Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de agosto de 2014 Num: 1014

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Jotamario Arbeláez
y la fe nadaísta

José Ángel Leyva

Borges y el bullying: influencias literarias
Saúl Renán León Hernández

Colonia Tovar, Venezuela
Leandro Arellano

A Georg Trakl
Francisco Hernández

La plateada voz
de Georg Trakl

Marco Antonio Campos

La Farmacia del Ángel
Juan Manuel Roca

Sebastián en el sueño
Georg Trakl

El retrato del siglo
Gisèle Freund
(1908-2000)

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Galería
Honorio Robledo
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

El arte de la anticipación

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Canadá,
Richard Ford,
Anagrama,
Barcelona, 2013.

No suele ser una buena idea anunciar el final de un libro, decir pronto cosas que pasarán más tarde. Sobre todo, si estos acontecimientos están cargados de intensidad. La tensión dramática dentro de las novelas suele dosificarse a lo largo de cada una de sus páginas. Es la forma más confiable para conseguir que los lectores lleguen hasta el final. Hemos sido testigos, una y otra vez, de la broma consistente en contarle la revelación máxima de una obra de ficción a alguien que está a punto de iniciar su lectura. No sólo es una broma de mal gusto por sí misma sino porque su eficacia consiste en despojar de toda la posible tensión dramática a la obra en turno. A cualquiera le puede parecer una pésima idea revelar el final.

No es el caso de Richard Ford (Mississippi, 1944). Basta leer las primeras líneas de Canadá para darse cuenta de casi todo: “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después.” Sólo eso, dos frases. Dos frases con las que se puede sintetizar lo que sucede dentro de una novela de alrededor de quinientas páginas.

Es cierto, el inicio es por demás sugerente. Cualquier lector querría saber a qué se refiere el personaje al hablar del atraco, mucho más de los asesinatos. Bastan esas pocas palabras para despertar el temperamento especulativo de cualquiera. Es un enorme riesgo, sobre todo porque, una vez que se optó por atrapar la atención del lector en el primer momento, luego se debe mantener. Incluso en contra de lo que dicho lector ha imaginado.

La historia que cuenta Ford no es excepcional. Ni siquiera es mucho más de lo que se sabe tras el inicio. Dell Parsons cuenta, a cuatro décadas de distancia, los acontecimientos que se dieron cuando él tenía quince años y una idea muy diferente de la vida: un atraco, un par de asesinatos. Sólo eso.

¿En dónde radica entonces la genialidad de Ford? En el desarrollo de los personajes. De uno nada más. De ese Dell Parsons o, mejor, de esos Dell Parsons. Porque esta novela es un claro ejemplo de cómo se desdoblan un personaje y el narrador que este mismo encarna. No es el mismo Dell quien vive las cosas que quien las cuenta. Hay toda una vida entre ellos. Una vida que se ha desarrollado a partir de esos acontecimientos aciagos.

Richard Ford no sólo ha sido capaz de adentrarse en lo más profundo de la psicología de un personaje. También ha recreado con maestría una época que suena, incluso, caduca. A la par, permite que tanto el narrador como el personaje descubran verdades fundamentales dentro de sus propias existencias. Y es justo eso lo que le da sentido a la novela: la facilidad con la que el lector, tan lejano del contexto y las circunstancias del personaje, consigue identificarse con él. Es como si Dell le estuviera diciendo al oído: me pasó a mí, pero bien podrías haber sido tú el involucrado, porque en la vida, muchas de las cosas que suceden, no dependen del protagonista.


Latinoamérica como proyectiva

Ricardo Guzmán Wolffer


Pasajes de Proteo,
Fernando Zalamea,
Siglo XXI Editores,
México, 2013.

El estudio de Latinoamérica a nivel cultural es complejo por la diversidad que se da a nivel creativo en cada país, incluso por épocas. Con una mirada que empata lo micro con lo macro, la transversalidad y la simultaneidad: el conjunto y el detalle, Zalamea imprime una voz particular en este ensayo que, a pesar de establecer los propios límites desde el prefacio, capta a un conjunto de creadores para buscar el sustrato común. Podría decirse que faltaron otros, pero el ensayo obedece a la visión del autor, de ahí que baste fijar la senda para gozar con su tránsito como lector.

