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Argentina: capitalismo sin reglas o reglas al capital
C

on el retoño del siglo, el hipercapitalismo parece haber cruzado el rubicón de sus propias reglas del juego. Veamos: cuando en el decenio de 1980 un Estado decía quiero pagar pero no puedo, los acreedores le proponían ceder su soberanía para convertirlo en sujeto de crédito. Pero hoy, si un Estado opta por desendeudarse en defensa de sus intereses soberanos, el hipercapitalismo lo castigará por decir quiero pagar, negociemos.

Para Ripley. Pero tal es el insólito caso de Argentina, primer país en la historia del capitalismo que quiere pagar a sus acreedores, y la Corte Suprema de otro país se lo impide. Mas no la Corte de cualquier país sino la de Estados Unidos, que tras avalar la sentencia de un juez de cuarta y al servicio de uno de los tantos llamados fondos buitre, puso en cuestión la plaza financiera de Nueva York como garante del capitalismo global.

Rewind de la historia. En marzo de 2004, el gobierno de Néstor Kirchner llegó a un acuerdo con el FMI para refinanciar un pago de la deuda, y evitar nuevamente el default del terrible y anárquico 2001. Naturalmente, el FMI planteó sus condiciones, una de las cuales exigía la disminución de la oferta de quitar 75 por ciento de la deuda privada. O sea, la que Kirchner había propuesto al FMI en la reunión de Dubai, en septiembre del año anterior.

Para entonces, la deuda argentina sextuplicaba las exportaciones, y 77 mil 200 millones de dólares (la mitad del PIB) estaban depositados en el exterior. Cifra que representaba 75 por ciento de los ahorros del 1.5 por ciento más rico de la población. Que, a su vez, administraba 53.6 por ciento de la riqueza del país. Sin dejarse intimidar, Kirchner anunció la quita, y los sabios de la economía empalidecieron: nunca antes un país había propuesto un descuento semejante.

Simultáneamente, el gobierno argentino emprendía una firme y sostenida política de redistribución del ingreso: derogación de la semiesclavista ley de flexibilidad laboral, estímulo al consumo, expansión del empleo y aumento de salarios, que contaron con el viento de cola de las exportaciones al alza. En el último trimestre del año, 250 mil argentinos habían conseguido trabajo, y aún quedaban 4 millones de desocupados. El año cerró con un crecimiento de 7.5 por ciento, superior al de China.

En diciembre de 2005, luego que un grupo de gobiernos independientes y soberanos de América del Sur sepultó el Acuerdo de Libre Comercio de Washington (ALCA, Cumbre de presidentes de Mar del Plata), Kirchner acabó con la intervención del FMI en la economía nacional. La acumulación de reservas en el Banco Central (regulador del mercado de cambios) permitió cancelar, por anticipado, la deuda de 9 mil 500 millones de dólares con el FMI.

La democracia kirchnerista benefició a todos. Los sectores concentrados multiplicaron exponencialmente sus ingresos, las clases medias recuperaron su estatus, y 2 millones 800 mil personas se jubilaron a pesar de no tener los años de aportes correspondientes. Y las izquierdas retornaron a lo suyo: hacerse bolas. Los comunistas se dividieron en kirchneristas críticos y partidarios del precámbrico glacial harneckeriano; socialistas y radicales buscaron su lugar en el arco de las ideologìas, los que gritaban que se vayan todos se rascaron la cabeza, y los troscos dieron un paso adelante y dos atrás.

Sumados, nada serio. Poco a poco, cientos de miles de argentinos volvían a trabajar, recuperando su legendaria autoestima. Y a finales de 2007, poco antes de que Cristina Fernández ganara las elecciones con 45.2 por ciento de los votos, el sistema de jubilación privada pasó a manos del Estado. Un año después se restatizaron los fondos de pensión, poniéndose fin a la usura criminal de las AFJP.

La poca dependencia financiera y la decisión de no recurrir a los mercados de capitales permitió que la crisis mundial que empezó en 2008 (crack de Wall Street que aún no termina), golpeara tangencialmente a los argentinos. Con todo, las fuerzas de la antipatria decidieron echar abajo las retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias (marzo, resolución 125).

Durante cuatro meses, con protestas y cortes de ruta, Ripley tuvo más historias para contar. Y la más increíble sorprendió a las izquierdas clasistas y anticapitalistas sumándose al alzamiento y sedición de los sectores empresariales del campo. Creáse o no, en los barrios pudientes de Buenos Aires, esas izquierdas alzaban el puño en alto, y junto con las señoras lectoras de Hola cantaban el pueblo unido jamás será vencido.

Luego, en su primera intervención en la ONU, Cristina puso las cosas en su lugar. La presidenteridiculizó el efecto tequila o tango, y habló del efecto jazz que iba desde el centro de la economía mundial, expandiéndose por el mundo. Dijo que la libertad absoluta de mercado había llevado a la crisis, y que ahora Estados Unidos volcaba los recursos estatales para salvar a los bancos. Situación que, añadió, “… no nos pone contentos ni alegres”.