Opinión
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El MAM cumple 50 años
D

ebido a mi larga permanencia –casi 11 años– como directora del Museo de Arte Moderno (MAM) e igualmente a que a partir de mi egreso he seguido frecuentándolo, su cumpleaños me ha motivado a recordar algunas cuestiones que se han reavivado a través de las efemérides y las exposiciones.

Vale la pena rememorar su historia, aunque sea muy conocida por parte sobre todo de los especialistas en historiografía de museos. En 1957, Carmen Barreda (hermana de Lupe Marín, cuyo retrato por Diego Rivera es una de las joyas del acervo), fungía como directora del Salón de la Plástica Mexicana, organismo fundado por Susana y Fernando Gamboa.

Carmen fundó desde allí un patronato destinado a estudiar y promover el arte moderno. El primer museo de arte moderno, como es sabido, se alojó en determinados espacios del Palacio de Bellas Artes. Se veía desde entonces que este recinto no podía ni debía dedicarse de lleno a la promoción y exhibición de lo que se estaba produciendo.

Así que el proyecto del MAM contaba con 10 años de antelación cuando se inauguró en septiembre de 1964. En ese espacio privilegiado, quizá más que ninguno otro de Paseo de la Reforma, se encontraba el jardín botánico e igualmente, según información proporcionada por don Luis Ortiz Macedo (1933-2013), años ha, ese predio alojó también el restaurante Chapultepec que después se convirtió en la galería de arte de la ciudad de México.

Luis Ortiz Macedo, quien llegó a ser director del Instituto Nacional de Bellas Artes, no parece haber conocido personalmente esa situación, sino que recibió la información de Fernando Gamboa o de personas que lo antecedieron, de modo que para formular un recuento mayormente preciso respecto de la historicidad geográfica del museo, sería necesaria nueva investigación que podría dar lugar a una tesis universitaria que resultaría más que bienvenida y encontraría visos de publicación.

En el tiempo al que me refiero, como es archisabido, el producto de nuestros artistas asombraba al mundo a través de las exposiciones presentadas por Fernando Gamboa, según comentó Juan Acha, quien no era nacionalista, sino latinoamericanista y crítico de vanguardia. Si tenemos en cuenta que en la Bienal de Venecia de 1950 el premio del público lo obtuvo David Alfaro Siqueiros (el primer premio fue para Matisse) y que en esa versión de la bienal participaron Tamayo y Diego Rivera, debemos aceptar que el comentario de Acha es exacto.

Diego Rivera fue el segundo artista en presentar una exposición individual en el MoMA de Nueva York, en 1931.

Por otra parte, a partir de la segunda mitad del siglo XX los museos proliferaron en América Latina, y países como Argentina y Brasil nos llevaban la delantera.

La inauguración del MAM es casi contemporánea a la del Instituto di Tella, de Buenos Aires, cuyo Centro de Artes Visuales dirigió Jorge Romero Brest, en tanto que la primera Bienal de Sao Paulo tuvo lugar en 1951.

No estuve en la inauguración del MAM en 1964; a Raquel Tibol, quien sí asistió, le fue tomada una fotografía mientras mostraba una de sus publicaciones a David Alfaro Siqueiros, recién egresado, digámoslo así, de Lecumberri. Pero una vez inaugurado, el museo cerró sus puertas por breve tiempo, pues no sólo el proyecto que incluía bodegas y auditorio nunca se terminó, sino que la construcción todavía necesitaba consecución de ciertos detalles.

Sí recuerdo las exposiciones principales en las salas abiertas ese mismo año: una sala completa, donde actualmente se exhibe la muestra de Pedro Ramírez Vázquez, quien junto con Carlos A., Cazares y Rafael Mijares fueron los responsables de la arquitectura del MAM, estaba ocupada por José María Velasco. El pintor vivo en exhibición era Rufino Tamayo, cosa que entre muchas otras desmiente una verdad consabida que se repite sin cesar: que Tamayo fue reconocido en el extranjero, concretamente en Estados Unidos, antes que en México. No es así, para entonces ya Tamayo había ocupado las salas de Bellas Artes acondicionadas como museo y, antes de eso, en pareja con María Izquierdo, el espacio de la galería que –dirigida por Carlos Mérida y Carlos Orozco Romero– se alojó por un tiempo en el aún no inaugurado Palacio de Bellas Artes.

Todos los que hemos habitado el MAM, investigadores, curadores, museógrafos, trabajadores de base, oficinistas, etcétera, lo hemos sufrido en la misma medida en la que lo hemos gozado. Es una construcción extraña que parece haber sido concebida como un penetrable más que como un edificio contenedor de obras de arte, de pinturas que cuelgan de muros, sobre todo. Nada mejor que visitar la muestra organizada por Iñaqui Herraz para percibirlo, aunque en realidad esta exposición homenaje aborda más bien las mociones creativas de don Pedro que su peculiar visión respecto de este inmueble, cuyo circuito, debido a su fluidez, resulta ser tan disfrutable para los visitantes.

Desde ahora adelanto que la exposición 50 años: 50 obras pone de manifiesto y exalta buena parte de los principales iconos con los que cuenta el acervo del MAM y la afluencia de público ha acusado un notable incremento.