Opinión
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De la penuria a la desolación
E

n un intrigante homenaje a los tristemente célebres sabadazos del pasado, cuando los días santos eran aprovechados para devaluar el peso, la secretaría de Hacienda anunció sus precriterios y la propuesta de reducir el gasto público para 2016. De esta forma, el Presupuesto de Egresos de la Federación para ese año, o como se vaya a llamar después de estas tristes jornadas de malabarismo hacendario, sería un cuarto de billón de pesos menor que el aprobado a fines de 2014. Por qué y para qué recortar lo recortado no tiene fundamentación seria alguna, pero ya ha sido objeto de múltiples elogios, por la valentía de que da muestra el gobierno, seguidos de la jaculatoria de que hay que hacer más con menos.

La caída en los precios internacionales del crudo y la reducción observada en la extracción de petróleo son presentadas como las causas eficientes del recorte, pero debajo de ellas está la renuncia del actual gobierno a continuar la reforma tributaria hecha en 2013 y a extenderla al plano hacendario en su conjunto.

De haberlo hecho, pronto toparíamos con la exigencia de proceder a una efectiva racionalización del gasto público que no sólo es en muchos casos menor al necesario, sino que se realiza mal, a destiempo y sin transparencia. Esta última cuestión debería ser la guía del tan traído y llevado presupuesto base cero. Poco tiene que ver con el recorte sin fin en que parece haberse embarcado Hacienda, corriendo el riesgo de confundir cirugía con tablajería.

El Congreso de la Unión en su conjunto debe abrir jornadas de reflexión y debate sobre el tema, sin prisas pero sin pausas, y sin soslayar las cuestiones conceptuales e históricas que el Ejecutivo ha evadido con singular alegría. La posposición o eliminación de actividades socialmente necesarias en la educación, la salud y la seguridad social, la cultura y la infraestructura, deben hacerse explícitas y justificarse a fondo. Asimismo, es indispensable que se den a conocer plazos y lapsos de espera para la reanudación de esas actividades, cuya realización depende de la acción del Estado que se concreta y documenta en el Presupuesto.

Resulta bárbaro proceder a reducciones como las propuestas, sin que medie un elemental ejercicio de evaluación de las prioridades y los objetivos que supuesta o realmente articulan estas y otras decisiones presupuestarias. Como es del todo insuficiente la oferta del presupuesto base cero para subsanar tanta omisión en la producción de bienes públicos de los que el país carece en suficiencia y calidad mínimas. Parecería que, en la realidad, el famoso presupuesto convierte al cero en objetivo más que en hipótesis de arranque.

Si se procede a una autocrítica del Estado como la que está implícita en el multicitado ejercicio, no es seguro que lo que se tenga al final sea un gasto público menor, sino lo contrario: la necesidad de más gasto público para subsanar omisiones y fallas del Estado y del mercado para proveer esos bienes y servicios de manera oportuna y accesible. Así, se tendría que reconocer la imperiosa necesidad de reabrir el debate sobre el financiamiento público, que el gobierno se comprometió a suspender después del conato de guerra civil de atrición escenificado por las cúpulas del negocio y su fauna de acompañamiento.

Si, por ejemplo, adoptamos la experiencia y los criterios de asignación en materia educativa o de salud en uso en casi todos los países de la OCDE, encontraremos que es inaceptable contar como escuelas a jacalones con ventanas sin vidrios, ni sanitarios y agua potable, sin electricidad. Y de ese tamaño o más será nuestro déficit en salud si contamos el número de enfermeras por cama o médico; el de estos últimos por población o categoría etaria o condición de pobreza de la población.

No se diga más en lo tocante a una infraestructura desnaturalizada por el contratismo de temporal, auspiciado por el reparto absurdo de los excedentes petroleros con que se logró la pax foxiana. O del recuento conocido de lo pospuesto o no hecho en puertos, alijo, comunicación y transporte de mercancías, o en conectividad a la altura de nuestras cifras de exportación y apertura externa.

En todos estos campos, esenciales para sustentar el crecimiento económico que la sociedad reclama, lo que priva son los faltantes, la operación ineficiente, el mantenimiento injustificado de la carencia, la posposición sin fecha de término de la entrada en operación de los servicios. Y todo esto, aparte de la incuria y la corrupción, tiene su fuente en el tamaño y composición del presupuesto, que no están a la altura de lo requerido.

Se habla sin freno de los excesos en el gasto público y la necesidad de corregirlos, porque lo que los hizo posible no está más con nosotros.

Tal vez así sea y vaya a ser por un periodo de duración indefinida. Pero tal apotegma, puesto en circulación con solemnidad bíblica por el gobernador Carstens, debería llevar al Estado no sólo a corregir sus despropósitos a partir del examen de conciencia a que obliga el ejercicio base cero, sino a reconocer que, más allá del exceso, está la secular falta de recursos fiscales debido a una estructura y una política hacendarias sometidas a la dictadura miope de los intereses privados.

La que manda hoy es una coalición que se niega a pagar impuestos, pero también se opone, hasta el sabotaje, a que el gobierno despliegue una política financiera moderna, dispuesta a aprovechar el espacio fiscal del que realmente disponemos. Como si más que achicar el presupuesto se buscara achicar al país y reducir al Estado a su mínima expresión.

La satanización del déficit y del endeudamiento en situaciones de estancamiento relativo prolongado es irresponsable y atenta contra la salud social y económica del país. No tiene nada que ver con la responsabilidad hacendaria ni con el presupuesto que supuestamente rige la ley respectiva. Aceptar una presupuesto pro cíclico, no sólo para hoy sino para mañana y pasado, condena a México a muchos años más de estancamiento estabilizador, del que no nos sacarán las carretadas de inversión extranjera que, como Mr. Marshall, llegarán y no nos verán; ni la mayor producción de crudo que harán posible los ganadores de las rondas uno y siguientes.

Lo que se necesita hoy con urgencia es más y mejor gasto público de inversión, así como más y mejor gasto corriente para generar los bienes esenciales en salud, educación y seguridad social. Es decir, lo que prometieron y no han cumplido los que ganaron y lo que prometieron y olvidaron los que perdieron. Lo malo es que en medio quedamos los demás y la mayoría pobre y vulnerable que, esa sí, crece y crece.