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Vox Libris
Batalla contra el asedio y el despojo
Periódico La Jornada
Domingo 29 de marzo de 2015, p. a16

El interés de Edward W. Said (1935-2003) consistía en tratar de dejar constancia de los efectos del sionismo y éstos sólo pueden estudiarse de manera genealógica en el marco histórico proporcionado por los conflictos ideológicos y bélicos entre Israel y Palestina, remontándonos incluso hasta el siglo XIX, cuando el sionismo era todavía una idea y no un Estado llamado Israel.

En las calles de México, incluso, hemos visto o sido partícipes de movimientos sociales en apoyo a Palestina, dada la obstinación de Israel y de su principal aliado, Estados Unidos, por lograr la desaparición de aquella nación árabe. En otros países también se han sumado a las protestas muchos políticos, luchadores sociales, escritores y artistas con la finalidad de apoyar la causa palestina y su derecho a defenderse de la intervención extranjera.

Para el autor, un exiliado y quien fue colaborador de La Jornada, Palestina representa también el más espinoso problema internacional de los sucesos de posguerra, es decir, es la lucha por, para y en Palestina, ya que en cierto momento de la historia política, este territorio no llegó a existir más que como un recuerdo, o lo que es más grave, como una idea, una experiencia política y humana. Pero los actos de resistencia la han convertido también en una constante reivindicación con el apoyo y la voluntad popular.

Fue a partir de 1948, cuando todo parecía perdido, que miles de palestinos se dispersaron y los pocos que permanecieron dentro de su país se vieron sumergidos en un nuevo Estado que no era el suyo, bajo asedio constante. A partir de esos años, los árabes y el islam representaron la maldad, la banalidad, el vicio degenerado y la lascivia, tanto en el discurso popular como en el académico. Sin embargo, la cuestión Palestina es sobre todo una lucha en contra del despojo territorial a los autóctonos.

Para contextualizar un poco el intervencionismo, el autor transcribe unas líneas del diario del judío Yosef Weitz (encargado de la adquisición de tierra para los judíos en Palestina) del 19 de diciembre de 1940. Exigía que a partir de esa fecha Israel debería ser un país sin árabes. Sobre este punto no hay lugar para el compromiso, no hay otra opción que transferir a los árabes de aquí a los países vecinos, transferirlos a todos. Y esta transferencia debe dirigirse a Irak, Siria e incluso a Transjordania. Para tal fin encontraremos dinero, y mucho. Así, la cuestión judía quedará solucionada de una vez por todas.

Los que abandonaron Palestina después de esa fecha se convirtieron en refugiados. Y los que se quedaron a vivir en su lugar de origen, permanecen en zonas ocupadas. Términos inverosímiles que leemos y escuchamos con frecuencia.

Poco después de la Segunda Gran Guerra, el recuerdo de los principales rasgos palestinos que se daban a conocer mediante documentos históricos, reportes periodísticos, ensayos académicos, etcétera, eran los de la desposesión, el exilio, la dispersión, la privación de derechos, la resistencia generalizada y tenaz frente a esas penalidades. Sin embargo, estas atrocidades no han mermado la resistencia de los árabes por defender su cultura, pese a no tener hasta ahora un método eficaz para detener la injustificable tentativa israelí de apoderarse de aquel territorio.

Como lectura complementaria se recomienda leer también a Yacob Rabkin, judío que se opone al sionismo, en su libro Contra el Estado de Israel, quien pone en entredicho la relación entre el judaísmo y el movimiento sionista.

Título: La cuestión palestina

Autor: Edward W. Said

Editorial: Debate

Páginas: 347

Filosofar a martillazos

De Max Stirner (1806-1856) es poco frecuente encontrar en antologías de historia de la filosofía un aporte más allá de lo biográfico. En la mayoría, por lo menos en las traducidas al castellano, se limitan a retomar situaciones muy generales, como su vinculación a los jóvenes hegelianos, al grupo de los libres o que impartió clases a señoritas.

