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Aborto: la hipocresía en las elecciones brasileñas
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o hay datos oficiales, hay estimaciones, que indican, sin que nadie las confirme, que entre 2004 y 2013 el número de mujeres que practicaron aborto en Brasil oscila entre 7.5 millones y 9.3 millones. Es una cifra superior a la población de la ciudad de Río de Janeiro, y equiparable a las poblaciones totales de estados como Jalisco o Veracruz.

Hay datos oficiales, claro. Uno dice que sólo en 2013 hubo, en hospitales públicos, 205 mil 855 internamientos resultantes de abortos, de los cuales 154 mil 391 fueron inducidos. Ese dato se basa en el número de consultas en hospitales públicos de secuelas de abortos, de los cuales la totalidad, o casi, fueron practicados de forma ilegal.

Sin embargo, y eso es lo preocupante, estudios fiables muestran que la cifra real es entre cuatro y cinco veces superior a la conocida. Es decir, en la vida real hubo entre 685 mil y 856 mil abortos inducidos en el país únicamente el año pasado, todos ilegales y con gravísimos riesgos maternos.

El aborto es legal en Brasil, pero sólo frente a tres únicas circunstancias: estupro, amenaza a la salud materna y anencefalia fetal. El año pasado se registraron solamente mil 523 casos de abortos legales en este país de 200 millones de habitantes. Las estadísticas indican, a su vez, que el aborto ilegal es la quinta causa de muertes maternas.

Para la Organización Mundial de Salud (OMS), el total de abortos practicados en Brasil en 2013 es superior, y superaría un millón. Una de cada cinco mujeres brasileñas con más de 40 años ya practicó al menos un aborto en la vida, dicen esos estudios. Como el último censo indica que existen 37 millones de mujeres en esa edad en el país, se estima que por lo menos 7 millones y 400 mil brasileñas ya hicieron por lo menos un aborto a lo largo de su vida.

O sea: este es un tema que debería ser de interés central para los brasileños, especialmente en época de comicios. Nadie sabe calcular con certeza cuántas mujeres, la mayoría de las clases más pobres, mueren en Brasil cada año, debido a la sordidez de las clínicas clandestinas, donde actúan, casi siempre, falsos médicos, cuya especialidad es actuar sin condiciones mínimas de atención e higiene.

Sin embargo, en todas las campañas electorales de los últimos 25 años el tema del aborto es evitado de manera ostensible. Y cuando aparece es para acusar y no para discutir. Por ejemplo: en 2010, la ex bailarina chilena Mónica Serra Allende, esposa del entonces candidato José Serra, del PSDB, insinuó que Dilma Rousseff, la entonces adversaria de su marido, defendía matar a niños, o sea, el aborto.

Dilma, pese a su trayectoria de izquierdas y ser candidata del PT, había dicho únicamente que respetaría la legislación vigente (la misma de hoy): aborto, solamente bajo autorización de un juez y estrictamente limitado a los tres casos previstos.

Amarga ironía: varias mujeres brasileñas, exiliadas en Chile en los tiempos de exilio del mismo Serra, recordaron que Mónica había practicado un aborto inducido, luego del golpe del general Pinochet, que además de matar a su tío mandó su marido al tercer exilio.

Golpes sucios de adversarios, en todo caso, no son la tónica principal, cuando, en las campañas electorales, se trata del aborto. La principal resistencia está en los grupos religiosos.

La Iglesia católica tiene el tema como tabú insuperable. Y para las sectas evangélicas, el aborto (así como el matrimonio homosexual, o la legalización de las drogas) es arma de campaña.

Ocurre que la bancada más numerosa del Congreso Nacional es precisamente la formada por los evangélicos, pertenecientes a sectas pentecostales surgidas de la nada, y que se reproducen como conejos por todo el país. Gracias a eso, y a los católicos, y a los oportunistas interesados en mantener las cosas tales como están, ningún proyecto de ley tiene chance de ser aprobado.

En la campaña presidencial de 2014 solamente dos candidatos dijeron que el aborto debe ser opción exclusiva de la mujer: Luciana Genro, del pequeño PSOL (y que logró 1.6 millones de votos), y el pintoresco Eduardo Jorge, del minúsculo PV (Partido Verde, que luego se adhirió al neoliberal y antiabortista extremo Aécio Neves).

Los otros, más que pronunciarse, eludieron el tema. La misma Marina Silva, misionera de la secta ultraretrógrada Asamblea de Dios, optó por apenas rozar la cuestión. Dilma Rousseff, con toda su trayectoria en defensa de las minorías y de programas progresistas, hizo lo mismo: aseguró que respetaría la ley.

Una vez más el escenario permanecerá inmutable. Miles de mujeres jóvenes, en su mayoría muy pobres, y en su inmensa mayoría negras, morirán a cada año, en manos de carniceros disfrazados de médicos.

Ahora mismo, en plena campaña electoral, dos de ellas murieron en condiciones sórdidas. Fueron asesinadas. La noticia impactó al país, pero no a los candidatos.