Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de marzo de 2015 Num: 1044

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El cuento de
Amaramara

José Ángel Leyva

Sexo y literatura
Jorge Bustamante García

Yo a usted la amé...
Alexandr Pushkin

Clanes y caudillos
en la Revolución

Sergio Gómez Montero

Bei Dao, una isla
sin mar

Radina Dimitrova

Poemas
Bei Dao

Hermann Nitsch
en México

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 
 
José Ángel Leyva
Dos de las pinturas realizadas por Arturo Rivera para el libro Amaramara

“peor que morir es no haber nacido”, su nieto.
libro póstumo de juan gelman.

Como muchas otras veces Juan llamó, según sus palabras, para diezmar las carnes que acaban con el pasto. Nos vimos ante unos buenos cortes y apuramos vinos, por supuesto argentinos. Me preguntó de pronto: “¿Sabés dónde puedo publicar un librito de poemas con pinturas, un librito sí… de poesía, pero de arte a la vez, no un libro lujoso, pero de buen gusto?” No entendí le pregunta o no quise entender la propuesta y le dije que si alguien tenía claridad de dónde publicarlo era justamente él, que tenía las puertas abiertas de cualquier editorial mexicana, argentina o española. Enseguida me preguntó mi opinión sobre la pintura de Arturo Rivera. Él ya sabía mi respuesta; es un pintor extraordinario, con una estética inquietante, perturbadora, “como ciertos poemas tuyos”, le dije a Juan. Me miró con esos ojos que regalaba a los amigos y una sonrisita cómplice que dibujaba a la vez un acertijo: aprobaba o se burlaba. Para mí… estaba claro.

Un par de veces Juan volvió con el tema del librito medio de arte y de su título: Amaramara. Había hablado ya sobre el proyecto con Arturo Rivera. El fotógrafo Pascual Borzelli, una especie de sombra de poetas y artistas, dio testimonio del plan, pues él también había sido enterado de éste. En una de las citas para “abatir a las dadoras de leche y sus cornudos compañeros” (Gelman dixit), salimos a su casa, pues deseaba mostrar los dibujos que Rivera le había entregado para Amaramara. ¿Qué opinás, te gustan? “¿Y a ti, Juan, te gustan? Respondí con habilidad. Juan me miró con esos ojos y una sonrisita cómplice… Para mí… estaba claro. “Tiene que perder el miedo, no se trata de ilustrar sino de un diálogo”, me dijo.

Antes de viajar a Argentina para presentar Hoy, Gelman ya no me preguntó si podía sugerirle una editorial para Amaramara, sólo dijo, perentorio: “¿Lo vas a hacer… o no?” El poeta iba por última vez a su Buenos Aires amado; ya tenía sus planes, había decidido terminar sus días al lado de Sor Juana, la genio de Nepantla. Un amor que se consagró con las cenizas de Juan esparcidas en las faldas, literalmente, de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Juan y Juana en la memoria.

Juan dijo que ese puñado de poemas eran de amor, como lo indicaba el título: Amaramara. Algunos de esos textos los había leído con el trio Mederos, en su papel de “Comediante de la lengua”, como le gustaba llamarse. Dejó el libro revisado, con sus correcciones de puño y letra. Estuvo de acuerdo con el diseño, el formato, el prólogo, y cambió la contraportada por una imagen conmovedora en la que él y Mara parecen danzar en una atmósfera otoñal, luminosa, aérea. El tono de estos poemas responde a la poética gelmaniana, al gelmaneo, a la sintaxis abrupta y a la vez armoniosa que él lograba acomodar a su respiración, a su lectura en voz alta, voz grave y dulce, voz de bandoneón.

La poesía de Gelman es en esencia una poesía amorosa. No en el sentido convencional, edulcorado del término, sino en el sentido de la pasión, de la piedad, de la capacidad de conmoverse ante el otro, los otros. En Juan no hay un yo sin los otros, sin el nosotros. Este libro también es un diálogo con sus seres queridos, con el individuo, con el ser humano. Mara, su mujer, su compañera, su familia, su México y su Argentina, su pasado, pero sobre todo su vida madura es aquí la memoria, el hallazgo y la resolución, el día a día del ajuste de cuentas, de la ira, del Atrasalante en su porfía, de la justicia y el vacío. Pasión sin concesiones; mirada de amante dolido por la vida, por la cercanía de la muerte, por los que se quedan donde inicia el olvido. Es amor pleno de cólera y devoción a la vez, de lucidez y ceguera, de dolor y entrega. Amor que celebra y se despide a la vez.

Gelman quiso gelmanear a la Rivera de Arturo, ponerlo a trabajar, a él, el pintor, en la cuerda de la poesía. Gelman lo eligió porque ante todo le gustaba mucho su obra, y porque hay en esa paleta, en esa estética perturbadora, inquietante, la misma pasión lírica de sus versos: en la necesidad de vivir está la claridad de la muerte, en la necesidad de querer está la vida, en el emperrado corazón que amora. La pintura de Arturo Rivera responde con devoción a la convocatoria gelmaneana: pintar, no ilustrar; expresar al otro lo que siente el otro, cuando siendo uno mismo es también en la interlocución, en el diálogo.

La amistad, los afectos, estaban en las células intelectuales de Juan. Ser amigo de Juan significaba también una responsabilidad y una tarea, porque él lo elegía a uno y uno no ignoraba el significado de ese vínculo. Era parte de su endemoniada congruencia y claridad de hombre complejo, enredado como pocos desde que nació, y quizás desde antes de que fuera concebido. La inteligencia no puede ser simple, vive en el cambio, en la mutación constante, en el delirio proteico.

Amaramara es una síntesis de amor, en primer lugar por una mujer específica: Mara, del verbo amarar, del juego porfiado de cambiar lo que suena descompuesto, lo que no entona, lo que no dice, lo que no hace, lo que no día. Es un gelmaneo para nacer en Buenos Aires y celebrar la muerte en este México cruel donde los gobiernos, como Cronos, devoran a los hijos de la patria lacerada. Donde quiera que esté, Gelman emitirá el mismo grito que representa el emperrado corazón de los mexicanos y de quienes sólo buscan un mundo mejor, un porvenir, un derecho al futuro: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos.”

Como dijo Juan que dijo su nieto Iván a los cinco años, “peor que morir, es no haber nacido.” A estas alturas de la ausencia de Gelman, su obra poética se revela como una de las de mayor calado del siglo XX y lo que va del XXI, una de las más originales, más hondas, que mayor número de registros exhibe, una poesía que nos deja la tarea de leerla, descubrirla, amarla, porque además de todo corresponde a un hombre que hizo de su vida misma un acto poético, una acción amorosa.