Costa Rica, territorio bribri

La estafa de redd plus y la resistencia
contra el despojo transnacional


Nivicennar, costurera inuit, llamada Shoo-Fly por los balleneros alrededor de 1900, viste un atigi adornado con perlas. Foto: A. P. Low

Ramón Vera Herrera

Suretka, Talamanca, Costa Rica

La ola de rebeliones y resistencias del siglo XVIII no le pasó de largo a Costa Rica. Fueron arduos los intentos por sojuzgar a los pueblos de la llamada Costa Atlántica costarricense y en varias ocasiones los pueblos originarios se levantaron para defender sus territorios, como todavía hoy lo hacen los herederos de Pabru Presbere, legítimo primer defensor de los pueblos que hoy conocemos como bribri y sus vecinos cabecar.

En el levantamiento en defensa de sus territorios los pueblos se acuerparon en torno a  Pa Blu (o jefe lapa) Presbere, hoy castellanizado su nombre como Pablo o indianizado como Pabru. En una de tantas refriegas, Presbere cayó prisionero junto a otros diez líderes. Todos fueron sometidos a juicio por los invasores españoles.

Pabru Presbere fue descuartizado —como se dice que lo fueron también Tupac Amaru en Perú y Jacinto Canek en Yucatán—, ante lo que mostró siempre una gran entereza moral.  Corría  el día 4 de julio de 1710.

Ese mismo día, 304 años después, el pueblo bribri de Talamanca, viniendo de Meleruk, Kachabli (y otras comunidades aledañas al río Sixaola) se reunió en Suretka para conmemorar el sacrificio de Pabru Presbere y celebrar una asamblea donde compartir información y discutir la pertinencia o no de entrar a los programas de gobierno conocidos como REDD+ (programa de Reducción de Emisiones de carbono ocasionadas por Deforestación y Degradación de los bosques).

La gente llegó por montones y no había ningún mareo de desinformación. Al contrario. Cada quién traía trozos de experiencias, datos y argumentos, documentos y discusiones para impugnar la idea de que los organismos multilaterales están muy preocupados por la conservación y entonces, de buenas a primeras y tras siglos de ausencia, comienzan a “retribuir” a las comunidades por el cuidadoso trabajo de equilibrio ambiental que durante años y años han emprendido como su tarea más fundamental y apasionada.

Es tal el disparate que la gente, genuinamente, no entiende. Y no entiende porque el razonamiento está hecho de tal manera que parezca ir hacia un lado, cuando se encamina al otro. La filosa lógica de los pueblos desnuda de inmediato el engaño.

Dice la gente: por qué pagan por algo que hemos hecho por siglos, de dónde sale el dinero, qué están comprando. Lo que los lleva a una contundente conclusión: un certificado que afirma que en este territorio se cuida el bosque. Pero ese certificado se compra y se vende, e incluso puede subir o bajar de precio, y lo más grave: tener tal certificado le permite a alguien seguir contaminando en otro lugar. Las grandes corporaciones internacionales pueden incluso obtener premiso de conservación y lavarse su cara mundial, porque en algún lugar “apoyan el trabajo de las comunidades”.

REDD aflora entonces como una estafa para sacarle plata al cuidado que la gente ha tenido por años. Y como el negocio es redondo, a las corporaciones les importa garantizar que el esquema que dio origen a tal certificado particular continúe así, por lo que los contratos implican enajenar el manejo de los pueblos por su territorio. Mirando con atención, queda claro el despojo.

Las corporaciones y gobiernos y los organismos multilaterales dicen que quieren “pagar” por el cuidado que una comunidad particular ha tenido por siglos pero más pronto que tarde prefieren que el control del manejo de dicho territorio esté en manos de las corporaciones dueñas de los certificados, porque, claro, “ya ven cómo son los indios, ni saben cuidar”. Entonces, dice el compañero Johnny Buitrago: “Ya ustedes no van a poder sembrar, pastar el ganado, aguar. Todo lo que hagan van a decidirlo las empresas. Y ellas seguirán contaminando en algún lado y nadie les podrá decir nada. Por un lado te dicen, te pago por el cuidado, y por otro lado criminalizan los cuidados más profundos”.

Una compañera dice: “A nosotras, los sikuas (los no indígenas) nos han perseguido con perros. No tengamos miedo. Nosotras ya hemos dormido en la carretera”.

Otro compañero, Filidencio Cubillo, afirma: “La gente que está a favor de REDD dice que los indígenas están manipulados por la gente de Kioscos y la Universidad de Costa Rica. Pero yo no necesito de ningún académico para saber mi espiritualidad, mi territorio y mi gente. Esta decisión contra REDD es una convicción propia”.

Y si en Talamanca la gente rechazó masivamente REDD el 4 de julio, al otro día en la vertiente del lado Pacífico del territorio bribri —a por lo menos tres días de camino cruzando la cordillera—, “finqueros racistas del cantón Buenos Aires, con un contingente de más de 80 hombres armados, bloquearon la calle de entrada al Territorio Indígena de Salitre, a vista y paciencia de la policía”, informó la Red de Mujeres Rurales.

Los finqueros quemaron ranchos y barrios completos de población indígena en la entrada de Cebror. Un grupo de cerca de 30 hombres armados “persiguió a un grupo de mujeres indígenas por la montaña durante toda la noche para darles cacería como animales”.

De acuerdo a Zuiri Méndez y Henry Picado para Desinformémonos, las comunidades huyeron a la montaña por temor a las agresiones, permaneciendo a la intemperie, sin acceso a comida, techo y seguridad. “El Estado de Costa Rica mantiene en impunidad la violencia ejercida por estos grupos de corte racista y paramilitar en el cantón de Buenos Aires. Los bribris de esta región están siendo amenazados de muerte desde el 2009 y los actos violentos se han incrementado desde entonces”. En 2013 “más de 50 no indígenas con armas de fuego, machetes, tubos, piedras y palos, atacaron cobardemente a dos familias indígenas de Salitre, llegando a machetear, amputar dedos y marcar con hierro ganadero a un indígena” (Informatico.com 10-8-13).

Pese a no haber contacto entre el Atlántico y el Pacífico por la penosa dificultad de atravesar la cordillera a pie, sin carreteras ni buenas brechas, el pueblo bribri, fragmentado igual que Pabru Presbere, mantiene con entereza la autonomía de su territorio, fortaleciendo sus estructuras, sus tradiciones y su organización comunitaria, algo que se ejerce con su rechazo a programas como REDD y otros tantos programas más con los que se les quiere enajenar justo el manejo de su bosque, de sus aguas, de sus montañas.

Por eso, tal vez, los finqueros emprenden una cacería de violencia extrema justo en el aniversario de la muerte de Pabru Presbere.

La memoria que convoca Presbere parece viva y a los invasores les muerde el alma.