Opinión
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Piketty: aproximación impresionista
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racias a una oportuna y generosa promoción del Fondo de Cultura Económica (FCE), dirigido ahora por el entusiasta amigo José Carreño Carlón, tenemos la versión en español de El Capital en el Siglo XXI, de Thomas Piketty. La edición del FCE fue de 40 mil ejemplares y circula ya una primera reimpresión de la misma.

Thomas Piketty desembarcó en la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) para luego aterrizar en la ciudad de México con presentaciones de su formidable libro en el CIDE, la UNAM (en el auditorio Raúl Fournier de la Facultad de Medicina), el Museo de Antropología (invitado por la UAM), El Colegio de México y el Senado. En la UNAM, como ocurrió en la FIL, el notable investigador francés (43 años) fue objeto de masivos homenajes juveniles que, de su firma sobre el volumen, pasaban a la solicitud de fotos o el apretón de manos y el abrazo.

El escenario masivo juvenil de estos acontecimientos confirmó el atractivo global de esta magna y decisiva obra, así como el talante de rock star que la comunidad internacional ha conferido a su autor, después de la gran recepción que el libro recibió en Estados Unidos por parte de indiscutibles líderes del pensamiento económico y social internacional, como Robert Solow, Paul Krugman o Joseph Stiglitz, tres premios Nobel de economía, y por otros destacados estudiosos del capitalismo contemporáneo y sus voluptuosas inclinaciones a la concentración de la riqueza, el ingreso y las oportunidades.

Como lo postula Piketty, la operación incontrolada de esta ley fundamental del capitalismo amenaza al mundo con la redición del capitalismo patrimonial del siglo XIX. Ahora a escala global y en franco enfrentamiento con la democracia y sus capacidades de encauzamiento del conflicto y contención de sus excesos de injusticia social y opresión política, este capitalismo de los herederos amenaza con apoderarse de la vida colectiva y personal si no es puesto, pronto, a buen recaudo por el Estado y las organizaciones políticas y ciudadanas.

Ya en estas páginas, Julio Boltvinik registró la importancia que este portento de la investigación histórica y social, así como del razonamiento teórico elegante y sólido, debe tener para el debate en curso sobre el destino y la naturaleza del capitalismo actual. Sobre el tema central objeto de su estudio, la cuestión decisiva de nuestro tiempo que diría el presidente Barack Obama, en América Latina se han producido trabajos de enorme relevancia desde Prebisch en adelante, o de los liberales sociales de la Reforma mexicana del siglo XIX.

Con La Hora de la Igualdad y entregas subsiguientes, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) actualizó y enriqueció nuestro entendimiento de este fenómeno multidimensional de una desigualdad nutrida por la heterogeneidad estructural que nos ha marcado a lo largo de nuestra historia moderna. Agudizada por la crisis y el estancamiento económico relativo, y vuelto una especie de mala educación y anticultura por la insensibilidad de la política y los políticos respecto de la desigualdad, el fenómeno se implanta sin permiso de nadie en el corazón de los estados.

Los autoritarismos pueden haber pasado a la historia, pero la desigualdad y la injusticia siguen aquí, aposentadas en el centro de los usos y las decisiones del poder, siempre al acecho de una política cuya indudable pluralidad no se ha traducido en acuerdos fundamentales para combatirla. De aquí el peligro de que el descontento en la democracia pase a ser uno con la democracia, como lo advirtió el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) hace unos años.

Mucho trabajo y reflexión auspiciará este extraordinario éxito de librerías y opinión pública que encarna el joven y talentoso estudioso de la Escuela de Economía de París. Los avances que en la materia se han dado en México y la región latinoamericana son robustos, como lo es ya el conocimiento empírico sobre la pobreza y la desigualdad producido en los últimos lustros. Ahí están el Coneval y el riguroso Inegi, junto con investigaciones como las de Fernando Cortés, Miguel Székely, Carlos Tello, Julio Boltvinik y otros reconocidos investigadores y académicos.

Nunca habíamos conocido y sabido tanto de la cuestión y es por eso que debemos repetir que nunca habíamos hecho tan poco para encararla y superarla, como reza la paradoja de Bossuett en versión del estudioso Pierre Rosanvallon. El precio de la desigualdad, que revelara hace unos años Joseph Stiglitz, fue puesto en términos de su impacto nocivo sobre el conjunto de la vida social por la notable investigación de alcance internacional debida a los ingleses Wilkinson y Pickett: The Spirit Level, de la que ya hay una versión en español gracias a la editorial Turner.

No estamos, pues, desprovistos de conocimiento y capacidad de medición, dos de las condiciones para actuar, conforme al credo positivista. Pero la acción se va por otro lado o encalla abrumada por la complejidad de los estados y la cultura política imperante, arrinconada por las sensibilidades extremosas que nos legaron el individualismo posesivo, el fetichismo de la competitividad y el dogmatismo neoliberal que vive y colea.

El bloque se impone, a pesar de las aberraciones trágicas a que nos lleva su dominio, como lo habremos de constatar cuando podamos acercarnos con más cuidado y frialdad al crimen de Iguala. Entonces descubriremos de nuevo la matriz de desigualdad y opresión que subyace al crimen organizado y da legitimidad al reclamo no sólo al Estado, sino a la proclama por un Estado renovado y poderoso, es decir, plenamente democrático.

Muchas serán las citas y glosas de esta obra maestra de la economía política contemporánea, que no puede sino ser un despliegue enorme de conocimiento y uso de la historia, las ciencias sociales y la novela. Por ahora, me quedo con la siguiente, por su pertinencia para nuestras angustias presentes: La historia de la distribución de la riqueza es siempre una historia profundamente política. Cuando la política renuncia a ocuparse de la desigualdad, para modularla, atenuarla o superarla, la política renuncia a una de sus esencias… Tal vez es eso lo que nos pasa… o nos pasó.