Opinión
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Puntos sobre las íes

Carlos Arruza XXXVIII

E

scribimos ayer…

Tras alcanzar Carlos un sonado triunfo en Tijuana recibió una llamada de Mari Carmen, desde Portugal, para informarle que su pequeña hija estaba gravemente enferma; un verdadero calvario por todo lo que tuvieron que vivir.

De inmediato trató Carlos de conseguir un vuelo Tijuana-DF para transbordar a Nueva York y de ahí a España o Portugal, pero el vuelo inicial estaba lleno y fue entonces que el gran Silverio Pérez le dio su boleto a Carlos para que volara a México, pero, en calidad de demonio, se interpuso el piloto y, por más ruegos, súplicas y explicaciones, no accedió y esto trajo como consecuencia que las conexiones que estaban ya arregladas se cancelaran y, desgraciadamente, no pudo volver a ver con vida a la pequeña y cuando pudo llegar, la habían ya sepultado.

Vaya dolor

No cabe duda que el sentido común es el menos común de los sentidos y el capitansito uno de esos; imbécil e inhumano por los cuatro costados y uno más de los muchos que hay.

Los esposos no sabían ni que hacer, anduvieron de un lado para otro tratando de menguar su dolor y, tras un prudente silencio de Andrés Gago, recibió Carlos una llamada de su apoderado preguntándole si estaba en condiciones de volver a torear.

–Sí, respondió lacónicamente el matador.

Tal vez, suponemos, esa decisión haya sido una forma de hacer más llevadero el calvario de Carlos y Mari Carmen y comenzó en Guadalajara, con un rotundo éxito, a lo que siguieron varios más en los estados, hasta que llegó el momento de presentarse en la capital.

Y, a la vez, para paliar la pena que embargaba a Carlos y a Mari Carmen, los triunfos de El Ciclón, la valieron el trofeo de triunfador de la temporada y la medalla por su actuación en la Corrida Guadalupana, entre otros varios.

Esos triunfos en la capital fueron por demás conmovedores para Carlos, pues llevaba años y felices días soñando en dar el do de pecho y no fue uno sólo, sino el de todas sus actuaciones.

Para 1952, nuestro biografiado decidió no torear en España, ya que don Juan Bilbao, aquel inolvidable gran amigo y empresario de Ciudad Juárez y otros cosos, le firmó un muy buen contrato para varias corridas en los estados, así que Carlos y su cuadrilla –a la que se anexó al extraordinario picador El Güero Guadalupe– de nueva cuenta a las carreteras para torear de domingo a domingo y, de pronto, una tentación, le hizo flaquear en su inicial propósito.

Y volvió a España.

Andrés Gago le preguntó si quería torear dos corridas en su tan querida plaza de Barcelona, en la feria de La Merced, el mes de septiembre, pero Carlos tenía comprometidos todos los domingos de ese mes con don Juan Bilbao y éste le cedió uno para que pudiera ir a la Ciudad Condal, ya que la primera fecha era un sábado.

Vaya calendario: dos domingos en dos continentes.

Barcelona, 27 y 28 de septiembre y el domingo siguiente, octubre 5, en Nogales y poder compaginar los vuelos no fue tarea fácil pero, tras de mucho batallar, todo se pudo arreglar.

Los encierros anunciados para Barcelona eran de Murube, o sea con toda la barba. En la primera el cartel lo completaban Julio Aparicio y Emilio Ortuño Jumillano y para la segunda estaban César Girón y Agustín Parra Parrita que esa tarde se despedía de los ruedos.

¿Hubo desiderátum?

No uno, fueron dos.

Con los letreros agotados los billetes para las dos tardes, Carlos volvió a estar en Ciclón: cuatro orejas y un rabo fue el marcador del sábado y para el día siguiente se le concedieron dos auriculares.

Y de ahí, a la cabalgata aérea, para apenitas llegar a Nogales.

Obviamente, por tanto ajetreo, tanto avión y tanto nerviosismo, estaba Carlos, sumamente débil y marchito, en una palabra anémico, así que el viernes en Tijuana, consultó con un médico que le dijo era necesario transfundirle sangre y tras de análisis a toda la cuadrilla resultó que la única apropiada era del Chico Pollo y apenas iniciada la transfusión Carlos se puso como un monstruo, se la inflamó la cara, la lengua no cabía en su boca, las orejas en calidad de audífono, así que de inmediato, adiós a la sangre de Ricardo.

+ + +

Ya continuaremos

(AAB)