Opinión
Ver día anteriorSábado 13 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Por una educación a escala humana
L

a reforma de 2013 en la educación mexicana ha provocado que aflore otra vez la discusión acerca de cuál es la escala que debe tener la educación. Es decir, qué tan lejos deben quedar sus protagonistas de los ámbitos donde se toman decisiones que los afectan directamente y al proceso educativo. En los casos en que la educación está inmersa en un enorme esquema burocrático vertical y lejano (en México) no sólo existen enormes dificultades para generar dinámicas autógenas de mejoramiento, sino que una y otra vez aparecen fuertes movimientos de protesta de estudiantes y maestros que se perciben como relegados y objeto de decisiones sin consulta, sin escucha y sin recurso efectivo de apelación. Es decir, además de la protesta por el contenido mismo de, por ejemplo, la Ley General del Servicio Profesional Docente o un alza de cobros en la universidad, la resistencia de los maestros y estudiantes se construye de manera importante como respuesta a la invisibilización de que son objeto.

Es cierto que una reforma educativa no puede comenzar y terminar en lo local, pero tampoco puede minimizar el ámbito cercano. Éste es fundamental para percibir las dinámicas de los problemas, para esbozar los grandes rasgos y fuerzas que pueden sustentar una reforma y para ponerla en práctica. Hasta la reforma de 2013 parece reconocer la importancia de la visión local, pues al mismo tiempo que sus disposiciones apuntan a crear un marco de uniformidad nacional, no deja de mencionar (sin ir más allá) la necesidad de respetar las condiciones locales y hasta establece un mecanismo de evaluación (muy restrictivo) a realizarse por los propios maestros en cada escuela, y dedica todo un transitorio a la autonomía de los centros escolares (aunque sólo para obtener y administrar algunos recursos).

La contradicción también existe, aunque distinta, en la educación media superior y superior. En los años 70, la llegada de cientos de miles a esas escuelas generó un importante dinamismo de participación, autonomía y organización que sacudió a los consejos universitarios y creó algunas estructuras intermedias, como los sindicatos. No retomó, sin embargo, el problema de la creciente pérdida de identidad que provocaba el crecimiento entre estudiantes y trabajadores académicos y administrativos. Sólo ocasionalmente –como la propuesta de congresos universitarios que hicieron los movimientos estudiantiles desde fines de los 80– se respondió a la pregunta de cómo extender la participación más allá de las cúpulas. En algunas instituciones, como en la unidad Xochomilco de la Universidad Autónoma Metropolitana y el Colegio de Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, en esos años surgieron además innovaciones pedagógicas que llevaron al salón de clase un viento de horizontalidad, participación, interdisciplinariedad, construcción del conocimiento y el énfasis en el compromiso social de la universidad. Esto aminoró la enajenación, pero en general se mantuvo y amplió el vacío entre el alto techo de las instituciones (consejo universitario, administración, negociación bilateral) y abajo, el piso de la participación en el aula o centro de trabajo. Y se ha vuelto parte importante de la crisis de las instituciones y de la educación. Por supuesto, en el caso de la educación de niveles básicos, ese vacío es infinitamente mayor y se ha agravado con una reforma empresarial y recentralizadora encaminada a suprimir lo más posible el puente –deficiente, incompleto y todo lo que se quiera, pero importante– que representaba la interacción con las instancias ejecutivas y legislativas locales.

Una reforma de fondo debe llenar ese espacio. Reactivar la democracia y lograr que la discusión para mejorar no siga siendo un asunto de cúpulas, es perfectamente posible. Tanto en la educación básica como en los niveles siguientes, el camino puede ir por el rumbo de ampliar y reinterpretar el concepto de autonomía. En el nivel básico, ésta puede aplicarse por zona escolar, sección o, incluso en ciertos casos, por entidad federativa. Con la coordinación y apoyo de una instancia nacional que coordina y apoya, es posible reditar la idea de una educación nacional a partir precisamente de autonomías locales y de un acuerdo nacional. Dentro de las instituciones de nivel medio superior y superior, por otra parte, una ruta para llenar el vacío puede ser la creación de colegios, comunidades de tamaño accesible, de maestros y estudiantes, que en el interior de una institución grande trabajan y conviven de manera más cercana y directa. En estos colegios, un órgano paritario y representativo recoge inquietudes y propuestas y establece lineamientos, políticas e iniciativas académicas concretas referidas a su ámbito, y administra los recursos y servicios disponibles. Con el apoyo de un coordinador electo, las comunidades interactúan con el resto de la institución, pero ya no como subordinados, sino como comunidades dotadas de una identidad y una visión que refleja las necesidades propias de estudiantes, profesores y administrativos, hasta ahora invisibles por el tamaño de las instituciones.

Jornaleros: nada menos que 30 años de hacer visible a un país de gente que lucha. Gracias.

*Rector de la UACM