El autor distingue entre creadores y ensayistas. Mencionar a Alfonso Reyes en la segunda categoría obliga a la lectura, pues aunque Reyes es conocido como ensayista, su obra literaria no pide nada a otros autores señalados por Zalamea. Empero, es verdad que en el contexto latinoamericano son pocas las figuras que crean (o recrean) esa voz colectiva en sus obras y que, al mismo tiempo, toman conciencia de los alcances de su quehacer. Destaca el autor la lucha, claramente aceptada por Borges y otros autores, entre lo regional (a veces tan local como un barrio o un vocablo de cierto pueblo) y ese bloque europeo al que solía tenerse como referente. De ahí la necesidad de la “identidad latinoamericana”, que puede iniciarse con el hecho compartido de muchos desgobiernos que unen a la región, donde los rezagos de la Colonia son retomados por esos políticos codiciosos que dan pie común a la memoria para identificar y retomar mestizajes de ideas y razas (más como parte de un proceso social desigual, que como etnia regional), en un entorno a veces naturalmente salvaje, a veces humanamente rapaz, sobre los que debe elevarse la “expresión americana”. La dificultad del análisis entre lo atomizado y lo global es salvado por Zalamea, quien destaca una particularidad de la creación surcontinental: la convivencia, en aparente lucha conceptual, de los valores naturales, originarios, con la cultura occidental impulsada desde fuera de cada región.

Lezama Lima es citado y analizado por Zalamea. Se le retoma por su vigencia. Las apreciaciones de Lezama sirven para enfrentar las “ausencias posibles”. La literatura y la plástica se mezclan en este análisis conjunto que busca encontrar el fondo común: por momentos, en el ensayo sólo es esa cotidianidad agresiva y violenta. Lo precisa al emparentar a José Luis Cuevas con Carpentier, al establecer el primero cómo la realidad brutal es su aliciente creativo. Y eso que toma referencias de hace varias décadas, antes de que la “guerra contra el narcotráfico” inaugurara en México una interminable procesión de imágenes impensables en aquellos lejanos, por su contexto, años sesenta y setenta. En esa búsqueda de lo inmediato, lo onírico termina por aparecer: Tamayo con sus óleos mágicos, mitad sueño, es apuntado por Zalamea para advertir esa derivación que en algún momento es ineludible: la necesidad de negarse a una realidad que, por inasible, no deja de taladrar a los que la viven con desesperanza.

Un libro que invita a múltiples aproximaciones a la identidad regional.


Tres cuartas partes del poeta

Ricardo Venegas


Tres cuartas partes,
José Ángel Leyva,
Mantis Editores,
México, 2012.

Poeta, ensayista, editor, periodista, alguna vez médico, explorador y cazador de los poetas y su trabajo mediante el género de la entrevista, miembro fundador y codirector de la extinta Alforja (revista de la Fraternidad Universal de los Poetas) y ahora director de La Otra, José Ángel Leyva (1958, Durango, Dgo.) es un bardo con múltiples registros. Como aquellos poetas que han realizado un largo viaje para llegar a esa voz que se fue conformando con la arena del desierto y las aguas del mar, José Angel Leyva despliega en estas Tres cuartas partes su propia bitácora de caminante. 

Se trata de uno de los autores más prolíficos de la generación de los cincuenta, grupo de poetas que se ha caracterizado por la dispersión, por sus lecturas de diversas tradiciones, por estar en contra de los regímenes autoritarios, pero también por sus aportes y contribuciones generosas a las humanidades y al mapa de la poesía mexicana. 

Como el título lo indica –no es sencillo nombrar lo que a la postre nos nombra–, tres cuartas partes, la cuasi completud, el agua que somos y el que fuimos, la vida ya vivida y la porción que cerrará el círculo, nos conducen a una travesía poética que se hermana con la meditación, con el poeta de visión que mira el más allá de la experiencia estética, el paso del tiempo, de la existencia misma que se define en el golpe de dados del poema. Se trata de un autor que ya no está en la fase de la experimentación, sino en la punta del iceberg de su expresión. Somos agua, pero también arena: “El tiempo pudre la forma de raíz en otros pasos/ No hay religión ni fe en las larvas que devoran/ Vivir es caducar hasta extinguirse.”

La poesía es ese puente en el que convergen el poeta y el hombre, de ahí la evocación: “El Sena no es mi río ni París mi corazón/ Estoy aquí de paso por la tierra/ Un puente es uno más entre los días/ No toco el agua con la mano/ se van mis huesos y enseres por la orilla/ Las manos de papá se alargan en el fondo/ Bajo el puente sus uñas en blanco/ parecen imágenes de cine.” Los viajes, la infancia que no termina, los países y los sitios memorables, el credo de la luz y de la sombra, las mujeres que se miran a sí mismas, los bosques del poema y el asombro se reúnen en un volumen de latidos: “El corazón se sorprende/ a veces de sus ruidos/ y se queda mudo/ completamente sordo.” Para encontrar a Leyva hay que leerlo definitivamente.


Una denuncia y un banquete

Juan Puga


La entrega,
Hermann Bellinghausen,
UACM,
México, 2010.