No importa, este filósofo tiene innumerables lectores, pero más detractores de los que imaginamos a causa de la academia, de esos profesores inseguros que dan a notar su temor a ser desprestigiados en las instituciones al ocuparse de Stirner.

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Fue un contestatario, escribió un solo libro, en el que las aseveraciones abstractas excluyen las investigaciones empíricas, donde prevalece la metafísica sobre la realidad histórica. No olvidemos que vivió en las décadas de otros grandes pensadores como Feuerbach, Bruno Bauer, David Strauss, Engels y Marx, quienes lo contradijeron y contra quienes se enfrentó en discusiones filosóficas.

Esta obra, que se lee en tono irónico y pareciera refutarse a sí misma, fue sacada de circulación repetidas veces, como un acto de censura porque atacaba de manera más decidida la religión y la moralidad en general, así como cualquier ordenamiento político y social.

Y así es. Debemos suscribirlo, al igual que Engels cuando le escribe una carta a Marx para informarle que él ya había leído parte del libro. En esa misiva le resume a su amigo:

El principio de Stirner es el egoísmo de Bentham, sólo que en su caso desarrollado por una parte con mayor consecuencia porque (...) Stirner sitúa al individuo, en tanto que ateo, por encima de Dios (...), mientras que Bentham deja todavía a Dios por encima de todo en una neblinosa lejanía.

Leamos en acción al temido Max Stirner, que en realidad este no era su nombre, sino una sarcasmo hacia él mismo, puesto que significa frente ancha o amplia, frentón.

La libertad política y la libertad religiosa suponen, la una que el Estado, la polis, es libre, y la otra que la religión es libre, lo mismo que libertad de conciencia supone que la conciencia es libre; ver en ellas mi libertad, mi independencia, frente al Estado, la religión o la conciencia, sería un contrasentido absoluto. No se trata aquí de mi libertad, sino de la libertad de una fuerza que me gobierna y me oprime; Estado, religión o conciencia son mis tiranos, y su libertad hace mi esclavitud.

Por ello fue condenado al ostracismo. Engels agrega que el egoísmo de Stirner está tan loco y al mismo tan consciente de sí que no puede sostenerse un solo momento, sino que debe convertirse en comunismo.

Su influencia es tal, que hay mucho de Stirner en toda la filosofía de Nietzsche. Adolf Baumgartner, alumno de este último, confirmó haber leído El único y su propiedad por insistencia de Nietzsche, quien se regodeaba al decir que era lo más audaz y consecuente que se había pensado desde Hobbes.

Pero no nos detengamos en esos asuntos porque caeríamos en las otras suposiciones que lo han colocado como integrante de la familia de los anarquistas individualistas, término que Stirner lo utiliza una sola vez sin mayor profundidad. Además de que nunca se dedicó a aspectos políticos, al contrario, la ponía en cuestión al asegurar que la humanidad no se ve más que a sí misma, no tiene otro objeto que la humanidad, su causa es ella misma. Con tal que ella se desenvuelva poco le importa que los individuos y los pueblos sucumban, al final la humanidad los echará al cesto de papeles inservibles de la Historia.

Preguntémonos, ¿y acaso no es esto lo que han hecho todas las ideologías hasta ahora conocidas en la historia? Respondamos a la manera de Stirner: Basaré mi causa sobre mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, soy para mí todo, soy el único.

Título: El único y su propiedad

Autor: Max Stirner

Editorial: Sexto Piso, ensayos

Páginas: 451

Mala propuesta

Es por pura cortesía agradecer a los editores la publicación de libros que no nos quiten demasiado tiempo en leerlos, bastan unas cuántas páginas y listo, pasamos a otra cosa más seria y entretenida que este libro. No hay mucho qué agregar a esta entrega, salvo algunos intentos poético-históricos que desconciertan a cada página.

Título: Para cada tiempo hay un libro

Autores: Alberto Manguel y Arturo Alejandro

Editorial: Sexto Piso

Páginas: 95

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Texto: José Ribera Guadarrama