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Toros

En la decimocuarta corrida de la temporada los mansos fueron de Fernando de la Mora

Acabó triunfando el detallismo ante desfile de reses repetidoras, pero sin transmisión

Oreja protestada a Zotoluco

Bonitos detalles de Morante

Apurado apéndice a Silveti

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Eulalio López Zotoluco regresó al embudo de Insurgentes sólo para encontrarse con dos astados mansurrones y sososFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 26 de enero de 2015, p. a39

El figurismo, ese concepto obsoleto que otorga a los diestros que figuran todas las ventajas –ganado, alternantes, fechas y honorarios–, aunque carezcan de imán de taquilla, no acaba de entender que el supuesto toro ideal poco o nada sirve, precisamente porque esa eventual repetitividad docilona apenas conecta con el graderío. Empresas, apoderados y crítica lo saben, pero de espaldas a la afición prefieren anteponer la comodidad a la emoción, luego culpar a los antitaurinos por las plazas semivacías y asunto arreglado. Pero el cinismo es lo último que morirá... junto con una fiesta más breve que brava.

Poco más de un cuarto de entrada lograron hacer la primera figura (?) de México, el torero de pellizco de España y un joven mexicano que aspira a figura. Amplios claros tanto en barreras como en los tendidos confirmaron el discreto interés que la combinación despertó para la decimocuarta corrida del Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), antes Plaza México.

Ayer los mansos voluntariosos fueron de Fernando de la Mora para Eulalio López Zotoluco (47 años de edad y 28 de alternativa), José Antonio Morante de la Puebla (35 y 17) y Diego Silveti (29 y 3), ya en su tercera comparecencia en la temporada, que de algo han de servir las dinastías y los amigos importantes.

Luego de su discreta encerrona en la sexta corrida del serial, Zotoluco regresó al embudo de Insurgentes sólo para encontrarse con dos astados mansurrones y sosos, lo que a su esforzado estilo le dificultó calar hondo en los asistentes. Entre división de opiniones se llevó una oreja de su primero, y al que Lalo tuvo que rogarle las embestidas, sobre todo por el derecho. Dejó un despacioso volapié en todo lo alto, el mejor de una tarde en que la suerte suprema brilló por su ausencia. A su segundo, igual de manso y deslucido, el de Azcapotzalco lo despachó de estocada desprendida.

El arte no tiene miedo, dice un eslogan de Morante, pero le sobra displicencia, debió agregar, ya que el diestro andaluz añade a su sello un toreo a cuentagotas, escasito de enjundia y de entrega, sabedor de que estilo y padrinos poderosos disfrazan indolencia. Templó en una sola verónica a su primero, que derribó hasta en dos ocasiones al caballo, no al picador, más que por la embestida por el exceso de tranquilizante al jamelgo. Con la muleta, dejó dos trincherazos, alguno de la firma, espadazo tendido y tres descabellos. Fue pitado con razón. Con su segundo, otro repetidor sin fondo que recibió un ojal a manera de puyazo, chicuelinas rapidillas pero garbosas y sin hacerse del toro algunos derechazos. Logró luego naturales templados y ligados, dejó una entera caída, escuchó un aviso, al segundo intento acertó con la puntilla, hubo leve petición de oreja y se dio una vuelta entre división de opiniones. Ah que pellizcos tan escasos.

A Diego Silveti lo sigue acompañando la suerte en los sorteos, no en el desempeño con sus lotes, ante los que todo lo intenta y casi todo le sale, pero sin conectar fuerte, porque no acaba de estructurar las faenas, por lo general entre altibajos. Con el lote menos malo del encierro –hasta un arrastre lento a su primero ordenó el juez que, como el público, confunde toreabilidad con bravura– se vio variado y vistoso con el capote y afanoso y desigual con la muleta. Obtuvo apurada oreja del cierraplaza tras pinchazo y entera.