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Dios se fue de viaje aborda las vidas de las mujeres detrás de Voltaire y Robert Capa

Beatriz Rivas rescata a dos defensoras de la libertad para entender a la humanidad
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Émilie du Châtelet y Gerda Taro, mujeres de épocas distintas, pero ambas libres y apasionadas, dice la autoraFoto Luis Humberto González
 
Periódico La Jornada
Lunes 6 de octubre de 2014, p. a10

Escribo para entender al ser humano, sus virtudes y defectos, confiesa Beatriz Rivas, quien en su libro más reciente, Dios se fue de viaje, confronta a dos mujeres de épocas y procedencias distintas entre las que existen varios vínculos sutiles y uno muy evidente: ambas son defensoras de su libertad y aman y se dejan amar con vehemencia para encontrarse.

Ellas son Émilie du Châtelet y Gerda Taro. La primera, una prominente matemática y física francesa del siglo XVIII, amante de Voltaire y otros reconocidos científicos de su tiempo. La segunda, Gerda Taro, alemana de origen judío que vivió en las primeras décadas del siglo XX y fue pionera del fotoperiodismo de guerra, además de la creadora del personaje de Robert Capa y pareja de éste.

Publicada por Alfaguara, esta ágil novela aborda dos historias en dos tiempos diferentes que por momentos se entrecruzan y espejean y en las que los personajes principales, todos reales, se enarbolan como seres libres y apasionados, entregados a lo que hacen y a quien aman.

Si bien las protagonistas son las dos mujeres mencionadas, está lejos de ser un libro de corte feminista, aunque sí puede advertirse de forma entreverada cierto discurso de género, según su autora, quien define a ésta más como una obra de crítica contra la intolerancia y la barbarie.

Me interesa hacer conciencia del daño que nos ha hecho, no la religión, sino la intolerancia. Los seres humanos hemos sido capaces de las peores atrocidades porque no podemos admitir ni aceptar lo que es diferente a nosotros, destaca en entrevista.

Más que valerse de la literatura para tratar de comprender la historia, Beatriz Rivas afirma que escribe como una manera de entender la esencia, el pensar y el proceder humanos.

“Para tratar de entender cuáles son nuestras preguntas, errores, inquietudes y virtudes. En Dios se fue de viaje lo que más me impresiona es cómo, lamentablemente, después de los 200 años que median entre la época de Émilie y la de Gerda el mundo sigue igual”, sostiene.

Considera una lección importante ver que las mismas situaciones que criticaba Voltaire en 1730 fueron vividas dos siglos después por Gerda y Robert Capa, primero por ser víctimas del nazismo y, después, de la guerra civil española.

Y 100 años después, en nuestro tiempo, a quien lea esta novela le bastará abrir el periódico para ver que todo sigue igual, que se están matando en Siria, Afganistán, Irak, Ucrania. Entonces, lamentablemente, son 300 años de involución, subraya.

También autora La hora sin diosas, Viento amargo y Distancia, entre otras novelas, asume que su literatura se ha perfilado de manera un tanto circunstancial y acaso inconsciente a retratar personajes femeninos libres e independientes, a los que las convenciones sociales los tienen sin cuidado y han aprendido a vivir sin culpas.

Quisiera tener un poco de estas mujeres, de Émilie y Gerda; esa libertad, independencia, desfachatez intelectual, no estar supeditada a normas sociales, precisa.

No soy feminista, no soy de aquellas que dicen mueran los hombres y vivan las mujeres. Es admiración por este tipo de personas. Me encantaría parecerme a ellas.

Es en este momento de conversación cuando Beatriz Rivas admite que en Dios se fue de viaje sí hay un discurso de género, pues evidentemente traté de rescatar a dos mujeres que lamentablemente se quedaron perdidas en la historia y cuyas parejas son mucho más conocidas.

Externa su convencimiento de que, antes de leer la novela, muchos saben quiénes fueron Voltaire y Robert Capa, así sea de oídas, e incluso acepta que en su caso, antes de escribirla, desconocía quiénes eran Emilie du Châtelet y Gerda Taro.

“Claro que hay un discurso de género, sobre todo dirigido a los hombres. No me gustaría que éste fuera un libro sólo leído por mujeres. Ojalá que lo lean los hombres y qué digan: ‘qué chingón poder tener una mujer así’”, dice.

El erotismo, la sensualidad y un marcado contenido sexual son elementos que aparecen de manera recurrente en este relato, debido a que la escritora los considera imprescindibles para referirse a dos mujeres tan profundamente vitales, intensas y libres como sus protagonistas y las parejas con las que se relacionan.

Siempre rehuimos a ese tema; eran dos parejas muy vivas, seres profundamente emotivos, vivos, que vibraban. No puedo imaginar a cuatro personas que hicieron lo que hacían sin tener una gran energía y pasión por todo, concluye.

No puedo imaginar a estas personas que se entregan a la ciencia y al pensamiento o a la fotografía sin entregarse también a lo amoroso y lo pasional fuera y dentro de la cama. Para mí, el sexo era parte esencial, un reflejo de cómo piensan y cómo viven su vida y su mundo.