Opinión
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México en riesgo
T

res años han pasado de la publicación de un libro llamado México en riesgo. El autor, yo, no lo fui del título. Lo tituló o por lo menos lo aprobó Ariel Rosales, el editor estrella de Random House.

El editor acertó, pues el título lamentablemente anticipó una crisis sociopolítica con sus derivaciones económicas. Desde entonces estaba claro que estábamos en un acelerado proceso de descomposición que propiciaron la tecnocracia de Zedillo, la flacidez de Fox y la guerra de Calderón.

No era el afán del libro anunciar el caos hoy presente, determinante de quién sabe qué y hasta dónde, pero evidentemente proyectaba una sombra que el editor advirtió claramente.

Salvo episodios o crisis de violencia: octubre del 68, los halcones de junio de 1971, el EZLN en 1994, Acteal en 1997, y ahora Tlatlaya e Iguala, México transcurrió décadas entumecido socialmente por un sistema imperativo que, en lo general, produjo estabilidad, pero que sujetó al país a un proceso acumulativo de desesperación que hoy ya no da para más.

El diagnóstico oficial presentado en el Plan Nacional de Desarrollo de Peña (PND) fue sobradamente académico, cartesiano y sí, fue poco sonoro y realista como corolario del dolor social. La desesperación acumulada y este último yerro nos condujeron a Tlatlaya e Iguala.

Peor aún, visto a dos años de gobierno, el PND fracasó como una herramienta integral. Ese es en el fondo, la raíz y razón de los sacudimientos populares que se han mencionado. Esa visión nos llevó a la aridez ideológica del actual gobierno, emergido de un partido teóricamente revolucionario y conservador declarado ante Televisa por boca de su caudillo.

Es inadmisible que México esté a la deriva, escribió Peña Nieto en 2011. Pues hoy no estamos a la deriva, estamos encallados. El gobierno decidió seguir gobernando como lo hizo en Toluca: desplegando grandiosidad, ornamentos, oratoria de telepromter y dinero.

Evitó y evita alentar el levantamiento de las conciencias y el pensamiento crítico. Ha eludido por dos años gobernar con una ética republicana y dentro de ella comprometer, como eje de su administración, un combate irreductible a la corrupción, máximo cancerígeno actual. Hacerlo sólo retóricamente, como en este momento tardío, suena verdaderamente ofensivo.

Muchas cosas podrían comentarse de estos dos años, pero la más contundente –por sus grandes resonancias– es que en materia de corrupción no hay solvencia moral en los oradores después de las exhibiciones de practicar todo lo contario.

Cómo respaldar esa oratoria con Arturo Montiel, Humberto Moreira, Genaro García Luna, Maricela Morales o Javier Duarte y decenas más en la calle o en puestos públicos. ¿Cómo levantar la voz con las casas blancas en el escaparate?

Escuchar esa vacía y falaz oratoria es ofensivo dada la asfixia en que vivimos por la corrupción. De esta corrupción, madre de todos los desenfrenos, se deriva que después de dos años de gobierno no haya razón para creer en el arribo a un estado de sosiego social, de justicia y bienestar.

El derecho a la felicidad como aspiración esencial del hombre, en México es hoy una quimera. No entendemos el presente como una razonable expectativa de justicia para el país y nos angustian los nubarrones del futuro que por hoy es lo único cierto. Por eso quien intituló a México en riesgo tuvo razón. Decía el libro:

“El sistema mexicano, el gran acuerdo nacional para existir y progresar, hoy está en plena agonía; sus pesos y contrapesos han perdido el equilibrio. Se ha tornado inmanejable. No es sólo el sistema político, es el recurso organizativo de todas las fuerzas nacionales, adoptado históricamente para hacer viable al país y darle un horizonte promisorio.

“Hoy México enfrenta un dilema: Nos enorgullecemos de nuestro pasado ancestral, pero no entendemos el presente y ni siquiera intuimos el futuro. De no resolverlo, no iremos a ninguna parte. En cambio, si nos comprometemos con la búsqueda de una solución creativa, con la participación entusiasta del mayor número de ciudadanos, generando consensos y fijando metas tan realistas como ambiciosas, sin duda garantizaremos el porvenir de nuestro México: Esplendores de Treinta Siglos”.(1)

Así se percibía el momento y el futuro hace más de tres años. Con un cambio de gobierno de por medio, hoy nos agobia una actualidad más corrompida, desmoralizadora, una promesa evidentemente fallida.

Parece ser que hoy como los deudos de Ayotzinapa, la sociedad debe actuar. Tomemos el infortunio de hoy como el energizante de una nueva lucha para vastas y crecientes masas sociales, porque con las armas de la prudencia, esto no da para más.

(1) Nombre de la exposición presentada en el Colegio de San Ildefonso, Distrito Federal, Nueva York, San Antonio y Los Ángeles en 1993. En México alcanzó una cifra de casi un millón de visitantes, sin precedentes en una muestra retrospectiva de arte que se volvió masiva.