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De nuestras Jornadas

¿Dónde están las juventudes partidistas?

E

n medio de la tragedia nacional que significa el asesinato y la incertidumbre por el secuestro de normalistas de Ayotzinapa, todos de familias campesinas y de extracción humilde, es de notarse la ausencia de expresiones de los llamados sectores juveniles formales de los partidos políticos en Veracruz.

Como si existiera un pacto, las juventudes partidistas han guardado silencio ante un hecho condenado en todo el mundo que parece pronosticar un poco venturoso futuro para el país entero por la impunidad con que se cometieron los crímenes.

¿Dónde está su capacidad de indignación y enojo? Aquel espíritu contestatario propio de los jóvenes, combativo, rebelde ante la injusticia y en favor de la mayoría de pobres parece estar sujeto por filiaciones dogmáticas y partidistas. Es tan ajeno a la realidad del país pero muy próximo de sus propios intereses políticos que no van más allá de disputarse cargos partidistas y aspirar a la pax burocrática.

De tal modo que pareciera natural que las juventudes partidistas asumieran una postura pública para expresar su capacidad de indignación ante un hecho inadmisible en un país en el que supuestamente las reglas del juego de la convivencia social son regidas por las instituciones.

Sin embargo, parecen tener un corazón tan vacío como el de sus mayores, atrapados en sus redes de intereses y complicidades que en mucho han contribuido a agudizar la peligrosa espiral de violencia y pérdida del Estado. Esto es lo que parecen haber mamado de los altos jefes pactistas, dados al chantaje y a la autocomplacencia.

Y no sólo es el caso de los priístas empoderados; esa indolencia también contaminó a perredistas, panistas y demás. Estos jóvenes son los que en teoría formarán parte del gobierno y conducirán, quién sabe por dónde, en los próximos años al estado y al país.

Por lo pronto, los propios normalistas del país, los de Ayotzinapa en particular y los politécnicos con su movilización, representan ese ideal por la juventud que tanto amó el Che Guevara y que terminó convertido en una moda retro, mediatizada hasta convertirla en una mercancía y productos comerciales. Eso sí, fuera de las credenciales partidistas.