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Un coyote japonés en Ciudad Juárez (1905-1911)
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as buenas bibliotecas siempre están llenas de gratas sorpresas. Tratarlas con deferencia, conocerlas poco a poco y perder el tiempo en ellas siempre da frutos. Un ejemplo son las cartas, comunicaciones y reportes del estadunidense Immigration and Naturalization Services (INS) sobre el cruce subrepticio de chinos y japoneses a comienzos del siglo XX en la frontera de México y Estados Unidos, entre Ciudad Juárez y El Paso.

Durante una estancia de investigación y docencia en la Universidad de Chicago solía, en ocasiones, quedarme en la biblioteca Rigenstein y esperar el último camión que salía del campus, a las 12 de la noche, para repartir estudiantes que se habían quedado a trabajar hasta tarde. Algunos incluso se quedaban a dormir ahí en cómodos sillones. Fue así como descubrí la sección de microfilms y entré a curiosear en los archivos hasta dar con un lote de rollos del INS.

El contexto y la época refieren a las leyes de exclusión china (1882) y luego al acuerdo migratorio con Japón conocido como el Gentlemen’s Agreement (1907) que limitaban la entrada de inmigrantes de oriente y que generaron, por una parte, el asentamiento de estas personas en la región fronteriza, y por otra el tráfico subrepticio.

La migración japonesa a México tiene su punto de partida en 1888 con el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre los dos países. Pero es hasta 1897 cuando llega el primer grupo de colonos al Soconusco, en Chiapas.

Con posterioridad, arribaría la segunda de siete oleadas, a la que se ha calificado de los braceros, trabajadores migrantes que llegaban en su mayoría a Manzanillo y luego se dispersaban para emplearse en la construcción de vías férreas, las haciendas cañeras y las minas; con la salvedad de que la mayoría de estos supuestos braceros, tarde o temprano cruzaron hacia Estados Unidos.

No obstante, a pesar del Pacto de Caballeros de 1907, en el que Japón se compromete a no enviar más inmigrantes a Estados Unidos, muchos de los que llegaron a México en la época, fueran trabajadores o inmigrantes ilegales, tenían la intención final de cruzar a Estados Unidos. Y para ello contaban con el apoyo de una colonia japonesa ya asentada en Ciudad Juárez que se dedicaba al comercio de abarrotes citadino y un buen servicio de coyotaje, que según los documentos tenían un amplio conocimiento y experiencia en el trasiego fronterizo y buenos contactos con autoridades estadunidenses.

Estas cartas y reportes administrativos ponen en evidencia una serie de temas, problemas y prácticas que son tan añejos como contemporáneos. Uno de ellos tiene que ver con las tensiones y el reparto de responsabilidades entre diversos funcionarios. Por ejemplo, en un oficio el Departamento de Trabajo y Comercio recrimina a los funcionaros del INS porque no todos se dedican a aplicar la ley de exclusión china.

Otro tema recurrente en los documentos es la corrupción de los funcionarios en la zona fronteriza, que se manifestaba en múltiples casos. Uno de ellos es el de los traductores oficiales de japonés. En otras ocasiones se trata del personal de la patrulla fronteriza que deja el paso libre para ingresar a Estados Unidos, incluso a aquellos inmigrantes que estaban enfermos de tracoma, problema relevante en aquellos tiempos.

Por otra parte, se puede apreciar con claridad, en diferentes entrevistas e informes oficiales, la manera de operar de los coyotes japoneses en Ciudad Juárez a comienzos del siglo XX. Recibían a los inmigrantes en la estación de tren, luego les daban refugio en casas u hoteles, donde los custodiaban hasta que las agencias especializadas se encargaran –mediante un pago previo– del cruce fronterizo. Se les cobraba una cuota dependiendo del tipo de servicio que requerían.

Sin embargo, eran los parientes o amigos en Estados Unidos quienes debían pagar la cuota al coyote, y para eso se valían de los servicios bancarios y de los giros telegráficos en Ciudad Juárez. En algunos casos los migrantes pasaban como comerciantes, para lo cual vestían adecuadamente. En otros, como el de los inmigrantes chinos, les cortaban el pelo como japoneses porque las leyes discriminatorias eran más severas para los chinos. Hoy en día el proceso de transformación de los migrantes que quieren pasar la frontera sigue el mismo patrón o proceso de mimetización, por medio de la ropa y el corte de pelo, de modo que se asemejen en cuanto a apariencia a los mexicanos que ya viven en el otro lado.

De manera similar a lo que sucede en la actualidad, los migrantes de antaño tenían instrucciones precisas para el camino, en este caso para llegar de Ciudad Juárez a Tucson, un trayecto largo, larguísimo, sobre todo si se hacía a pie. Pero el modo que se usaba era seguir por las rutas que marcan los postes de telégrafo y las vías del ferrocarril y al mismo tiempo saber evitar las aduanas donde había inspectores. En la actualidad los migrantes suelen seguir el camino de las torres de electricidad que indefectiblemente llegan a poblaciones urbanas.

La frontera siempre ha sido lugar de tránsito, trasiego, tráfico y contrabando, pero las leyes, restricciones y prácticas de cada país afectan al otro. En este caso las colonias de inmigrantes de origen chino y japonés que hoy día existen en la frontera, especialmente en Tijuana y Mexicali, son el resultado de la prohibición y las limitaciones a la inmigración impuestas por parte de Estados Unidos. Muchos de estos inmigrantes no querían quedarse en México y se vieron obligados a hacerlo.

La transcripción completa de los documentos y cartas se publicará próximamente en la revista Desacatos del Ciesas.