Opinión
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¿Alguien perdona?
L

os crímenes de Ayotzinapa y otros. La crisis de los derechos humanos en el país, en la agenda de la relación entre el primer ministro de Inglaterra, David Cameron, y el presidente de México, Enrique Peña Nieto. El tema se inscribe en la reflexión de que si sólo es perdonable lo imperdonable.

Jacques Derrida en el libro El siglo y el perdón, (Ediciones de la Flor, Argentina, 2003) dice que en principio no hay un límite para el perdón, no hay medida, no hay moderación, no hay ¿hasta dónde? En sus palabras Derrida comenta que el hecho de pedir perdón se fue complejizando aún más porque se mantiene el equívoco principalmente en los debates políticos que reactivan y desplazan hoy esta noción, en todo el mundo. Él encuentra que el perdón con demasiada frecuencia en la actualidad se confunde, a veces calculadamente, con temas aledaños, pero no sinónimos, como la disculpa, el pesar, la amnistía. Lagunas que corresponden al derecho, al derecho penal con respecto al cual el perdón debería permanecer en principio heterogéneo e irreductible. Agrega que por enigmático que siga siendo el concepto de perdón “ocurre que el escenario, la figura, el lenguaje a que tratamos de ajustarlo, pertenecen a una herencia religiosa (digamos abrahá, para reunir en ella el judaísmo, los cristianismos y los islams).

Para Derrida la dimensión misma del perdón tiende a borrarse al ritmo de la mundialización y con ello se diluye también toda medida y todo límite conceptual. Destaca además la frecuencia con que vemos escenas de arrepentimiento y de perdón invocado, esto significa para él, sin duda alguna “una urgencia universal de la memoria: es preciso volverse hacia el pasado; y este acto de memoria, de autoacusación, de ‘contrición’, de comparecencia, es preciso llevarlo a la vez más allá de la instancia jurídica y más allá de la instancia Estado-nación”.

Este asunto del perdón es por demás complejo y de una actualidad vigente. El manejo que según Derrida se ha hecho de dicho concepto ha llevado a mutaciones, errores, confusiones y a multiplicidad de consecuencias que no se han analizado lo suficiente y que han tenido consecuencias nefastas. Habría que empezar por preguntarse, como él hacía, por qué “en plena ‘mundialización’ proliferan las escenas de arrepentimiento y los pedidos de perdón”. Sin embargo, cada vez vemos más crueldad, violencia, guerras, tortura y desintegración social en México (Ayotzinapa, Tamaulipas, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, etcétera).

Ante tal complejidad y confusión en torno al tema Derrida opta por abortar, de inicio el concepto mismo de perdón donde la lógica y el sentido común concuerdan por una vez con la paradoja: es preciso, me parece, partir del hecho de que sí existe lo imperdonable. ¿No es en verdad lo único a perdonar? ¿Lo único que invoca el perdón? Si sólo estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, lo que la Iglesia católica llama el pecado venial, entonces la idea misma de perdón se desvanecería. Si hay algo a perdonar sería lo que en lenguaje de esa Iglesia se llama pecado mortal, lo peor, el crimen masivo, o el daño imperdonable. Cabe aquí mencionar que el concepto jurídico de imprescriptible no equivale en lo absoluto con el concepto no jurídico de lo imperdonable.

Queda un tema abierto de importancia crucial y de candente actualidad al que me he referido y continuaré comentando debido a la riqueza reflexiva del texto de Derrida que hoy ocupa este espacio. ¿Qué significa el concepto del perdón? ¿De dónde viene? ¿Se impone a todos y a todas las culturas? ¿Puede ser trasladado al orden jurídico? ¿De lo político? ¿Y en qué condiciones? ¿Pero, en ese caso, quién lo concede? ¿A quién? ¿Y en nombre de qué, de quién?