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Aprender a Morir

¿Cómo se llora un río?

U

n río es una sonrisa de la tierra y un canto a la vida, o a la muerte si alguien la encuentra en sus aguas o si su vivienda es arrasada por su caudal o la ingeniería no pone remedio o, peor, si su corriente es contaminada por alguna empresa tan próspera como intocable. Pero los ríos son también una gran lección: en este plano nada es permanente, pues anterior a tu ubicación hay un flujo que rebasa tus posibilidades de interrumpir su cauce.

Y por extraño que parezca, en algunos países los ríos a veces se convierten en puntas de iceberg, no debido a bajas temperaturas, sino al alto grado de impunidad que prevalece en un sistema serenamente corrupto, donde asoma apenas una partecita de situaciones que, uno imagina, involucran a demasiadas instancias encargadas de cumplir y hacer cumplir la ley, pero que sin embargo se encuentran instaladas en el abuso y la ilegalidad. La corrupción adquiere entonces carta de ciudadanía y preparados e impreparados adoptan el cinismo necesario para apuntalar su extraviada autoestima, incluidos calamitosos cuanto florecientes consorcios.

Pero la soberbia del Grupo México y su poderosa influencia en los gobiernos federal, estatal y municipal para protegerlo ya había sido notoria con la tragedia de Pasta de Conchos, en Coahuila, en febrero de 2006, donde además de negarse a rescatar los cuerpos de 63 mineros para evitar indemnizaciones por homicidio industrial, sólo se le ocurrió contratar a una Sociedad Española e Internacional de Tanatología que intentara apoyar a los deudos, en un asistencialismo comodón para conciencias acomodaticias.

Todavía a finales del año pasado continuó la impunidad de Grupo México al conseguir un amparo en el que argumentó que de hacerse el rescate (de las víctimas de Pasta de Conchos), se crea un elevado riesgo de causación de daños a personas, comunidades aledañas, así como a la flora y la fauna de la región. Con su reciente envenenamiento a ríos en Sonora, el alegre grupo volvió a demostrar lo mucho que le preocupa causar daños a las personas y a la tierra que lo enriquecen.

Incapaces de vigilar la puntual aplicación de la ley, nuestros agudos legisladores exigen enardecidos la cancelación de la concesión a Grupo México, pues siempre es más fácil prohibir que reglamentar. Pero al resto de las empresas intocables del país, que hacen y deshacen y se autorregulan como se les antoja, ¿quién les tocará sus concesiones?