Opinión
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39 Festival Internacional de Cine de Toronto
El documental al rescate
T

oronto, 12 de septiembre.

Con frecuencia sucede en los festivales que, cuando decepcionan las películas de ficción, siempre quedan los documentales para compensar el asunto. Esta edición del TIFF no ha sido la excepción. Varios trabajos vistos en el festival han servido para confirmar la idea de que el género goza de buena salud en el cine mundial.

En The Look of Silence (La mirada del silencio), coproducción entre Dinamarca, Indonesia, Noruega, Finlandia y el Reino Unido, el estadunidense Joshua Oppenheimer ha brindado un complemento a su anterior y excelente documental, El acto de matar (2012). El cineasta sigue indagando sobre el genocidio cometido por la dictadura militar y sus secuaces en el año de 1965. Sólo que esta vez lo hace a través de la persona de un optometrista llamado Adi, cuyo hermano fue una de tantas víctimas.

Sin temor a las posibles repercusiones que ello pudiera tener, Adi interroga a los asesinos de su hermano quienes, como en El acto de matar, se ufanan de sus actos, presumen de la crueldad con la que procedieron y no muestran seña alguna de remordimiento. Al mismo tiempo, Oppenheimer filma al optometrista observando el pietaje obtenido por el cineasta con otros verdugos. Su rostro impasible deja entrever, sin embargo, el dolor de enterarse del sufrimiento padecido por su hermano. La mirada del silencio no es tan poderosa como su antecesora porque ya conocemos el caso y no nos sorprende el cinismo de los ejecutores. Aún así, continúa dando a conocer un crimen de lesa humanidad, cuyos culpables siguen impunes y en el poder. No extraña que en la lista final de créditos aparezcan docenas de colaboradores –incluyendo un codirector– que prefirieron figurar como anónimos. No es para menos.

Si el trabajo de Oppenheimer nos evidencia la bajeza a la que puede llegar el ser humano, el documental Seymour: An Introduction muestra el lado redentor de nuestra especie. Se trata del debut en el género del actor Ethan Hawke, aquél del eterno pelo grasiento, quien antes había dirigido dos ficciones con poca fortuna. En este caso, Hawke realiza un cálido acercamiento a Seymour Bernstein, virtuoso neoyorquino del piano que dejó de dar conciertos para dedicarse a la enseñanza.

El octogenario músico revela ser un extraordinario conversador, adorado por sus alumnos, que sabe cómo expresar el significado personal y universal de la música, así como momentos emblemáticos de su vida con la misma sencillez. Hawke lo muestra dando clases con sabiduría y sensibilidad; probando pianos a los que compara con personas (todos se crean iguales pero salen diferentes); o calificando a pianistas como Glenn Gould o Clifford Curzon –de quienes se muestra pietaje. En esa breve introducción, Bernstein se revela también como un filósofo y un teólogo de la música, que ha vivido de experimentar lo sublime de ese arte. La virtud primordial del documental es contagiarnos ese entusiasmo.

Por cierto, es en esta misma sección llamada Tiff Docs donde se exhibió el documental mexicano Los años de Fierro, la elocuente investigación hecha por Santiago Esteinou, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica. Como lo han hecho varios alumnos de esa escuela, a saber por qué, el cineasta se interesa por alguien que ha vivido la mayor parte de su vida tras las rejas. El mexicano César Fierro ha sido condenado a muerte en Texas, tras ser acusado de asesinato en un proceso jurídico lleno de irregularidades. Es de esperar que el documental, según ha ocurrido en otras instancias, sirva para la revisión del caso de Fierro y sea probada su inocencia.

Twitter: @walyder