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¿La Fiesta en Paz?

Se fue Roberto Ximénez, otro grande del flamenco

La paradójica cita en Bogotá el próximo miércoles

A

principios de esta semana murió en su casa de Sarasota, Florida, pequeña población con playas de arena blanquísima, pero también con museos y salas de concierto, uno de los exponentes mexicanos más talentosos y con una prolongada cuando importante trayectoria internacional en el baile flamenco: Roberto Ximénez, luego de casi 92 años de decirle sí a la vida y emocionar la de miles con su privilegiada técnica y magnífica expresión.

Quizá porque la vida suele ser corta, algunos espíritus de genio vislumbran temprano la exigencia ineludible de ejercer su vocación, de acudir al misterioso y arduo llamado sin prejuicios ni desmayos, en una entrega existencial capaz de convertir la propia sangre –derramada en desalmados ensayos– en refrescante vino, para ellos y para muchos otros. Tal fue el caso del precoz Roberto, bailarín, bailaor de flamenco, coreógrafo, iluminador, escenógrafo, diseñador de vestuario, investigador, maestro internacional de ballet clásico y fundador, junto con su talentoso paisano, el inolvidable Manolo Vargas, de la Compañía de Danza Ximénez-Vargas, considerada en su momento como la mejor del mundo.

Convertidos todos en leyendas, discípulos ambos de Encarnación López Júlvez, La Argentinita, bailaora, coreógrafa y cantante de extraordinario sello, hermana espiritual de Federico García Lorca y pareja sentimental de Ignacio Sánchez Mejías, los maestros mexicanos Ximénez y Vargas fueron durante años bailaores estrellas en la compañía de Encarna, y tras su muerte continuaron con Pilar, su hermana, impartiendo posteriormente sus valiosas enseñanzas en distintos países.

En un memorable encuentro, el maestro Ximénez me dijo: El flamenco es fruto de los sentimientos del ser humano. Y aunque deriva de las culturas mesopotámicas, posee tintes de otros países, incluida la India y la diáspora gitana, sobre todo en Andalucía, pero el flamenco no pertenece a una sola localidad, raza o región. Entonces, como todo arte, el flamenco está a disposición de quien lo sienta, domine su técnica sin que ésta lo limite y además logre transmitir su emoción y su misterio. Somos sentimientos, aunque pocos sabemos sacarlos. Permanece porque está en nosotros mismos, es la misma fuente existencial.

El flamenco ahora se ha convertido, continuó, en una mina de oro, por eso seguido se cae en bastardizaciones del baile y el cante. Cada rama es independiente y no se debe mezclar azafrán con oliva. El cajón peruano, por ejemplo, pertenece al Perú y a su rico folclor, pero no al flamenco. Su sonido esconde e incluso estorba al bailaor, al cantaor y a la guitarra. No es antojo mío. En el Festival Internacional de Flamenco, en Córdoba, donde he sido jurado, no se admitían cajón ni violín. Se debe tener cuidado con las fusiones porque detrás hay muchos mercenarios escasos de óptica y de concepto.

Entonces se me ocurrió sugerirle al maestro que si no querrían ir a comer y continuar la charla en un restorán, y su reveladora, didáctica respuesta fue: ¿Oiga, ya vio usted cuántos kilos trae de más? ¡Entonces no piense en comer, hombre! Bueno, yo lo decía por su señora, traté de cubrirme. ¡Nada, lo decía por usted!, reviró muy serio. Lolita, un amigo y yo reímos, pero Ximénez, contrariado, sólo soltó un enérgico ¡sigamos!. Y sí, hay espíritus que después de su partida física seguirán esparciendo amor, sabiduría, personalidad y seducción.

La cita del próximo miércoles 12, en la plaza de toros Santamaría (14 mil 500 localidades), de la ciudad de Bogotá, a las 15:30 horas, convocada por el maestro colombiano en retiro César Rincón, que estará acompañado por su paisano en activo Luis Bolívar –único espada de ese país con nivel internacional actualmente– y por los españoles El Juli, Perera, Fandiño, Talavante, Manzanares, El Fandi, Luque y Escribano, por el francés Castella e incluso por los jóvenes mexicanos El Payo y Diego Silveti, no deja de ser paradójica.

Allí confluirán las legítimas exigencias de libertad y de defensa de la tauromaquia como patrimonio cultural de Colombia (sic), ya que desde el 13 de junio de 2012 el voluntarioso alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, decidió cerrar la plaza ante la negativa de la empresa a dar festejos sin la muerte del toro. Tan arbitraria decisión afecta si no el buen curso de la fiesta de Colombia, sí las fuentes de trabajo de las figuras europeas cuando van a Colombia.

Acomplejados colombianos metidos a taurinos no han querido desarrollar, en más de cien años, una fiesta de toros con figuras propias de nivel internacional, por lo que entonces el tal Petro, como otros políticos sudamericanos, en vez de legislar con ideología y perspectiva socio-cultural, optan por prohibir una tradición española que por lo demás, salvo en México, constituye otra forma desbocada de globalización.