Carta a Don Félix Serdán

“Nos dicen que te moriste.
Entonces cómo es que estás tan vivo”


Félix Serdán Nájera, Cuernavaca, 2006.
Foto: Ana Bellinghausen

Félix, hola mano cómo estás. Nos dicen que te moriste pero entonces cómo es que estás tan vivo. Te escribo la presente para que por dónde andes recibas noticias de todos nosotros y ahora que regreses nos ayudes, como siempre, a dejar de hacernos bolas y actuar en consecuencia. Ahora que partiste, el comentario de los cuates es tu dicho de que “para hacer una organización se necesitan, para empezar, tres personas: dos que se pongan de acuerdo y una que cuide la puerta”.

Quiero decirte que ayer vinieron a grabar a la radiodifusora unos muchachos de Tixtla, la mayoría sones de tradición, pero trajeron unos nuevos cantos. Llegó Gela, muy joven ella, con una canción que nos hizo llorar a todos, que es un himno a los 43 muchachos de Ayotzi desaparecidos desde hace ya casi seis meses. “Sal y Agua” le puso. Yo no dejo de pensar que se trata de ríos de jóvenes que forman un torrente de conciencia. Y es que ya hay algo diferente que está pasando con todas estas movilizaciones: se ha esfumado ese aire de romanticismo que a veces adquieren las protestas y un realismo bastante golpeador nos ha invadido. Todos sabemos que los que dicen luchar contra la delincuencia, desde el poder, constituyen ellos mismos la banda de delincuentes más peligrosa, que son la peor amenaza para el país y para todos. Ahora que andas fuera te extrañamos, pues no hay quien nos recuerde y nos dé la confianza, como siempre lo has hecho, de que los más sencillos y pobres podremos acabar con tanto abuso.

Como te nos fuiste tan de pronto (sí, pues aunque todos sabíamos que te tenías que ir, la noticia nos cayó de peso) nuestra cabeza no cesa de bullir. De recuerdos e imágenes de lo que fuiste y significaste cuando andabas por acá de visita en la vida, como todos nosotros andamos —valga la redundancia— de paso por aquí. No dejo de pensar en Nanahuatzin, el dios sencillito de La Leyenda de los Soles, que al ofrendarse sin hacer ningún aspaviento aventándose al fuego, dio origen al sol que nos alumbra. La humildad y sencillez son dos valores que encarnaste a lo largo de tu estancia por acá, y no dejo de pensar que es grandioso confirmar que en nuestro pueblo siguen porque gente como tú existe. Viviendo en la austeridad todo tu rato, fuiste y viniste en pesera y en camioncito a todos lados, llegando a donde tenías que llegar sin faltar jamás a la cita con los pueblos y comunidades. La bandera mexicana que te entregó la Comandante Ramona en 1996 la desplegaste en cientos de movilizaciones. Recuerdo que un 12 de octubre llegaste con esa bandera al zócalo de la capital, al mitin convocado por no sé cuántas organizaciones, al cual sólo llegamos unas cuantas docenas de personas. Terminó pronto y nadie te preguntó si tenías manera de regresarte, si traías para el pasaje. Ahí estábamos unos cuantos parados en el zócalo con la soledad infinita que provoca una movilización fallida y, afortunadamente, a mi llamado y preocupación por cómo te ibas a regresar al estado de Morelos, un muchachón de confianza se prestó para llevarte hasta tu casa en un vochito que conseguimos. Un joven nos sacó del apuro, sí. Siempre te has preocupado por los jóvenes. En el mensaje que nos dejaste, nos has pedido que atendamos el proyecto del Instituto Cultural Autónomo Rubén Jaramillo Menes, en donde se puedan ir formando los jóvenes. Ay Félix, a ver cómo le hacemos para eso, danos ideas, danos sugerencias. A ver si ahora que se van a reunir los pueblos de Morelos en lucha en Amilcingo se puede empezar a atender tu petición. Somos muchos tus amigos, a ver si entre todos hacemos uno que le empiece a atorar. Cuando estábamos reunidos y supimos que habías salido,  sugerí que donde se pudiera formáramos una filial del Instituto.

Recuerdo el momento en que surgió la idea del libro que me dictaste: estábamos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en un descanso de los trabajos del diálogo del EZLN con la sociedad civil, octubre de 1998. Propuse que empezáramos a grabar pláticas contigo para recoger cuando menos algunas partes de lo que habías vivido. Estábamos Amarela, tú y yo. Aceptaste y quedamos en vernos pronto. Pasó rápido el tiempo y nos volvimos a encontrar en el entierro de tu hermano Mónico Rodríguez. Tú eras el brazo derecho de Rubén Jaramillo, Mónico el izquierdo. Ahí, escuchando las paladas de tierra recordándonos que estamos sólo un rato por acá, refrendamos el compromiso. A la semana siguiente empezamos. Tu memoria era un espejo de obsidiana recién pulido y recordabas nombres de personas y parajes, hora y fecha exacta, día de la semana, con una nitidez deslumbrante. Qué placer haber grabado tu palabra a la sombra del árbol afuerita de tu casa, el café caliente de Emilia Aurora.

En ocasión de los trabajos para construir el Consejo Mexicano 500 Años de Resistencia realizamos un encuentro en Tlaltizapán, el cuartel general de Emiliano Zapata, donde veteranos zapatistas y jaramillistas dieron su palabra. Ahí te presenté al jefe Andrés Segura, de la tradición mexica. Le preguntaste que cómo podía uno saber si pertenecía a una etnia o nación indígena, y te dijo: “Busca tu raíz, hijito”. La buscaste y la encontraste, lo que dio un giro a tu vida. En 1992, en la república de Ecuador, en el Encuentro Continental de Pueblos Indígenas, hablaste en nombre de los pueblos originarios de nuestro país y nos diste a todos una enseñanza de cómo sumar esfuerzos, al comparar al movimiento indígena con la forma en que se forma un río caudaloso, que empieza por juntar el agua de pequeños veneros y arroyitos que van creciendo hasta conformar un caudal inmenso, un torrente que, como los ríos crecidos, nada más van orillando la basura.

Cuando regresaste, en 2001, de la Marcha del Color de la Tierra, venías enfermo de los nervios, pues un señor de los que andaban ahí organizando la logística te maltrató en varias ocasiones, ninguneándote, de plano situaciones humillantes te hizo pasar. Tenías 84 años y aguantaste las jornadas, que eran como para que cualquier joven se quemara con tanta malpasada y ajetreo. Para curarte hicimos una ceremonia de tradición, y para eso calculamos en el calendario sagrado tu nahual: Ácatl, la Caña, el símbolo de las armas. En los códices, un atado de flechas es símbolo de la guerra. Pero la caña en la tradición tiene también un significado profundo, pues crece vertical, nace de la tierra y se eleva hacia el cielo. Es símbolo de la principal arma que tenemos para defendernos, la dignidad. El símbolo de quienes portan la vara de mando, los dignatarios de nuestros pueblos. Hicimos la ceremonia y luego acabó de curarte una curandera con quien Emilia Aurora te llevó.

Recibe un abrazo de las compañeras y los compañeros que quedamos a la espera. Yo la verdad te vi tendido y entendí que tu cuerpo había descansado, pero me sonreí sabiendo que sigues bien vivito en cada uno de nosotros y que de tu huella, aunque no lo hayas pretendido nunca, está naciendo un solesote. Con cariño y respeto se despide, por lo pronto, tu hermano.

Ricardo Montejano