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Balance de la Jornada

Blanco, el último ídolo popular

Verón, el emblema de Pumas

E

l estadio Azteca rindió pleitesía al último ídolo del futbol mexicano: Cuauhtémoc Blanco. El sábado, playeras amarillas y camoteras brindaron aplausos por igual a un veterano y polémico jugador que encarna la aspiración del barrio. El Temo ha hecho honor a su segundo apellido (Bravo) y así pasó de jugar de los llanos de las colonias Tlatilco y Tepito al Mundial 1998, donde dejó para la historia su famosa Cuauteminha.

Podría decirse que es el futbolista que más se asemeja a un ídolo boxístico nacional: en la cancha (como en el cuadrilátero) tiene un talento natural que lo ubica entre los privilegiados. Su capacidad le dio para anotar en Francia 1998 uno de los mejores goles: en acrobático salto, con las piernas hacia adelante, anotó al golpear el esférico con la parte externa del pie izquierdo y entró en un resquicio entre poste y portero.

Y ese talento, unido a su desparpajo, le dio también para crear momentos chuscos como parar el balón con el trasero y rematar con la espalda (joroba, dirán sus críticos).

Como todo buen boxeador, se niega al retiro. La condición física es fundamental en el pugilismo, una de las disciplinas más desgastantes, pero al ser el balompié un deporte de conjunto, Blanco tiene la ventaja de entrar en los últimos 15 minutos, tiempo que le es suficiente para dar unos cuantos taconazos y balones filtrados que equivalen a medio gol, mientras los que ahora portan la camiseta americanista corren y corren como si fueran maratonistas.

Sin la genialidad que le otorga el balón, el Cuau entra en polémicas, como insultar y golpear periodistas, encarar rivales y técnicos y una vida bohemia que lo hace aparecer en notas de la farándula.

El último ídolo boxístico fue Rubén Olivares, ya que a Julio César Chávez se le reconocen sus hazañas en el cuadrilátero, pero era visitante frecuente de Los Pinos en tiempos salinistas y una de las figuras consentidas de Televisa y el PRI, lo que lo alejó de la popularidad espontánea de que gozó el Púas. Y a pesar de que Blanco es identificado con el América, muchos le reconocen sus logros con otras camisetas y sobre todo con la selección nacional.

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Cuauhtémoc Blanco acaparó la atención al inscribirse como precandidato a la presidencia municipal de Cuernavaca y con su regreso al estadio AztecaFoto Ap

Blanco acaparó la semana, primero con su destape como precandidato para alcalde de Cuernavaca –aunque ahí mismo reconoció que jamás ha votado y que no es político–, y luego con el homenaje popular en el Azteca. Más allá de los usos y abusos del poder con boxeadores, futbolistas y deportistas en general, nos quedamos con el talento con el balón que posee el Temo para convertirse en uno esos ídolos que surgen rara vez y que, en el caso del balompié, surgirán cada vez menos porque a los jóvenes les están dejando pocas oportunidades para mostrarse, aunque la Sub-20 acaba de conseguir el tricampeonato.

En la esquina de los Pumas, el que levanta la mano es Darío Verón. El paraguayo recordó que hace más de 10 años, cuando pisó Ciudad Universitaria con el Cobreloa, se hizo a la idea de quedarse a jugar. Al final del encuentro, el entonces directivo auriazul Arturo Elías Ayub bajó corriendo a los vestidores para contratar al recio defensa central.

Cumplido el objetivo de quedarse en ese estadio que tanto le gustó, Verón se entregó con la casaca universitaria como si fuera un auténtico canterano. Y ha demostrado amor dentro y fuera de la cancha: suma cuatro títulos y ayer cumplió 400 partidos. Ha rechazado ofertas que cualquier otro hubiera aceptado, ya que los cheques tenían firmas de América, Cruz Azul y Toluca.

Y mientras Temo sigue batallando a sus 42 años y Verón es el emblema de estos Pumas, César Delgado dijo adiós al Monterrey. Primero en Cruz Azul y luego en Rayados, Chelito apenas mostró aislados destellos de su indudable calidad. De haber sudado las playeras como hicieron las dos figuras, hubiera sido uno de los mejores extranjeros en México.