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Encuentro de dos mundos
H

oy se conmemora el llamado Día de la Raza, que recuerda el 12 de octubre de 1492, cuando el marinero Rodrigo de Triana avistó unas tierras que pensaron eran las costas de Asia. En ese momento inició el nacimiento de una nueva visión del mundo, con el encuentro de las ricas culturas del hemisferio occidental con las del occidental.

El autor de esa hazaña náutica fue Cristóbal Colón. Se había dicho siempre que el navegante era genovés, sin embargo, recientes investigaciones del historiador español Fernando del Valle Lersundi, le atribuyen origen gascón o navarro. Al margen de ello, admira conocer la perseverancia que lo llevó a intentar durante años conseguir apoyo para su empresa en la conflictiva época de la expulsión de los moros de España.

No obstante contar con el apoyo de los franciscanos del convento de la Rábida, estudiosos del tema, que sustentaban los planes de navegación de Cristóbal Colón, los reyes católicos rechazaron su proyecto. Sin desanimarse continuó buscando simpatizantes, entre los que se hallaba el prestigiado médico y cosmógrafo Garci Hernández, quien intercedió ante los soberanos, que finalmente aceptaron ayudarle.

La investigación histórica ha desechado la versión de que la reina hipotecó sus joyas para financiar la aventura. La realidad es que el escribano Luis de Santangel prestó a los reyes mil 140 maravedíes de lo fondos de la Santa Hermandad, a los que el almirante añadió otros 500 mil que le prestaron sus amigos mercaderes y banqueros que vivían en Andalucía.

Sin embargo, el autor de la hazaña murió pobre y mal querido en Valladolid, España; ni siquiera se bautizó al nuevo continente con su nombre, llevándose ese crédito el cartógrafo Américo Vespucio. Años mas tarde, Cristóbal Colón comenzó a ser reconocido. En su memoria se nombraron calles, plazas y se erigieron estatuas por toda España y América. Asimismo, se instauró la conmemoración del Día de la Raza, precisamente el 12 de octubre.

Ya hemos comentado que en México su figura ha sido polémica. Hay grupos que lo denostan, considerándolo el causante originario de todos nuestros males, al abrir el camino a los conquistadores que destruyeron las culturas autóctonas. También están los que lo admiran y guardan reconocimiento. Uno de estos fue Antonio Escandón, acaudalado empresario porfirista que en el siglo XIX donó a la ciudad de México el grupo escultórico que preside una de las glorietas del Paseo de la Reforma.

Admirador de todo lo extranjero, encargó el monumento al escultor francés Enrique Carlos Gardier, quien cobró 20 mil francos por su realización, efectuada en París. En estilo renacentista italiano, los pedestales son de granito ruso y las cinco esculturas de bronce. La principal, al centro y en lo alto, es de Colón erguido y con el brazo derecho levantado. Las otras representan a fray Juan Pérez de Marchena, prior del convento de la Rábida, que sostiene un compás en una mano; fray Diego de Deza, protector del navegante; fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios y el insigne fray Pedro de Gante, fundador de los colegios de Letrán y de Niñas. La inauguración se llevó a cabo el mes de agosto de 1879, con la presencia del presidente Porfirio Díaz y su ministro de Fomento, Vicente Riva Palacio.

Hoy, como se pueden imaginar, vamos a un restaurante español. A unas cuadras del histórico monumento se encuentra uno de los mejores: el Mesón Puerto Chico. Está en José María Iglesias 55, que es una de las calles que salen al Monumento a la Revolución. Tiene vastos salones y una luminosa terraza cubierta.

Ofrece comida tradicional de la península, muy bien preparada. Algunos de mis favoritos, de preferencia acompañados de un buen vino tinto: el chorizo a la sidra, la sopa castellana de ajo, el lechón estilo Segovia con su papa panadera o si está cuidando los kilitos, el pescado a la sal. De postre la crema catalana y con el café, un orujo de hierbas y... a dormir una buena siesta.