Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XLII

T

riste y doloroso.

Así fue, en ánimo de escribir la verdad, tener que recordar la fragmentación de la amistad de tantos años entre mi padre y Carlos y, por consiguiente, entre El Ciclón y yo, tardando un buen tiempo en recuperarme, esperando que pudiera darse un acercamiento que de sueño guajiro no pasó.

Ni modo.

Bien, volviendo a nuestro relato, don Telesforo (por favor, no Telésforo) Aboitiz llegó a las oficinas de El Redondel y pidió a mi padre hablar en privado y cuando terminaron, me indicaron que me reuniera con ellos.

–Mira, me dijo mi padre, quiero que escuches al señor Aboitiz y me des tu opinión.

–Joven Bitar, sé bien que entre ustedes y Carlos Arruza hubo una gran amistad y lo que le acabo de contar a su padre puede que agríe aún más las cosas.

En un instante cruzaron por mi mente mil disparatadas posibilidades: chismes, arguendes y qué sé yo qué más.

–Mire, ayer de casualidad, me enteré que el señor Alejo Peralta le va a comprar Pastejé a Carlos y el jueves de la próxima semana firmarán todo ante notario.

–¿Qué opinas, me preguntó mi papá, publicamos la noticia?

–Papá, es toda una exclusiva, pero creo que lo mejor es que la publiquemos como un rumor, no vaya a ser que en una de esas se desbarate todo y quedemos como cuentistas o charlatanes.

Y así se publicó.

La prensa diaria, las estaciones de radio y televisión y las agencias noticiosas, supimos, trataron de entrevistar a El Ciclón, pero él se hizo ojo de hormiga hasta que todo quedó debidamente protocolizado.

Tientas a campo abierto y el rejoneo

Es necesario retroceder el reloj.

Incompleto quedarían estos recuerdos, sin mencionar cómo fue que Carlos decidió torear a caballo.

Fue así…

Los hermanos Solórzano, Chucho y Lalo, puede decirse que nacieron a caballo, ya que su padre, famoso charro por cierto, era propietario de la hacienda San Andrés, en el estado de Michoacán, y desde pequeños les enseñó a montar a caballo y a conocer las diferentes faenas camperas y, llevado por su afición a los caballos y a la fiesta brava, construyó una pequeña plaza de tienta en la que estuvieron, entre otros, Rodolfo Gaona y Juan Silveti.

Luego, todo cambió: vino la revolución que todo lo trastocó, que mucho destruyó y que a muchos persiguió sin delito alguno. Al padre de los Solórzano le puso precio a su cabeza el general Gertrudis Sánchez, por lo que tuvo que huir y fue a esconderse a la hacienda de Pastejé, en ese entonces propiedad de sus primos, los señores Pliego.

Adiós hacienda, adiós fortuna, adiós bienestar y a pasarlas negras, como tantas otras familias mexicanas.

Chucho, tras de muchas peripecias, se trasladó a la capital para trabajar en la Secretaría de Comunicaciones, en calidad de mecanógrafo, con un sueldo de 4 pesos diarios, y fue ahí donde conoció a mi padre que incursionaba ya en publicaciones tau- rinas, como El Eco Taurino, Gaona en España y Gaoneras, amistad que duró para siempre.

Oportunidad espero tener para escribir al detalle la vida taurina de El Rey del Temple y, emulando el salto al Trascuerno, tengo que dar un buen salto pa’tras en este relato.

Los dos hermanos, destacados novilleros y matadores, se fueron a España para refrendar sus hazañas taurinas mexicanas y ahí conocieron a numerosos artistas, toreros, ganaderos, empresarios y gente del toro que, sabiendo de sus dotes como caballistas, los invitaron a tentar a campo abierto, es decir a caballo y como garrochistas, y vaya que destacaron y aprendieron.

Estamos ya en Pastejé, con Carlos Arruza en calidad de dueño y señor ganadero, y a darle vuelo a la hilacha toreando vacas y probando algunos machos para sementales. Chucho Solórzano padre, su hermano Lalo, Silverio Pérez, algunos aspirantes a novilleros, como Juan Vázquez y Emilio Sosa, y algunos toreros españoles de los que venían a México a ver si la hacían.

Y en una de tantas, los hermanos le propusieron a El Ciclón que se tentara a campo abierto, lo cual era todo un reto, ya que no se contaba con caballos duchos en la materia ni sillas apropiadas ni corraletas a medio campo, pero fue tal el entusiasmo que para todo hubo solución.

Continuaremos.

Lo de “cajón.

Ay, canijo tirano, hijo…

(AAB)