Opinión
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Infancia y Sociedad

Matar ruiseñores

E

l odio se aprende. Nadie nace odiando. Memoria y dolor son padres del odio. Y desde esta reflexión me pregunto cómo ha trasmitido el pueblo judío, a través de sus generaciones, los sentimientos que generó el Holocausto.

Porque matar a un ruiseñor o matar a un niño es un acto de odio y de maldad. Lanzar misiles y bombas contra una población llena de niños es un acto de maldad y de odio absolutos. Entonces, no estamos hablando sólo de operaciones militares, sino de una perturbación mental colectiva que produce hoy una guerra de exterminio contra el pueblo palestino.

Los mismos ojos de horror con los que el mundo lloró las atrocidades de los nazis son los que hoy se llenan de espanto al ver la ferocidad de Israel contra Palestina.

El odio israelita, que si bien no involucra a todos los individuos judíos, sí los representa ante los ojos del mundo, no tiene justificación ni atenuantes; señala, además, la hora de preguntar si acaso el Holocausto del que fueron víctimas –y que reproducen hoy como victimarios– todavía no ha sido ni histórica ni sicológicamente superado.

Dice Israel que tiene el derecho y el deber de contener a Hamas y el mundo se pregunta por su propio derecho a contener a Israel con su tremendo armamento.

Es urgente una nueva estrategia de paz mundial que, por lo visto, no está suficientemente instrumentada por el derecho internacional ni por sus instituciones: los albergues de la ONU en Palestina han sido arrasados llenos de niños y de mujeres. Es urgente que la inteligencia judía en el mundo –científicos, artistas y empresarios– participe en la construcción de una nueva ética, para que todos los pueblos sean aceptados como prójimos y en la que los judíos dejen de creerse un pueblo elegido, para que puedan asumir la solidaridad y la supervivencia como valores universales que los comprometen con toda la humanidad.

En su obra Los 7 saberes necesarios para un futuro sustentable, Edgard Morin ha señalado la urgencia de educar a los niños para una conciencia planetaria que nos ayude a superar las limitaciones mentales que producen las fronteras geográficas, étnicas y religiosas; porque ellas nos condenan al encierro mental y producen discursos mutiladores del sentido de la vida humana y nuestro destino común como terrícolas. Hay que oponer a estos discursos los de la comunicación y la empatía, recomienda. Porque para forjarse una verdadera identidad son necesarios los otros: reconocerse en los demás para llegar a ser un auténtico Yo. Si la mentalidad judía no cambia y no reconoce a un prójimo universal, se constituye desde ahora en una gran amenaza para todos los pueblos, para todo ruiseñor…