Buscando consejo
con Diego y Frida

Alice Walker

La prolífica y entrañable escritora afroestadunidense Alice Walker, autora de las novela El color púrpura y A la luz de la sonrisa de mi padre, así como varios libros de poesía y no ficción (reportaje, ensayo, debate). Activista por la paz, contra la discriminación y por la justicia, publicó recientemente La almohada en el camino, pensamientos y divagaciones en cuanto el mundo entero despierta en el camino del daño (The Cushion in the Road, Meditation and Wandering as the Whole World Awakens to Being in Harm’s Way, The New Press, Nueva York, 2013, 365 pp). Allí revela un amor especial por nuestro país, donde pasa parte de su tiempo desde hace varios años. Estas meditaciones, no pocas inéditas, hablan ampliamente de y con Barack Obama; Palestina y México, pero también de Sudáfrica, Brasil, Corea, de su amigo Howard Zinn, de Bradley Manning y temas como el escucha interior, la gratitud, la naturaleza y la educación. “Agradezco a México y su gente por revivirme el cuerpo y el alma una y otra vez. Ustedes son lo mejor, a pesar de las noticias”, escribe al inicio del volumen.


Autorretrato “The Frame”, 1938. Óleo sobre aluminio y cristal. Frida Kahlo. Esta fue la primera obra mexicana moderna que adquirió el museo Louvre de París, en 1939.

15 de diciembre, 2008

Mis amigos no quieren que me angustie por la violencia que está sufriendo México, una violencia provocada por las drogas y por los intentos del gobierno para exhibir y presentar ante la justicia a quienes están dañando a la sociedad mexicana de manera tan agravante. Cuando caminamos por las calles de la ciudad de México, con sus ubicuas fuentes y el maravilloso arte que la inunda —es una ciudad que me gusta muchísimo aunque a últimas fechas respirar su aire sea todo un desafío— me apartan de los puestos de periódicos repletos de encabezados que gritan y de las horripilantes fotos con las más recientes atrocidades. Los mensajes de los cárteles de las drogas son brutales y grotescos. Reconozco y comparto el sufrimiento que miro en los ojos de las personas. Ese sufrimiento es también el nuestro en Estados Unidos. Lo observamos en las comunidades que luchan contra un enemigo tan implacable y cruel que casi es imposible entender cómo responderle. En realidad nuestro gobierno ha jugado en el bando contrario. Que este sufrimiento le caiga a cualquiera es trágico, pero que tenga que caerle al pueblo de México, legendario por su calidez y hospitalidad, por su generosidad y su paciencia, es profundamente doloroso. Tan parecidos a nosotros son y han sido.

Entrando a la casa-estudio de Frida y Diego (el costado de ella es azul y es blanco el de él), me apuro por la gente, y por el país que ambos amaron tanto. Y que yo también amo.

Ellos no vivieron estos tiempos. De estar aquí, qué pensarían. Adentro, sobre una pequeña alfombra redonda, veo un par de zapatos de Diego. Enormes. Coloco mi pie desnudo junto a su zapato y mi pie es diminuto en comparación. Pienso en sus vidas conectadas, en su profunda confianza en el hecho de que por haberse encontrado habían descubierto un modo de alcanzar lo más profundo, y tal vez lo más desafiante, de ellos mismos.

Qué le dirían hoy al pueblo de México. ¿Le pedirían a los mexicanos, que con tanta valentía lucharon una revolución hace más de cien años, que se liberen de la opresión extranjera e interna, que no se olviden de buscar las raíces de sus calamidades actuales —la pobreza, la desesperanza, los muchos niños, sus amores y parientes dejados atrás en la ola de las masivas migraciones hacia el norte? ¿No son ya demasiadas las humillaciones, las brutalidades y las muertes de la gente sólo por haber intentado hallar, en este ancho mundo, una mejor vida para quienes atraviesan las fronteras y para quienes se quedan solos en casa? Cómo pensar la soledad, la desesperación y el sentimiento de abandono que nos provoca todo lo que nos habla de facilidades y alegría de vivir. Y el hambre cruda, el vacío literal, que por un momento puede quedar enmascarado por la droga. Sería horrible, pienso, que ellos contemplaran el muro que Estados Unidos ha construido en su intento por impedir que los mexicanos —cuyo duro trabajo mantiene nuestra economía andando— entren a Gringolandia (como le decía Frida). Me puedo imaginar el rechazo orgulloso de Frida, o el bramido desafiante de Diego.

A fin de cuentas nadie se beneficia de la humillación de otros. Ésta es una ley cierta.

Abracen a sus familias y a sus niños, algo que siempre ha sido crucial para ustedes: me imagino que dicen Diego y Frida. Insístanle al gobierno que dé respuesta a tanto sufrimiento, y si no responde, cámbienlo. Esto implica un pasaje harto dificultoso, pero eso nada más; habrá de ocurrir, debe haber, un final. La guerra de las drogas no ocurre sólo en México o en Estados Unidos; es una guerra global. Tendrá que ser la gente de todo el planeta la que le diga NO a cualquier clase de esclavitud. A cualquier tipo de violencia. La gente debe juntarse de todos los modos posibles para dejar clara su postura en nombre de la humanidad. Y por sobre todo, no hay que abandonar la fe en que podemos cambiar nuestro entorno. Ustedes son gente revolucionaria, una prueba viviente para el mundo. Mucha gente se yergue gracias al trayecto que siguieron sus ancestros. Es la conciencia de todo el mundo lo que tiene que cambiar, y ese cambio está ocurriendo. Y esto no se debe, necesariamente, tampoco, a la iluminación de las personas, sino a que la Tierra está enviando sus propios mensajes de atrocidad —que son más sombríos que los que envían los zares de las drogas, y tienen forma de terremotos, incendios, sequías, huracanes e inundaciones. Los seres humanos habremos de despertar ante estas noticias procedentes de la Madre, o perecer.

Traducción: RVH