Opinión
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Llamado a recordar la guerra olvidada
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espués de todas las advertencias y todas las frases hechas sobre la guerra que se derramará sobre la frontera siria, los salvajes combatientes del califato sunita musulmán de Abu Bakr al Bagdadi al fin han llegado a Líbano. Hasta ahora el ejército libanés ha perdido 13 soldados en una fragorosa batalla con los rebeldes para recuperar el control sobre la localidad sunita de Arsal, al noreste del país y sobre la frontera con Siria. Dicha posición funciona como base de reabastecimiento para los islamitas que intentan derrocar al presidente sirio, Bashar Assad.

El conflicto ha generado los más horrendos acontecimientos que han seguido a las victorias de los islamitas en Irak y Siria: reportes de civiles ejecutados, soldados del gobierno tomados como rehenes, al menos 12 muertos confirmados, incluidos cinco niños, y el prospecto de una muy larga y sangrienta guerra por venir.

Desde luego, la atención del mundo se ha concentrado en la matanza en Gaza. En Medio Oriente la tragedia debería ocurrir un día a la vez, pero como no es así la guerra civil siria y el avance del ISIL sobre el oeste de Irak han continuado bajo la sombra del conflicto palestino-israelí.

Pero la llegada de los islamitas a Líbano y la posibilidad de una miniguerra civil en los alrededores de Arsal y, tal vez, incluso Trípoli, puede tener repercusiones mucho más graves que la situación en Gaza.

En la medida en que los islamitas se apoderan de Mosul y otros distritos kurdos en el norte de Irak y presionan cada vez más a las tropas del gobierno sirio, su avance hacia Líbano marca su mayor progreso hasta ahora, desde el río Tigris hasta el Mediterráneo.

En Arsal, los combatientes, oficialmente del frente Nusra, cuyos miembros se están uniendo a los del califato Abu Bakr al Bagdadi, ya aplican su usual estrategia de tomar edificios grandes del centro de una ciudad. En este caso son el colegio técnico, un hospital y una mezquita, y se aferrarán a ellos con la esperanza de que sus opositores se desintegren. El ejército libanés, que en dos ocasiones ha derrotado rebeliones islamitas dentro de Líbano en los últimos 15 años, afirma haber retomado el colegio. Pero las declaraciones tanto del comandante libanés como del primer ministro bien podrían ser correctas: afirman que la toma de Arsal fue planeada con mucha anticipación y que en realidad es sólo parte de una estrategia rebelde de gran magnitud.

Según el ejército libanés, han muerto 50 rebeldes, cifra que suena muy semejante a las prematuras proclamaciones de victoria hechas por el ejército sirio al otro lado de la frontera; sin embargo, es improbable que las fuerzas gubernamentales de Líbano retrocedan. Musulmanes sunitas conforman la mayor parte de las fuerzas libanesas, cuyas unidades están entre las mejor integradas de todos los ejércitos de Medio Oriente. Esto nunca les ha impedido atacar y someter a rebeldes sunitas. Ello ocurrió por primera vez en 2000, en las montañas de Sir el Diniyeh, al norte de país, y luego en el campamento palestino de Naher el Bared, en 2007, en el que hubo 500 muertos, entre soldados, combatientes y civiles.

Durante más de un año el ejército libanés ha intentado en vano cruzar la frontera este de Arsal. La victoria de las tropas sirias sobre los rebeldes en Yabroud, al otro lado de la frontera, a principios de este año sugería que los insurgentes sunitas podían abandonar Arsal, pues quedaron separados de sus aliados. Sin embargo, su resurgimiento demuestra que lo sirios no tienen el control que dicen tener en las zonas fronterizas. De hecho, los hombres de Nusra no tuvieron dificultad en secuestrar a 15 soldados y a casi otros tantos hombres del personal de la fuerza de seguridad interna cuando llegaron a Arsal. La batalla entre ambas fuerzas sunitas opuestas a las de Assad en Damasco (que también fueron responsables del bombardeo de posiciones chiítas en Líbano) y las fuerzas libanesas era casi inevitable.

Hace menos de dos semanas las fuerzas especiales de Trípoli mataron a Mounzer Hassan, sunita yihadista, oficial de logística, de quien se dijo dio cinturones explosivos a dos atacantes suicidas que se hicieron estallar en los suburbios sureños de Beirut y frente a la embajada iraní de la capital.

Quienes estuvieron presentes en la batalla dicen que Hassam escuchaba música islámica grabada cuando finalmente una granada de mano, que probablemente él mismo traía, le explotó en la cara.

Su muerte ocurrió poco después de la captura de Houssam Sabbagh, militante salafista, quien encabezó las milicias en recientes batallas contra los chiítas alawitas en Trípoli. Sabbagh combatió en Afganistán, Chechenia e Irak contra fuerzas estadunidenses y fue uno de los pocos líderes de Trípoli que se negó a participar en el plan de seguridad del gobierno para esa capital.

Las batallas en Siria son más complejas. Mientras el Isil, que aún usa las siglas del movimiento conocido como Frente Islámico de Irak y Levante a pesar de que se incoporó a lo que Al Bagdadi llama el Estado Islámico, EI o califato, ha reforzado sus posiciones en Deir el Zour y aldeas vecinas, donde se son comunes las ejecuciones feroces con todo y la exhibición de cabezas decapitadas sobre estacas.

El ejército sirio parece decidido en expulsar a los rebeldes de los suburbios de Damasco, especialmente del distrito de Douma, que se encuentra sobre la principal carretera hacia la ciudad. Si los hombres de Al Bagdadi luchan por controlar el este del país, Assad no tiene la intención de dejarlos tomar el lugar de los rebeldes, menos fieros, que hoy se encuentran en torno a Damasco.

Existen reportes de grupos de resistencia opuestos tanto a Assad como al Isil, quienes supuestamente se hacen llamar Mortajas Blancas, y con ellos Damasco debe ser especialmente cuidadoso. Diferentes milicias, tanto sunitas como de confesiones mixtas, han logrado ingresar sin problema al escenario de esta guerra civil durante los últimos dos años, y siempre o se desvanecen o se funden con fuerzas de mayor tamaño, ya sea del gobierno o rebeldes.

Pero de la misma manera en que deben regirse por las leyes tribales en Irak, los islamitas se han topado con que es peligroso intentar emprenderla contra tribus sirias de la meseta de Kazeera, al norte de Deir ez Zour. Puede que no le tengan cariño a Assad, pero tampoco van a permitir que combatientes de Argelia o Chechenia quieran mandar en sus tribus y tierras.

Lo más perturbador, sin embargo, es la noticia de que hombres armados sunitas del califato tomaron la más grande presa afuera de Mosul, que estaba bajo control de los combatientes kurdos peshmerga.

Los kurdos incrementaron su territorio quizá 40 por ciento cuando el ejército iraquí huyó del norte, pero la reputación de su supuestamente invencible ejército peshmerga se está viendo golpeada ahora que admiten haber perdido también el control sobre las aldeas vecinas a la presa.

Si los islamitas logran capturar toda esa instalación técnicamente tendrán la posibilidad de quitar el suministro de agua a Bagdad, incluso de inundar la ciudad. El gobierno iraquí chiíta ha demostrado que es incapaz de gobernar e incluso de arrebatar a los sunitas los territorios que han ganado.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca