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El huracán Charlie
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os jefes de Estado o de gobierno no suelen salir a la calle para encabezar manifestaciones multitudinarias. Asisten a concentraciones políticas durante las campañas electorales, pero rara vez salen a defender una causa o una idea como la libertad de expresión. Pero eso es precisamente lo que hizo el pasado 11 de enero el presidente François Hollande cuando se dieron cita en París un millón y medio de franceses y unos 50 jefes de Estado y de gobierno, en su mayoría europeos.

A primera vista se trató de un acto para reafirmar el derecho a la libertad de expresión y para repudiar el terrorismo tras los asesinatos en las oficinas del semanario satírico Charlie Hebdo y en un supermercado kósher. Pero Hollande, que se había visto muy activo ante los atentados, supo aprovechar la manifestación al grado de que subieron sus bonos políticos y ahora se habla del espíritu de unidad del 11 de enero y de un frente republicano.

En un principio se habló de que el gran perdedor de esa jornada histórica había sido el Frente Nacional que encabeza Marine Le Pen. No estuvo en la manifestación y se le criticó mucho por ello.

Sin embargo, el pasado domingo el Frente Nacional resurgió con fuerza en unos comicios parciales en el departamento de Doubs, al quedar en primer lugar, y por delante del candidato socialista, el partido que solía ganar las elecciones. Es cierto que hubo una participación muy baja y que los socialistas podrían triunfar en la segunda vuelta, que se lleva a cabo hoy. Pero es cierto también que el auge de la ultraderecha preocupa a muchos franceses. Durante la campaña en Doubs el Frente Nacional criticó la inmigración masiva y el peligro islamita.

La popularidad del nuevo primer ministro, Manuel Valls, también ha registrado un aumento notable. En una rueda de prensa el pasado 20 de enero se refirió con contundencia a los problemas sociales de Francia. Dijo que existía “un apartheid territorial, social y étnico”. Dijo que había fallado la escuela laica y republicana y se comprometió a luchar contra las desigualdades. Insistió en que se deben aportar respuestas republicanas; si no, los franceses buscarán respuestas estigmatizantes en el Frente Nacional.

Al día siguiente Valls anunció un programa para reforzar con capital humano y material la lucha antiterrorista. En concreto aludió a los medios humanos y técnicos de los servicios de inteligencia. Aquí apunta a un paso parecido a la Ley Patriota que aprobó el Congreso estadunidense seis semanas después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Esa ley ha dado pie a un intenso debate en Estados Unidos sobre cómo luchar contra el terrorismo sin violar los derechos y libertades civiles. Ahora le tocará a Francia discutir la cuestión.

Hace 40 años que en Francia empezó a aumentar el número de migrantes del norte de África, en particular de Argelia y Marruecos. Los que cometieron los atentados del 7 de enero eran franceses. De ahí los comentarios de Valls acerca del fracaso de la educación laica y republicana.

Hoy hay unos 4.7 millones de franceses musulmanes. Es el país europeo con la mayor población islamista. Constituyen 7 por ciento de la población total y están concentrados en las banlieues de las grandes ciudades. Pero suelen ser tres veces más pobres que el resto de los franceses, su tasa de desempleo es el doble del promedio nacional y la tasa de analfabetismo de las personas entre 18 y 29 años de edad es de 12 ciento (cuatro veces mayor a la media nacional).

He ahí el reto que planteó con franqueza el primer ministro. Tras los disturbios de 2005, la situación ha empeorado pese a las promesas de reformas profundas. Al igual que hace 10 años la pregunta es: ¿cómo asegurar que esa población se convierta en franceses que defienden los valores republicanos? Según Valls, requerirá de un esfuerzo de 30 años.

No cabe duda de que Europa en general y Francia en particular atraviesan por una etapa social, política y económicamente complicada. En Alemania y en otros países han aparecido agrupaciones como el movimiento islamófobo Pegida (el acrónimo alemán de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente). Ejercen su derecho a la libertad de expresión y dan pie a contramanifestaciones para protestar por la xenofobia y el racismo de Pegida.

Se perfila una lucha por la identidad de Europa. Y la religión, al igual que los valores republicanos emanados de la Revolución Francesa de 1789, jugará un importante papel en esa lucha. A los pocos días de los atentados en París, el papa Francisco dijo que la libertad de expresión no debe usarse para insultar a otras religiones.

Al día siguiente, el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, le contestó al Papa: Creo que en la sociedad libre existe el derecho a ofender las creencias religiosas de otros. Yo soy cristiano. Si alguien dice algo ofensivo sobre Jesús, lo encontraré ofensivo, pero en una sociedad libre no tengo el derecho a infligir venganza sobre ellos. Tenemos que aceptar que esos periódicos y revistas pueden publicar cosas que pueden ofender a alguien, al menos mientras no vayan contra la ley. Esto es lo que debemos defender.

El Papa se vio obligado a matizar su comentario original: En teoría no se debe reaccionar de forma violenta a una provocación o una ofensa. Podemos decir aquello que el Evangelio dice, debemos poner la otra mejilla. Todos estamos de acuerdo en la teoría, pero somos humanos y la prudencia es una virtud de la convivencia humana. La libertad de expresión debe tener en cuenta la realidad humana y debe ser acompañada de la prudencia para no enfadar a los demás.

El debate va para largo y en Francia se ha iniciado una reflexión colectiva sobre lo que significa ser francés. La república tendrá que reinventarse, como dijo el reconocido politólogo Dominique Moïsi hace poco.