferentes saberes (desde tradicionales hasta académicos), lo cual implica una visión desde y con la comunidad.

La autonomía también tiene que ver con la generación de conocimiento desde una perspectiva local-regional. No sólo nos referimos a la comunidad que produce, sino a la comunidad académica, que actualmente, en su mayoría, reproduce conocimientos y tecnologías importados, que no responden a la cosmovisión ni problemas de nuestro contexto; se estudia el suelo desde un concepción occidental de la ciencia que se basa en la parcialización del conocimiento, y se soslaya un problema tan importante como la degradación de este recurso; se ignora la concepción holística de territorio, “madre tierra” para las comunidades indígenas.

Es necesario que la investigación participativa considere desde la academia la necesidad de generar nuevos paradigmas para el estudio y resolución de los problemas relacionados con la autonomía alimentaria, lo que implica muchos campos de estudio incluyendo manejos agrícolas. Este proceso podrá redundar a largo plazo, pasando de re-diseño de sistemas locales a paisaje y finalmente un re-diseño global, donde los agro sistemas sean multifuncionales desde la concepción ambiental hasta socioeconómica.

Todos debemos considerarnos parte de la comunidad productiva, de la cual depende nuestro alimento y autonomía como nación. Por ello debemos replantearnos nuestro papel como consumidores de alimentos, entendiendo los procesos productivos para poder escoger y exigir cadenas productivas que tiendan a la autonomía alimentaria, lo que implica el apoyo a producciones locales concebidas desde la comunidad, que reparen en el cuidado y mejoramiento de los recursos, así como en la calidad de los alimentos, propiciando canales directos de comercialización productor-consumidor y por tanto precios justos. Todo esto redundará en la autonomía alimentaria regional y en la preservación de los recursos, incluyendo el suelo, así como en una sociedad actuante y demandante de políticas públicas claras en pos de una real autonomía como país.


Un patrimonio desconocido:
los suelos de las áreas urbanas

Silke Cram Instituto de Geología, UNAM [email protected]

Las predicciones sobre desarrollo urbano indican que la proporción de la población mundial que vive en zonas urbanas y periurbanas va en aumento. Para el 2030 más de 60 por ciento de la población vivirá en las ciudades. Este crecimiento demográfico genera necesidades sociales y económicas como construcción de vivienda, de vías de comunicación, de servicios e industria, lo cual lleva a la expansión hacia las periferias, y la urbanización difusa, que va ocupando superficies dedicadas a la agricultura y ecosistemas naturales. Hay un cambio de uso de suelo a favor de la expansión urbana con pérdida de suelos agrícolas y de ecosistemas naturales.

Estas actividades urbanas, mineras, industriales que el ser humano realiza para satisfacer sus necesidades socioeconómicas han transformado profundamente los suelos urbanos por sellamiento y adición de diversos materiales orgánicos e inorgánicos, mezclados, sepultados, en condiciones hidrológicas y relieves modificados, por lo que en la base referencial mundial que se utiliza como estándar internacional para clasificar a los suelos se les denomina Technosoles y Anthrosoles.

Los Tecnosoles tienen 20 por ciento o más de materiales ajenos al suelo natural. Aquí encontramos los suelos sellados, de zonas mineras, depósitos de basura, con derrames de petróleo, con aportes de cascajo, etcétera. Muchos de éstos se cubren con suelo extraído de otro lugar para permitir la revegetación. En la Ciudad de México muchos sitios que se utilizaron como rellenos sanitarios actualmente son parques urbanos. Los Antrosoles se han modificado por laboreo y adiciones de materiales orgánicos y riego con agua residual continuos y prolongados; un ejemplo son los suelos de las chinampas de Xochimilco. Los suelos en las ciudades pueden estar contaminados ya sea por los materiales que han sido adicionados o por depositación atmosférica que arrastra partículas emitidas por diversas fuentes de combustión e industriales.

Aun cuando las características de los suelos urbanos están modificadas, siguen teniendo funciones ecológicas. En primer lugar, son el medio de soporte y crecimiento de las plantas y por lo tanto mantienen la agricultura urbana, que es cada vez más importante en la provisión de alimentos. También mantienen las áreas verdes, que reconfortan, dan sombra y oxígeno, refrescan, reducen las islas de calor y permiten un sinnúmero de actividades de ocio y deporte; por ello, la Organización Mundial de la Salud recomienda que haya por lo menos 12 metros cuadrados de áreas verdes por habitante en una ciudad y para ello requerimos una cantidad igual de suelo.

Otra función no menos importante del suelo en áreas urbanas es prevenir las inundaciones, al tener la capacidad de retener y permitir la infiltración del agua de lluvia; esto aporta agua a las plantas y a los acuíferos. Los suelos también incrementan la calidad del agua y del aire porque atrapan polvo, retienen e inmovilizan contaminantes y transforman contaminantes orgánicos. Esta capacidad de los suelos de filtrar, amortiguar y transformar protege al agua subterránea, a las plantas, animales y seres humanos de los efectos tóxicos que pueden tener los contaminantes. Pero esta capacidad tiene límites, por lo que es necesario conocer sobre las características de los suelos para identificar cómo y en qué magnitud cumplen sus funciones, y actuar en consecuencia.

Uno de los procesos de degradación que debe preocuparnos es el sellamiento y compactación del suelo, ya que anula todas las funciones ecológicas de este recurso. Por ejemplo, el calor absorbido y re-irradiado por superficies selladas y edificios genera un aumento de la temperatura del aire en el día y en la noche, y también eleva la temperatura del suelo no sellado, lo que puede ser letal para las raíces y afectar el desarrollo de las plantas. También modifica el ciclo hidrológico porque anula la capacidad de almacenar e infiltrar el agua de lluvia, aumentando la escorrentía superficial y las inundaciones. Este fenómeno es una de las razones por las que las inundaciones en muchas ciudades de la República Mexicana han aumentado exponencialmente en la década reciente. El Distrito Federal, por ejemplo, tiene delegaciones con más del 90 por ciento de su área sellada con menos de tres metros cuadrados de área verde por habitante, por lo que no sorprende que año con año los ciudadanos se vean afectados por inundaciones.

Para conservar y rehabilitar el recurso SUELO es necesario conformar una cultura de preservación y ésta sólo se logrará por medio de la educación y concientización de toda la población en el tema de suelos. Es una gran oportunidad que el grupo internacional de académicos dedicados a los suelos urbanos, después de haber tenido reuniones exitosas en Alemania, Francia, Egipto, China, Estados Unidos, Marruecos y Polonia invite a realizar la Octava Conferencia Internacional en Suelos Urbanos, Industriales, de Vías de Comunicación y Mineras (SUITMA 8) en México, en septiembre próximo, para discutir en una de las megaciudades más grandes del mundo los retos de conservar los suelos urbanos y de generar conciencia sobre la necesidad que tenemos de mantenerlos sanos. El lema es “Moverse de CANCELAR por sellamiento, contaminación y disposición de residuos las funciones ecológicas de los suelos en zonas urbanas, industriales, mineras y militares a CONSERVAR la infiltración de agua, el soporte de las plantas y el hábitat de organismos”.

Algunos retos en torno a este tema son: i) la necesidad de elaborar cartografía de detalle por la alta heterogeneidad de suelos que hay en las ciudades (parques, jardines, camellones, terrenos baldíos); ii) aumentar la percepción de la sociedad sobre el suelo y su relación con la calidad de vida; iii) reducir el sellamiento del suelo y recuperar áreas verdes; iv) ordenar el crecimiento urbano y equilibrar entre el suelo que se sella y el que va a cumplir todas las demás funciones ecológicas.

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