A este volumen de Herman Bellinghausen, bien se le podría llamar un collage literario, construido a base de relatos aparentemente disociados, que suceden durante estancias en recónditos lugares, que nos hacen evocar la provincia y extrañar muy poco a la civilización. Parajes desolados, ciudades alejadas de la mano de Dios cobran vida gracias a la fuerza descriptiva del autor. Lo mismo sucede con personajes oscuros, grises y decadentes que, a través de la pluma de Bellinghausen, revelan un fondo a veces patético, a veces glorioso y a veces heroico. Hasta los olvidados viajes en ferrocarril con todas sus peripecias y aquel encanto que envuelve cada momento desde que es abordado, cobran nueva vida al ser evocados con todo su detalle dramático, gozoso y penoso. La entrega nos descubre un mundo velado a la información, en el que Herman nos describe una realidad sospechada pero nunca confirmada donde juegan papeles estelares y secundarios, narcotraficantes, pederastas, tratantes de blancas y demás especímenes de la seudo sociedad, así como científicos, investigadores, exploradores y luchadores sociales anónimos. Sus escenarios varían; desde mansiones habitadas por millonarios retirados, hasta bungalows, hoteles de paso y posadas pueblerinas. De los mares y sus alrededores a la espesa jungla llena de misterios; de las grandes ciudades a los pueblos rabones; de la compañía de guapas y sensuales mujeres, a la complicidad con la enigmática Voltaire, solterona otoñal, siempre dispuesta a cooperar y desmitificar. Resulta impresionante su evocación de Severo Amador, grabador, pintor y escultor quién murió en el manicomnio de La Castañeda y cuyas obras las consumió el fuego.

Entretenida y apasionante, esta obra nos atrapa con situaciones de acción, drama  y  suspenso, como una expedición a lo más intrínseco de la selva, las devastaciones de las hormigas y el descubrimiento de parajes jamás explorados. Concebida posiblemente como una labor de denuncia, las pesquisas e investigaciones aquí descritas, devienen en un magnífico banquete de situaciones y aventuras, salpicadas de un humor a veces sarcástico pero siempre oportuno y revelador de nuestra pequeñez ante el mundo, y pertinente como atenuante a lo comprometedor de las situaciones y predicamentos descritos en esta obra.



Apócrifos. Contra los “ismos” dominantes,
Julián Serna Arango,
Ediciones Sin nombre/Universidad Tecnológica de Pereira,
México, 2013.

Dice así, en la nota al dorso de este volumen, el querido colega y colaborador José María Espinasa: que “sus aforismos [los de Serna] se inscriben en un tiempo fechado, dejan de aspirar a ser verdades eternas para ser más verdad en la medida de sus circunstancias”, pero que eso no lleva al autor “a renunciar a formular un pensamiento que profundice en la realidad y la vida”. Añade una observación clave: “El subtítulo incluso se puede leer como una redundancia: ¿hay “ismos” que no sean dominantes? [...] Los ismos deben aceptar su condición anómala y enfermiza desde el principio.” Surgidos de la mente de Serna, doctor en Filosofía y autor de al menos una decena de títulos, quien lea los trescientos setenta y un aforismos que conforman este ligero y no contradictoriamente denso volumen, advertirá cuánta razón tiene ese gran editor que es Espinasa, y para muestra van en prenda unos cuantos botones: “Los instintos son de todos, la lógica de nadie, las emociones de cada uno.” “¿El progreso? Un más allá más acá.” “La velocidad nos hace perder el tiempo más rápido.” “No hay certeza que vacune contra la desmesura de pensar.” “Democracia capitalista (o capitalismo democrático) es un oxímoron.” “El crecimiento es la ideología del mercado. De allí la ausencia de pensadores y la abundancia de expertos.” “El zapping es la libertad posmoderna.”  “Las religiones apuestan por la inmortalidad, cuando han fracasado en el intento de construir el reino de Dios en el hombre o siquiera en el mundo.” “Pensar es gratis. De allí que no lo promocione la publicidad.” “No hay más identidad que la inercia de lo que un día fuimos y ya no somos.”



Fuera de lugar,
Pablo Brescia,
Literatura-Difusión Cultural UNAM,
México, 2013.

Nacido hace cuatro décadas, un lustro y un año, el bonaerense Brescia es al menos dos cosas de manera innegable: la primera, una especie de nómada, tanto por sí mismo como editorialmente, y la segunda, uno de esos cada vez más escasos cuentistas, diría la clásica fórmula, de pura cepa: a finales de los años noventa pasados publicó, aquí en México, La apariencia de las cosas, y el año anterior hizo lo propio en Perú con la primera edición de este otro cuentario, que hoy Literatura de la unam recupera al republicarlo. Con estos dos volúmenes le ha bastado, como habrá de constarle al lector, para mostrar la calidad de su cuentística pluma. Los doce cuentos aquí reunidos, que se dividen en dos flancos –Lugar y Fuera, en ese orden–, variopintos temática y estilísticamente hablando, constatan también el estupendo estado de salud del género en lengua española y, más específicamente, en Latinoamérica.