Política
Ver día anteriorSábado 27 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El mercado educativo
E

n una ojeada al televisor –supongo que cada quien tiene su método de mirar la programación televisiva– veo a un joven que transmite tanto su gran dificultad para leer como la facilidad que derrocha para adular. Se trata, según la información, de un joven líder ciudadano. Su nombramiento, como los de todos los que aparecen en los organismos ciudadanos subordinados al ejecutivismo reinante, se lo debe al gobernador del estado.

En otra ojeada veo a unos comentaristas referirse a la segunda dimensión de los ninis: aquellos que ni leen ni escriben. La figura patética del joven líder que he visto antes parece inscribirse en esa dimensión. Me pregunto si no es un síntoma del liderazgo simulado que hemos venido constatando hace tiempo. Sus protagonistas parecen haber leído, pero no leen; parecen tener convicciones, pero no las tienen; parecen expresar un cierto pensamiento sin que éste haya pasado por su cabeza. ¿No es esta condición mostrenca la que mejor puede servir a los intereses de quienes persiguen todo el control, todo el poder y todo el dinero en nuestro país?

También me pregunto quién ha estado educando a estos individuos que han abandonado la realidad para radicarse en el mundo de la apariencia. Los vemos ahora en las precampañas: están en todas partes, pueblan con sus rostros una gran diversidad de espacios. Su imagen personal lo es todo, tan fungible como el personaje en cuestión y su lema . Todos actualizan su estado a los ojos del espectador según el canon de Facebook: su galería iconográfica es infinita y proteica. Cambian, pero son los mismos inaprensibles seres mediáticos que piden miradas, fijación en las mentes de sus receptores, pleitesía o por lo menos aceptación y likes o votos, miles, decenas de miles.

¿Son esas las criaturas de la galaxia de McLuhan, que en menos de 50 años desplazó lo que en 500 había edificado la galaxia de Gutenberg? En el fondo quizás se trata de otra cosa. Al profesor Sheng Woming, presidente de la Asociación de Academias en Ciencias Sociales de China, le pregunto quién educa con mayor eficacia al pueblo chino: el Partido Comunista Chino, el sistema público de educación o bien el mercado. Mi pregunta tenía que ver con lo que se ofrece a la vista del transeúnte y posible consumidor en las grandes ciudades chinas: numerosos kioscos de revistas semejantes a las que encontramos en los supermercados. Los cientos de revistas se especializan en cualquier cosa; ninguna en temas políticos. Sin parpadear, el académico y político de inmediato me responde: El mercado.

El lenguaje del mercado es el de la demagogia: prometer sin cumplir, dar por hecho lo inexistente.

En el mundo capitalista, ¿no siempre ha sido así? Recuerdo mi vieja y tonificante lectura del culto exiliado argentino Aníbal Ponce ( Educación y lucha de clases). Al barretero se le enseñó a leer y escribir, decía, cuando era preciso que en su trabajo se guiara por lo que permite la lectura y la escritura: el criterio para operar con mayor precisión en la racionalidad de cierta práctica. El problema para la burguesía y su Estado fue que los obreros aprendieron a leer y conocieron más cosas de las que debían, entre ellas sus derechos. Y esto los hizo peligrosos. Tal ejercicio lo compartieron con las clases medias, y el peligro para los intereses de la clase dominante se potenció.

Por ello, desde los años 70 el objetivo de la política educativa ha sido fragmentar el conocimiento, deslavar o desfigurar la historia, desaparecer la filosofía, evitar la antropología y en general las humanidades. Preferible es reverenciar la apariencia (informarse en la televisión fue la siembra de Fox, el cultivo de Calderón y la cosecha de Peña Nieto) y devaluar la práctica. El resultado ha sido desastroso.

El abandono más nocivo está en la escuela. A principios de 2014 comentaba yo uno de los tantos tristes eventos que colman al país. No había pasado medio año de haber sido aprobadas las leyes reglamentarias en materia educativa cuando las autoridades del ramo recibieron una mala noticia: la OCDE mandaba decir que las cifras colocaban a México en el primer lugar de deserción escolar entre sus países miembros. La SEP confirmó el señalamiento: en el periodo de agosto de 2012 a julio de 2013, un millón 47 mil 718 alumnos abandonaron las aulas antes de la conclusión del ciclo escolar correspondiente. La consecuencia: los desertores serán captados por la vagancia, el trabajo derivado de la necesidad o el crimen. El costo material: más de 134 mil millones de pesos. Y el costo social es equivalente, según investigadores especializados, a un atentado al derecho a la educación, que impactará en el desarrollo futuro del país.

En respuesta a la alarma, en enero de 2014 el pleno de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión elaboró un dictamen para punto de acuerdo en el que se hace un llamado a las autoridades educativas de todo el país para detener la sangría escolar que deja todos los días fuera de las aulas a cerca de cinco mil estudiantes. En el diagnóstico sobre el problema era realista: falta de recursos económicos, distancia de las escuelas en comunidades rurales, las malas condiciones de las escuelas y el embarazo en las adolescentes.

La respuesta de la SEP, por el contrario, se alejaba de todo realismo con el anuncio de crear un nuevo modelo educativo basado en la Escuela de Excelencia (nonata aún) para evitar la deserción escolar. Pero se acercaba a paso firme al mercado educativo inscrito en el segundo informe de la administración Peña Nieto. A sus espots mercantiles me remito.