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Nosotros ya no somos los mismos

Mexicanos que ponen en alto el nombre de la patria

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Mario Molina, premio Nobel de Química, durante la inauguración de un seminario organizado por la Universidad Autónoma Metropolitana y la Academia Mexicana de Ciencias, en febrero de 2006Foto Cristina Rodríguez
A

penas acabé la hórrida columneta dedicada al diputado Édgar Borja Rangel, ganador del último International award sepulcros blanqueados, cuando nuevos hoyos negros me tratan de absorber. Me resisto y, con sincera devoción, solicito al altísimo permitirme abandonar las alcantarillas del acontecer político cotidiano y regresar, aunque sea brevemente, a temas gratos y reconfortantes.

Tal vez recuerden que hace algunos meses me dediqué a divulgar los trabajos, acciones y hazañas de mexicanos ejemplares: deportistas, científicos y artistas que, como se suele decir en los discursos oficiales, ponen muy en alto el nombre de la patria. De la anterior publicación en que hice referencia a esos ciudadanos de excepción, con los cuales seguramente nos topamos a diario sin tener la mínima idea de quiénes son (quién les manda poseer un IQ o CI que les impide ser comentaristas de televisión), ha pasado mucho tiempo, pero para bien de todos estos mexicanos entrañables se siguen reproduciendo (pese a que el medio no sea hoy por hoy el más propicio) y yo, con orgullo y emoción, simplemente intento darles seguimiento y tomar de ellos debida nota para poder gritar sus nombres y empeños en esta columneta.

Al parejo, desgraciadamente, todos los días brotan como hongos (¿Qué, en verdad los hongos serán muy brotadores?) los descubrimientos de procederes plenamente delictivos de hombres y mujeres que conforman tanto la llamada iniciativa privada como el sector público. (Cuánto hace que éstos eran polos y ahora son el Ecuador?) De los primeros dicha conducta es lógica y comprensible: su mentalidad, valores, saberes y usos y costumbres implican los comportamientos necesarios para lograr los objetivos que persiguen: expoliación, lucro, acumulación, consumismo, despilfarro y, por supuesto, poder per se. De los otros, de los políticos, los servidores públicos, los guardianes de la res pública, no hay sino vergüenza ajena, propia o alquilada. Porque ellos, sin pudor ni recato, predican: democracia y justicia social, con el fin de alcanzar una patria ordenada y generosa, y por eso, encarrerados, reclaman: democracia ya, patria para todos. Sin embargo, estos bellos y prometedores emblemas, eslóganes, lemas y consignas se compadecen cada día menos con los comportamientos de los organismos que los enarbolan. Los principios de cada organización, anteriormente tan distantes y aún opuestos, ahora no sólo se yuxtaponen, sino mezclan, entreveran, evanescen y llegan a convertirse en un gran revoltijo dentro del que resulta imposible encontrar diferencias, pues los fines que persiguen –posiciones, recursos, prebendas, control, preponderancia– los hermanan, imbrican y convierten en lo mismo.

Apenas voy a la mitad de la columneta y ya echo espuma por ambos carrillos. Por eso, antes de mencionar los casos que cubren este lunes la cuota hebdomadaria de indignación y justa cólera ciudadanas, me tomo unos minutos para mi Martini’s time y paso, con verdadero regocijo, a compartir testimonios del México que, aunque no sea nunca un trending topic, es la garantía plena de que por encima de la enconada discusión sobre qué tan fallido o sólido puede ser el Estado nos da una certeza: la nación de los mexicanos, por vapuleada que en la presente hora se encuentre, habrá de perdurar.

1.- Mario Molina, ganador del Premio Nobel de Química, fue galardonado por la Organización de las Naciones Unidas, a finales de 2014, con el premio Campeones de la Tierra. La ceremonia, presidida por Ban Ki-moon, secretario general de ésta, se llevó a cabo en el Museo Smithsoniano, en Washington. Esta distinción es un reconocimiento a quienes contribuyen a combatir el cambio climático, crean conciencia sobre los riesgos medioambientales y contribuyen responsablemente en las acciones transformadoras en el planeta.

