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La democracia que México necesita
E

n teoría, la democracia es la forma de gobierno del Estado donde el poder se ejerce por el pueblo. La democracia se interpreta como una doctrina y un sistema de vida en la sociedad, y cuando es verdadera, implica el respeto a los derechos humanos y el ejercicio de las libertades civiles para proteger las garantías individuales y luchar por la igualdad de oportunidades.

Este año en México se realizarán elecciones federales y locales, en diverso número e importancia. Los ciudadanos votarán por el cambio completo de los 500 diputados federales, así como por diferentes diputaciones locales y funcionarios municipales, lo mismo que por nueve gobernadores. En total, el Instituto Nacional Electoral señala que serán 2 mil 159 cargos públicos los que se disputarán el 7 de junio de este 2015, primer domingo de dicho mes.

Se trata de las elecciones denominadas intermedias, pues ocurren a la mitad del periodo sexenal del gobierno federal. Bien se sabe que en estas contiendas el interés de los ciudadanos es menor que en los comicios presidenciales. No obstante, hay una intensa atención de amplios sectores sociales para participar en estos procesos políticos, debido al momento crucial que está viviendo el país con motivo de asuntos extraelectorales, como las crisis de Tlatlaya y Ayotzinapa, así como la baja internacional de los precios del petróleo, que ha orillado a recortes agudos del gasto presupuestal para este año.

La clase trabajadora está atenta al desarrollo de los preámbulos electorales. No se nos escapa la importancia que este esfuerzo nacional tiene para México, en los momentos que vive el país de profundos desarreglos sociales y económicos. Para los trabajadores, esta es una buena oportunidad que tienen los partidos y los ciudadanos de plantear cambios a la estrategia política y económica, que ha concentrado mucho más la riqueza en pocas manos y ha hecho evidentes la represión o el olvido de las demandas populares, sin que se adviertan hasta hoy intenciones de cambio de modelo en las filas del gobierno. Por el contrario, desde los círculos del poder se enfatiza la permanencia de dicho esquema de economía, lo cual mantiene la preocupación y el rechazo en este tema.

En el gremio minero trabajador se tiene una muy clara idea de la democracia, que al interior de su organización, el Sindicato Nacional de Mineros realiza cotidianamente. Esta ha sido una valiosa escuela para este importante y básico sector de la industria nacional, donde los asuntos de la representación sindical y del manejo de las demandas económicas están estrechamente ligados. Es una agrupación en la que a diario, durante todo el año, se practica la democracia que va unida a la necesidad de avances en lo económico. Tan es así que el Sindicato Nacional de Mineros, que me honro en presidir, ha luchado y ha conseguido los mejores y mayores aumentos de ingresos globales para los afiliados, del orden de 12 a 14 por ciento anual en promedio, muy por encima de la tasa de inflación, pero también muy arriba de lo que otros sindicatos obtienen en sus revisiones salariales y de contrato colectivo. La clave está en la estrategia política interna, abierta y transparente, que hemos practicado para fortalecer la unidad, la lealtad y la solidaridad de clase.

Esta forma democrática, que se desarrolla desde la base de la organización sindical y llega hasta los niveles más altos de la representación, nos hace saber que no basta la democracia electoral si no se refleja en la mejoría del bienestar de los participantes en los procesos productivos y en la generación de la riqueza. Lo mismo es para la sociedad. Un sistema que se queda en lo puramente electoral y no llega a la realidad social y económica es una democracia imperfecta, que genera abusos y creciente desigualdad.

En tales condiciones, para los comicios de 2015 poco se avanzará en el desarrollo democrático nacional si los esfuerzos se vuelven a quedar en lo puramente formal de las elecciones. Pues mucha gente se pregunta en qué ha quedado el avance democrático logrado en los anteriores lustros si con este no se mejoran las condiciones y las perspectivas de vida de la población; y si, por el contrario, cada vez son más hondas las desigualdades y la pobreza lacerante en que vive la mitad de los mexicanos, la cual no parece que tendrá una respuesta electoral adecuada.

La democracia, para ser genuina, debe ir a sus orígenes modernos, los de la Ilustración francesa del siglo XVIII. Un Montesquieu, un Rousseau, y un poco antes un Locke, así como muchos otros pensadores de ese tiempo plantearon con claridad el reto democrático frente al autoritarismo monárquico y la falta de libertades. Desde aquellos lejanos días, Montesquieu señaló que el amor a la república es amor a la democracia, y este es amor a la igualdad, y que “cuando la virtud –principio básico de la democracia– desaparece, comienza la corrupción de la democracia y la república corre el riesgo de perderse”. Por eso, decía, la corrupción de cada gobierno empieza, casi siempre, por la de los principios.

Mucho bien les haría a nuestros dirigentes políticos, sociales y empresariales, así como a los comunicadores, despertar la pasión de servicio y amor a la patria, al mismo tiempo que practicaran la lectura de los enciclopedistas franceses. De ello seguramente saldrían fortalecidos los esfuerzos de todos por unos comicios limpios, pero sobre todo, por unas elecciones que fueran al fondo de las necesidades sociales de México. Una democracia puramente formal, que sólo se mantenga en lo electoral, no dice mucho a la gente que vive con necesidades y carencias que es preciso, urgente e insoslayable atender. Es un imperativo político básico andar hacia una democracia más realista, en lo económico y en lo social.

Las contiendas electorales que no sirvan al mejoramiento económico y social del pueblo son pura y vil demagogia. Cuando en México logremos cristalizar un sistema democrático que derive hacia el bienestar, la cultura, la dignidad y la felicidad de las mayorías, entonces podremos enorgullecernos de nuestra democracia. Antes no.