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Las etapas del PAN
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n septiembre de 1939, hace 75 años, en el Frontón México, entonces flamante y hoy abandonado, se fundó el Partido Acción Nacional, del que quizá no debiéramos ocuparnos mucho, pero que conviene recordar porque, como se sabe, la historia es la maestra de la vida. Vuelvo a este asunto por la oportunidad de la efeméride y haber sido militante del partido, del cual me retiré oportunamente en 1992; los principios básicos que me convencieron no chocan para nada con mis convicciones actuales, pero si diferí de sus acciones y alianzas.

El PAN ha sido actor en la vida y la historia de México, motivo de críticas, opiniones favorables y desfavorables, libros, foros, conferencias y artículos de prensa y creo que para entenderlo bien hay que identificar las etapas por las que ha pasado, que son cuatro; la primera, la de la fundación; la segunda, la de el predominio de militantes de Acción Católica en su dirigencia; la tercera, la de nuevos dirigentes reclutados entre profesionistas de clase media, y la cuarta, la llegada de los empresarios a la dirección del partido, que incluye su alianza con el sistema, primero con Carlos Salinas y luego con Ernesto Zedillo, y su llegada al poder.

En la primera etapa, la figura central es Manuel Gómez Morín, abogado destacado, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, defensor de su autonomía, funcionario público en los gobiernos de Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón, especialista en banca y crédito, banquero él mismo e integrante de los consejos de administración de varias empresas. Reunió a un grupo selecto y nutrido de ciudadanos para fundar el nuevo partido, que se propuso y logró trascender la coyuntura electoral de 1940 y, a la larga, a su mismo fundador.

El núcleo de los organizadores, al igual que Gómez Morín, eran universitarios; cito algunos nombres: Efraín González Luna, Daniel Kuri Breña, Juan Landerreche, Manuel Herrera y Lazo, Manuel Ulloa, Roberto Cossío y Cossío, Enrique de la Mora y Gustavo Molina Font. El partido desde entonces, encontró su nicho de simpatizantes y seguidores entre personas de clase media, que veían al gobierno de Lázaro Cárdenas como populista y como un peligro para la estabilidad y el orden en el país.

En esta primera etapa y durante 10 años, encabezó al partido quien lo fundó, acompañado de abogados distinguidos y algunos antiguos alumnos que lo admiraban y respetaban. Conocidos intelectuales y políticos con más independencia o ideas diferentes a las del maestro, como fue siempre conocido Gómez Morín, se separaron tempranamente de la militancia; son los casos del licenciado Aquiles Elorduy y del escritor Jesús Guiza y Acevedo. Otro caso fue el de varios banqueros, entre ellos Juan Sánchez Navarro, Aníbal de Iturbide y otro de apellido Chávez Camacho, que no hicieron huesos viejos en la brega de eternidad.

La democracia interna del partido funcionó y, en contra de la opinión del fundador Gómez Morín, en la primera asamblea se acordó sumarse a la candidatura de Juan Andreu Almazán, a quien no sin ironía y cierto desdén le llamaba El generalito del caballo blanco.

Los principios básicos que aglutinaron a mexicanos en su mayoría ajenos a la política fueron su fe democrática, el propósito de formar ciudadanía, su reconocimiento realista de que frente a un partido oficial no era fácil alcanzar el poder, pero sí exigencia ética dar testimonio y habituar a los mexicanos a la participación cívica.

Una convicción fue que las personas tienen una eminente dignidad que debe ser respetada y reconocida por leyes y autoridades; otra la certeza de que el bien común debe prevalecer en todo caso sobre bienes singulares o sectoriales y su gestión responsabilidad del gobierno. El bien común es para el PAN el conjunto de circunstancias sociales y políticas que permitan a todos los integrantes de la comunidad su pleno desarrollo material, espiritual y social.

Las autoridades deben legitimarse por el voto y su acción ser limitada por el principio de subsidiaridad; esto es, que lo que pueda hacer un organismo o grupo social menor o inferior, no lo haga el superior; de acuerdo con este principio, el gobierno federal sólo debe actuar, subsidiariamente, cuando los estados no puedan resolver y éstos, cuando los municipios se encuentren en circunstancia similar y al final de la jerarquía, todo lo que puedan hacer las familias y los ciudadanos en lo personal debe dejárseles dentro de su ámbito de acción sin injerencia de las comunidades de jerarquía mayor, que sólo intervienen ante la falta o falla de las comunidades de jerarquía menor.

La doctrina recibió influencias de diferentes vertientes; primordialmente de la social cristiana, pero también de un liberalismo moderado que reconoció desde el inicio, la rectoría del Estado en la economía, nada contrario a la democracia, ni a la dignidad de la persona humana y, por tanto, nada en contra de la igualdad y de la libertad.

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