Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sobre la elite del poder
E

n mi entrega de la semana pasada hice un apunte sobre cómo el poder o, para decirlo in extenso, la elite del poder, puede volverse ciega en el ejercicio creciente de ese recurso. La elite histórica del poder alcanzó en su momento un máximo de poder. El partido casi-único y el presidente cuasi omnipotente. Aunque esto parecía así quizá hasta la presidencia de Carlos Salinas. Después la elite del poder, o gobernante, ha ido padeciendo desgarros diversos.

Nada hay que la elite desee tanto como que la no-elite (las masas) la quieran, le crean todo lo que dice, le otorguen su consenso, porque, en el extremo, sin la no-elite, no hay elite del poder.

La elite hizo lo que le vino en gana. Lo que alcanzó fue tanto que la luz de la que inundó su cabeza la volvió ciega: no vio que el culmen que alcanzó, era tal en realidad. No pudo ver que alcanzado ese punto vendría el declive. Estaban ciegos a los cambios que empezaban a operarse en la no-elite, producto de ejercicio del poder.

Apresurémonos a decir que la elite del poder no era solamente el partido casi único. Parte de la elite era el PAN, más tarde se le sumaría el desprendimiento que una diferencia ideológica provocó en el partidazo; y a esta se sumó una izquierda sin identidad cuyo papel era extremadamente complejo de cumplir.

Súmese a ese conjunto los grandes capitales, y ahora el narcopoder enmarañado con trozos de la elite del poder o de la elite económica o de ambos, y tendremos, en lo fundamental, la esfera del poder mexicana. Es claro que esta somera descripción muestra que la esfera no es homogénea, tiene segmentos organizados de modos distintos, y cualquiera parte de la esfera aspira a ejercer el poder desde la cumbre. La izquierda eventualmente podía atemperar algunas de las decisiones de la cumbre del poder, y además aspirar a llegar a la cumbre.

Una de las notas características de la elite, o por mejor decir, de sus fracciones, es su organización y la proximidad de lo que cada una ve como su programa o, con más ganas de sentirse otro, su ideología.

La no-elite son las grandes masas desorganizadas, atomizadas, diferenciadas, por etnia, religión, grado de instrucción, región de un país grande y geográficamente diverso como México, cultura histórico regional, idiosincrasias, grado de conciencia respecto del poder de la elite económica y política, y más…; pero segmentos crecientes de la no-elite se han vuelto insumisos frente a los recursos del poder, la persuasión o la coerción. Así la elite ve la merma de su poder y por ahora no puede hacer mucho. Ayotzinapa parece representar un salto cualitativo: la elite del poder ha echado mano de la persuasión, pero no ha encontrado eco. Ha ofrecido dinero, pero ha encontrado insumisión con actos que incluyen la ilegalidad, y la elite del poder no ha recurrido ni a la coerción ni a la fuerza llamada legítima. No lo ha hecho para evitar que el desgaste del poder avance. La consecuencia es que también por esta vía el estado de derecho en alguna medida se apaga y, con ello también en alguna medida la ingobernabilidad avanza.

La reforma electoral logró cambiar el modo de conformación del vértice de la esfera del poder (esta esfera tiene vértice). Pero la esfera siguió siendo grosso modo la misma, aunque como en toda sociedad dinámica, personas salen y otras entran y pueden encumbrarse como nadie en su interior. Tal como ocurre en la elite del poder político.

Una fracción de la elite del poder político creyó –enceguecida– que al periclitar los regímenes emanados de la Revolución, podía llevar a cabo un update político de gran envergadura, y actualizarse como un régimen de la globalización neoliberal, por cuanto la no-elite siempre había sido sumisa (pocos relativamente han sido los insumisos).

La permanente exclusión, con alcances diversos, de la no-elite, la comenzó a cambiar, y ha empezado a ensayar sobre la marcha formas múltiples de organización y sus miembros son cada vez más insumisos. La insumisión efectiva es la otra cara de la moneda de la pérdida del poder de la elite gobernante.

La elite económica mexicana y extranjera que medra en nuestro país se muestra nerviosa y sotto voce pide que la elite gobernante ponga orden. Pero ésta ve que el recurso de la persuasión es infértil y que la represión en gran escala mermaría más aún su poder.

El poder estaría crecientemente distribuido, si las mayorías lograran construir un rumbo hacia una sociedad civilizada. Con los años, quizá muchos años, el poder mismo se irá diluyendo y dejando de ser poder: dominio de unos pocos sobre las grandes mayorías.

En una entrega anterior me refería a un sector público no estatal. Es así como tenemos organizada la mayor parte de la educación superior, decía. ¿Podemos reproducir un modelo ad hoc para otras esferas de lo social cuya implicación sería, justamente, un paso en la redistribución del poder. Un paso hacia la igualdad. Un paso en la negación de esta esfera del poder?