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Joyas musicales talladas a mano
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Periódico La Jornada
Sábado 17 de enero de 2015, p. a16

Una melodía crea clima de encantamiento, atrapa al escucha desde el primer compás y el hechizo durará todo el disco, en diapasón de atmósferas variopintas, siempre con una sensación de resguardo, cobijo, la certeza de sentirse amado.

Motherland, su título, viene como anillo al dedo en la naturaleza de este nuevo álbum que es un lujo de linduras.

Más que la traducción literal, patria, por el contenido y significación de la música que compone el disco, lo que suena adquiere dimensiones mejores: madre, la tierra de la madre, maternidad, hogar, terruño, pertenencia.

Se trata del nuevo disco de una nueva celebridad en el mundo de la música: Khatia Buniatishvili, nacida hace 26 años en Georgia, ese punto que sutura Asia y Europa, y es esa combinación cultural el elemento magnífico que hace de este disco una joya de rara belleza, más que exotismo.

La melodía que suena en este inicio mágico es la que anima la Cantata 108 de Bach y redimensiona, resignifica el sentido que tenía para muchos esa cantata religiosa para ubicarse en el territorio prístino y sencillo de la música espiritual.

Las 17 piezas que conforman este hermoso juego de abalorios pertenecen a ese ámbito, el de la música espiritual, de manera que no importa que la Cantata de Bach hable de ovejas y de pastores y de esas monerías de la religión fulanita. En cambio, la transparencia, dulzura, pureza que transmina esa música coloca de manera automática en estado de gracia al más pecador, al más impío, al más impuro. Al más humano.

Khatia Buniatishvili, al igual que su hermana, Grantsa, recibió de su madre el regalo de la música desde que estaba en su vientre. Una vez que sus dedos crecieron lo suficiente, a los tres años de edad, la madre sentó a las niñas frente al teclado de un piano y desde entonces su vida es plena.

Es por ese motivo que Khatia dedica este disco a su madre, Natalia, y con su hermana Grantsa interpretan de manera jubilosa la Danza húngara número 8, de Dvorak, con la gracia que solamente poseen las niñas que se saben amadas y por tanto desarrollan una gran capacidad de amar.

Ese es el espíritu que anima este disco maravilloso: la capacidad de amar.

Por eso el Claire de lune, de Debussy, que hemos escuchado desde niños tantas veces, suena aquí muy diferente. Suena a Luna suspendida de una nube y cae como lluvia de luz sobre nuestros suspiros.

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Por eso la Musica ricercata, de Gyorgy Ligeti, suena en esa atmósfera de bosque encantado que capturó Stanley Kubrick en dos de sus películas (2001: Odisea del espacio y Ojos bien cerrados), pero aquí con ese dejo de inocencia edénica que posee la sonrisa de una mujer que no ha perdido su capacidad de ser niña.

Por eso la cantinela de When Almonds Blossomed (Cuando florecen los almendros) de ese gran compositor georgiano, paisano de Khatia, Giya Kancheli, suena a eso, a flores floreciendo (como la shuva shuvendo, la lluvia lloviendo de Tom Jobim en Aguas de Marzo), a ese viento que huele a flor, a esa sensación de plenitud en las mejillas, ventiladas, mojadas de alegría.

Es por eso que la pieza que cierra el disco, Für Alina, de Arvo Pärt, nos induce en un estado de meditación y paz, en una ceremonia solemne de armonía espiritual, con sus frases leves, su fraseo inconfundiblemente Arvo Pärt, su tranquilidad anímica, su sentido de placidez, arropamiento, cobijo. Es la puesta en música de la definición de felicidad en palabras de Matthieu Ricard: la verdadera felicidad consiste en un estado permanente de serenidad.

A eso suena, a eso hace sonar el piano la gran Khatia, quien a sus 26 años de edad ya ha desarrollado la capacidad de hacer el bien a los demás, por esa manera tan delicada, sutil, misteriosa y magistral de tocar el piano.

Un Minueto encantador de Handel, una sutil Sonata de Scarlatti, un pasaje poético de Grieg, una canción tradicional georgiana, puesta en piano por Khatia, un Intermezzo de Brahms, un Estudio de Scriabin que alcanza dimensiones metafísicas.

Las 17 piezas que animan este bello álbum suenan como lo que son: joyas en miniatura labradas a mano, notas de piano bruñidas con el corazón, música amatoria en estado alquímico. La puesta en sonidos de la capacidad de amar. Una música profunda y ligera. Espiritual.

Por la música hablará el espíritu.

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