2.- El doctor Jorge Torres Solís es un gambusino del siglo XXl. Su trabajo es descubrir lo que hay bajo la superficie de la tierra. La tecnología de punta que maneja e innova permite conocer, sin que tengan que realizarse difíciles y costosas excavaciones, lo que no puede verse a simple vista, hasta una profundidad de 10 kilómetros, por ejemplo, si bajo la superficie de un terreno existen agua, minerales, petróleo o simples cavernas sobre las que nada se puede edificar. El doctor Torres realizó estudios de posgrado en España (gestión de telecomunicaciones). Posteriormente, una maestría en sistemas de información en Inglaterra y el doctorado en ingeniería biomédica en Canadá. Aunque innecesaria la aclaración, agrego: Jorge es egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y aunque su existencia en Toronto es de primer mundo, no pierde la esperanza de regresar a vivir y servir a su país. ¿Qué no aclaré que era de estirpe Puma? ¡Cómo no te voy a querer!

3.- Se llama Xicoténcatl Gracida Canales. Realizó su doctorado en el Instituto Max Planck, en Dresde, Alemania. Su investigación posdoctoral la lleva a cabo en el Centro de Biología de Sistemas de la Universidad de Harvard. Sostiene que dentro del tracto intestinal residen billones de microorganismos llamados en su conjunto microbiota y que cuando ésta se altera se produce una situación llamada disbiosis. Ella, afirma el doctor Gracida, puede predisponer a desarrollar obesidad y sufrir problemas neurológicos y metabólicos. Sus investigaciones más recientes lo llevan a considerar que “variaciones en el metabolismo bacteriano pueden afectar las células reproductivas y causar esterilidad en un animal modelo que actualmente se está estudiando, el C. elegans”. Por eso, sostiene, es indispensable entender mejor cómo se comunica el metabolismo bacteriano con el intestino para prevenir éstas y otras alteraciones en los seres humanos. Si algo no quedó claro a la multitud, por favor, sin inhibiciones, háganmelo saber. Se me pasaba una pequeña información: Xicoténcatl es egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Después de este remanso ya me puedo dar el lujo de regresar a la jungla y confesar mi incredulidad: en la columneta pasada comenté la información sobre el descubrimiento realizado por la Procuraduría General de la República (PGR) de 48 kilos de heroína y 33 de metanfetaminas ocultas en paquetes de leche, en instalaciones propiedad del diputado panista Juan Carlos Muñoz Márquez. Tengo entendido que se encontraron también 15 kilos de heroína en envases de jugo de frutas (los que tenían jugo de manzana eran doblemente prohibidos, obviamente). Han pasado ya muchos días y el diputado federal y ahora candidato consideró que la mínima aclaración era una absurda pérdida de su tiempo. La dirección panista, por su parte, entendió claramente que si se dedica a dar aclaraciones a su militancia y a los ciudadanos en general sobre los comportamientos de sus más conspicuos militantes, corre el riesgo de que Margarita y su esposo (¿cómo se llama él?) dejen de retroceder en el ánimo partidario. La PGR, por su parte, está convencida de que si emitió un boletín ya cumplió.

¿Y la frívola explicación del senador Cordero de por qué optó por viajar al Super Bowl en lugar de asistir a la sesión del Congreso general a que estaba obligado? ¿Y la nominación del senador Jorge Luis Preciado a la gubernatura de Colima, pese a su afán de convertir la entidad en un pequeño (pero redituable) principado, sin más mérito que haber construido anticipadamente su castillo-hotel? Todo esto, más lo que se acumule, será materia de la próxima columneta.

El jueves se evaporó una dama y surgió un caballero. La excelentísima señora embajadora de Finlandia, Anne Lammila, impuso (es un decir, porque la recipiendaria estaba hecha unas castañuelas y no se resistió en lo más mínimo) la insignia de la Orden del León de Finlandia, en el grado de caballero, primera clase (nomás faltaba que de clase turista), a la empresaria mexicana Lilia Rossbach. Esta distinción es tan merecida como dilatada, pues la señora Rossbach tiene casi tres décadas de fomentar con tesón las relaciones económicas y culturales entre México y ese pequeño pero ejemplar país que es Finlandia. Lo que nadie debe esperar es que doña Lilia se convierta en el caballero de la triste figura. Por lo contrario, caballero será, pero de la figura alegre, jacarandosa y, por supuesto, parlante, que siempre ha sido.

Twitter: @ortiztejeda