Quetzalcóatl, en el mural México Antiguo, de Diego Rivera

Xahui

Ulises Castillejos 

El Xahui es un pájaro vistoso y elegante que habita en los bosques y en las montañas que atraviesan el Istmo de Tehuantepec. Viste una túnica gris marrón y una pechera blanca. En la cabeza luce un copete en forma de cuerno y en el pecho un hermoso collar, como el que usan las juchitecas en las fiestas.

Es curioso que el Xahui, siendo un pájaro tan hermoso, los zapotecos lo hayan llamado de un modo tan despreciable. “Xahui”, en zapoteco, significa traidor o delator. Cuando los hombres y las mujeres se embarcan en alguna aventura que requiere de mucha discreción, porque va de por medio su reputación o su integridad, suelen decir, al aceptar el lance: “Sí, pero sin xahui”. Es decir, a condición de que no sea partícipe algún traidor o soplón.

En descargo a lo que pudiera considerarse como una injusticia, existen dos razones por las que le dieron ese nombre tan insultante. La primera razón, es de carácter terrenal y la otra, celestial. Helas aquí:

En los tiempos en los que la cacería era una actividad esencial para la sobrevivencia de los zapotecos —no existían empleos y nadie recibía un salario como ahora estamos habituados— muchas veces, la cacería era frustrada a causa del Xahui, que tiene la mala costumbre de delatar, con sus sonoros graznidos, la presencia de los hombres cuando deambulan por el monte, ahuyentando a las posibles presas. Ser detectado por un Xahui, es como una maldición para el cazador. Es considerado, por eso, como un ave de mal agüero. La verdad es que el Xahui, desde los tiempos remotos, cumple con el papel que la naturaleza misma le asignó, de ser el vigía de los seres que habitan los bosques y las montañas. Cumple su cometido posándose en las ramas de los árboles más altos y, desde ahí, emite la alerta con sus agudos graznidos. Los animales que lo oyen, se ponen a salvo, huyendo hacia la espesura o vuelan a otra parte, donde el cazador no los pueda divisar. El cazador, frustrado, le lanza un dardo envenenado, maldiciéndolo: “Xahui biree gabiá” (“animal venido del infierno”).

La otra razón proviene de la imaginación del narrador memorioso, que en la época de Naabana (Cuaresma) revive esta historia:

Se cuenta que el Xahui no siempre tuvo la belleza y la elegancia que hoy presume. Era un ave gris y sin gracia. Ocurrió que cuando Jesús era perseguido por los centuriones, se refugió entre las montañas del Istmo de Tehuantepec. Una noche durmió en una de las cuevas del Guiengola* y al día siguiente, se dirigió hacia la montaña Xibicudxe, en cuyas faldas se encuentra enclavado el paradisiaco pueblo de Magdalena Tlacotepec.

Todos los habitantes del bosque se confabularon para proteger al hijo de Dios. Se volvieron vigías para avisarle la ubicación de sus persecutores, y guías para indicarle los pasos y atajos que debía tomar, para no perderse en el intricado bosque. Cuentan que hasta los árboles lo acogieron y le dieron cobijo entre sus ramas y sus hojas. Se dice que una tarde, pardeando la noche, cuando los centuriones estuvieron a punto de aprehenderlo, durmió entre la hoja de un árbol que los zapotecos llaman Guié yaase’ (olivo negro), que se enrolló para darle cobijo. Se cree que, desde entonces, el olivo negro cierra sus hojas de noche y las abre de día.

El diablo, que guiaba a los centuriones, no descansaba ni un momento en su empeño de ver preso a Jesús. Un día, en su búsqueda, se encontró con el Xahui y se le ocurrió la maldad de sobornarlo para que le dijera si había visto pasar al que se decía el hijo de Dios por esos rumbos. El diablo había tratado de hacer lo mismo con otros seres que habitan las montañas, pero todos se habían negado traicionar al fugitivo. El diablo le ofreció alhajas y oro. El Xahui no aceptó porque no necesitaba de riquezas para vivir, todo lo que le era menester lo obtenía del bosque, ni había nadie en aquellos parajes a quien pudiera presumírselas, que es, en esencia, para lo que sirven las riquezas. El Xahui era inmune a la codicia.

Entonces, el diablo, mañoso y porfiado, lo tentó con la vanidad. Le prometió convertirlo en el ave más hermosa y elegante que hubiera existido jamás por aquellos confines, si le informaba el rumbo que había tomado Jesús. El Xahui, en su intimidad, nunca había estado conforme con su aspecto; siempre había añorado ser un pájaro hermoso. Envidiaba la belleza del quetzal y el canto del zorzal y le enfermaba el canto embelesador del cenzontle cantador. La vanidad pudo más que la lealtad. El Xahui le confesó al diablo que esa mañana, muy temprano, había visto al Nazareno dirigirse a toda prisa hacia Xibicudxe. El diablo, en recompensa, le regaló una túnica gris y un tocado en forma de cuerno que le colocó en la cabeza y colgó en su pecho, un hermoso collar de obsidiana.

Al enterarse Jesús que el Xahui lo había traicionado, lloró de tristeza y de las lágrimas que derramó brotaron los manantiales que hoy existen en el Istmo de Tehuantepec. Uno, al pie del Xibicudxe, cuyas aguas verde esmeralda corren sobre un lecho de arena blanca y pasan por entre las chozas del pueblo llamado Magdalena Tlacotepec; otro, en Laollaga, cuyas aguas cristalinas bañan los pueblos de Laollaga y Chihuitán.

Desde entonces, el Xahui luce su hermosura y elegancia, pero quedó condenado a ser despreciado por los hombres y por los seres que habitan en el bosque, a causa de su traición. Se dice que en el bosque, cuando los animales se dan cuenta de la presencia del Xahui, se apartan lo más lejos posible para no verlo y acordarse de su traición y no, como muchos creen, porque los alerta de la presencia del cazador. Los hombres, por su parte, en venganza de que a su redentor lo hayan crucificado a causa de su deslealtad, lo llaman, desde entonces, de ese modo tan despreciable: “Xahui”.

* “Piedra Grande”, lugar sagrado para los antiguos zapotecos del Istmo. Les servía de santuario y como fortaleza militar.

Ulises Castillejos Sánchez (1960) nació en Juchitán, Oaxaca. Relatos de Vida y Muerte (Editorial Amelia Mundu, 2012) es una expresión de la cultura del nahualismo, los bidxaa. Durante su infancia, en la Quinta Sección (Barrio Lima), según recuerda Armando Castillejos en el prólogo, “la atmósfera estaba saturada de esta creencia, era parte de la cotidianidad. Las personas que se decía eran nahuales, eran nuestros vecinos y amigos. En este ambiente nació y vivió el autor”. Esta historia fue narrada por su madre, na Amelia Mundu.