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México SA

Reformas: 33 años

¿Sólo Dios sabe?

El milagro perdido

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El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, durante una conferencia que ofreció en una universidad de Monterrey. Imagen de archivoFoto Cuartoscuro
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lrededor de 400 modificaciones constitucionales después (a razón promedio de una mensual de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto) y como parte del proceso que, en su momento, Carlos Salinas de Gortari definió como la reforma de la Revolución, el país se mantiene en la lona, su población socialmente noqueada y todos en espera del advenimiento del milagro mexicano (segunda parte).

Dice Paul Krugman, premio Nobel de Economía, que sólo Dios sabe qué pasó en este país, uno de los más reformados del mundo y con un titipuchal de modernos cambios constitucionales y reglamentarios que a lo largo de los últimos 33 años han ido de la A a la Z y no han dado mayores resultados, especialmente para el grueso de su población, 80 por ciento de la cual es oficialmente considerada socialmente vulnerable. De hecho, el bienestar de los mexicanos ha ido de menos a muchísimo menos, y descontando.

A lo largo de poco más de tres décadas se ha reformado lo que oficialmente ya se había reformado, y el grupo en el poder (el mismo en ese periodo, con seis máscaras aparentemente distintas) sigue reformando en pos del milagro perdido. En ese lapso, oficialmente (el dato es de la Cámara de Diputados) se registraron 395 reformas a la Constitución, y contando, siempre con la promesa de que las reformas en marcha abrirán mejores perspectivas de desarrollo para el país y los mexicanos (Miguel de la Madrid dixit).

Después de derrumbar todo lo que encontró a su paso, el presidente de la renovación moralingeniero encargado de la obra negra neoliberal– advirtió que la renovación nacional no culmina con las reformas emprendidas en mi administración; son punto de partida para progresivas conquistas que nos permitan resolver mejor los problemas del presente y encarar dignamente los retos del futuro; el pueblo mexicano prefiere programas articulados y modernos y no actitudes de demolición. Los resultados de su sexenio sólo fueron los primeros avisos de lo que vendría. Gracias a las reformas, prometió que en su sexenio el producto interno bruto crecería a razón promedio anual de 5.5 por ciento, pero a duras penas alcanzó 0.34 por ciento.

Efectivamente, con Carlos Salinas de Gortari en Los Pinos –arquitecto responsable de los acabados de la obra neoliberal– siguieron las reformas –incluso reformó algunas de las reformas de Miguel de la Madrid–, siempre con el objetivo, decía, de resolver a favor del pueblo; volver al Estado que se planteó originalmente la Revolución Mexicana, capaz al mismo tiempo de garantizar la soberanía de nuestra nación y de dar justicia a nuestros compatriotas; el Estado se reforma para desencadenar la transformación social de México; estamos modernizando el país, reformando la Revolución. Y tanto la reformó que en 1992 estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano, pero todo indica que sólo Dios sabe (Krugman dixit) por qué no atendió las súplicas. Con sus reformas prometió una tasa promedio anual de crecimiento económico de 6 por ciento, pero no llegó más allá de 3.9 por ciento y su sexenio concluyó en medio del caos político y económico.

A Los Pinos llegó otro reformador, Ernesto Zedillo, quien con ímpetu renovado echó más reformas al asador. Al grito de emprenderemos todas las reformas económicas indispensables y nos aseguraremos de su ejecución exitosa, concretó reformas legales tendientes a impulsar la inversión social y privada en ferrocarriles, telecomunicaciones, aviación civil y transporte, y distribución y comercialización de gas natural y, por supuesto, la extranjerización del sistema bancario y la entrega del ahorro de los mexicanos a manos privadas. Todos esos sectores quedaron en manos del grupúsculo empresarial de siempre y, como siempre, todas las ganancias fueron para el capital y todos los costos para los mexicanos, lo mismo que en los rescates bancario y carretero, cuya entrega al sector privado fue consecuencia de un par de reformas salinistas. Prometió que en su sexenio, y como producto de las reformas (las propias y las heredadas) se concretaría una tasa promedio anual de crecimiento de 5 por ciento, pero no llegó más allá de 3.5 por ciento, aunque sí sacó al PRI de Los Pinos, otra de las reformas pactadas.

A la residencia oficial arribaron los inenarrables Vicente Fox y Martita Sahagún, quienes llegaron con el ánimo imprescindible de impulsar las reformas estructurales pendientes, para dotar de un signo plenamente democrático a las instituciones nacionales, para hacer más eficiente el desarrollo de la economía, enfrentar debidamente los graves desequilibrios sociales, mejorar el lugar que hoy ocupamos en la economía mundial. Así, todo reformó (comenzando por su familia) de lo que todos debemos sentirnos legítimamente orgullosos. Prometió 7 por ciento de crecimiento económico como promedio anual; milagrosamente llegó a 2.3 por ciento.

El desbarajuste panista se completó con Felipe Calderón, quien reformó y reformó para contribuir al destrozo nacional, no sin inaugurar su sangrienta cuan interminable guerra contra el crimen organizado. Según él, “se lograron importantes reformas, como la del sistema de pensiones (que ya habían reformado Salinas, Zedillo y Fox), la hacendaria (todos la han hecho), la electoral (ídem), la energética –también Salinas, Fox y EPN– y la del sistema de justicia penal (que en los hechos se mantiene intocado)”. Realizó, pues, las reformas y las transformaciones que México necesita y nos permitan construir el México que queremos, frase también utilizada por Enrique Peña Nieto. Felipe Calderón ofreció una tasa promedio anual de crecimiento de 5 por ciento anual, y de milagro llegó a 1.8 por ciento.

Qué decir del reformador en turno. Sus resultados más notorios son inmobiliarios (casa blanca, Malinalco y las que se acumulen), mientras la economía y el bienestar social caen en picada, es decir, lo contrario de lo que –versión oficial– motivaron tres décadas de reformas y de reformas de las reformas.

Lo que sí es incuestionable es que todos los citados reformaron a sus familias y las de sus amigos, y por lo mismo, cada día son más ricas, de tal suerte que la advertencia del premio Nobel de Economía (las concesiones en el sector energético pueden ser regalos para los amigos) es por demás tardía. Quien lo dude, que se dé una vuelta por cualquiera de los sectores reformados (banca, telecomunicaciones, carreteras, minas, satélites, sistemas de pensiones, ferrocarriles, etcétera, etcétera).

Las rebanadas del pastel

Entonces, queda claro que no hay que preguntarle a Dios, como sugiere Paul Krugman.

Twitter: @cafevega