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El dueño del yate Granma
E

l Gobierno del Distrito Federal, por conducto de la delegación Coyoacán y la embajada de Cuba, invitan a la exposición Estancia gráfica del comandante Fidel Castro en México (1955-1956) vigente aún esta semana en la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles, en Francisco Sosa 202, Coyoacán.

Como crítica, objeto que ni siquiera hayan preparado una hoja de sala que diera cuenta general de la muestra e igual que no se acreditó a la curadora: Paticia Pava (a quién no tengo el gusto de conocer) ni menos a quien prestó el material, que proviene en su totalidad del general Raúl Castro Ruz, quien lo cedió a Antonio del Conde, alias El Cuate, a quien se debió en gran y reconocida medida la expedición que con carácter de epopeya protagonizó Fidel Castro Ruz en el yate Granma, propiedad de Antonio, en 1956, cuando la embarcación pudo zarpar de las costas de Tuxpan, Veracruz.

Aclaro que el personaje tiene exactamente mis mismos apellidos, algunas personas nos han creído hermanos, somos primos hermanos dobles, dos hermanas se casaron con dos hermanos.

El padre de Antonio fue un reconocido armero que vivió largo tiempo en Estados Unidos, donde nacieron sus dos hijos: Antonio, quien vino a ser El Cuate, y Susana (RIP) mujer a quien recuerdo de mucha gracia y donaire cuando joven.

El inglés de ambos era nativo, tuvieron algunas dificultadeds con el español al llegar a México después de que sus padres recorrieron con ellos en automóvil toda la Unión Americana, según se me informa eso ocurrió en 1931.

Se establecieron en el barrio de los Reyes, en Coyoacán, donde el padre de Antonio había adquirido o adquirió casi una hectárea de terreno, donde construyó una casa muy curiosa en varios niveles que yo recuerdo muy bien como vivencia infantil, el estilo tenía influencia del llamado colonial siriolibanés, pero era mayormente ecléctica, con patios y desniveles.

La imagen más viva (hiperrealista la llamaría) se ubica en las llamadas siluetas que estaban en el primer patio, eran artefactos para tiro al blanco, idénticas a las que exhibió Enrique Jezzik en el Museo Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México hace relativamente poco tiempo.

Eran de fierro e inmunes a balas de diferente calibre, según informe recibido fueron adquiridas por el padre de Antonio como remanentes de la cárcel de Belén.

El color lo recuerdo blanco, el tamaño era el de las proporciones comunes de un hombre.

La parte posterior del predio ni siquiera tenía barda, dada la extensión, el límite lo fijaba una especie de zanja o riachuelo que allí existía.

Esa es la parte de recuerdo que conservo muy viva, así como un enorme salón ornado con cabezas disecadas de venados, bueyes, toros quizá y otros animales de caza.

Algún día, si los dioses son propicios, escribiré una nota biográfica sobre Antonio del Conde El Cuate, si es que él lo autoriza, pero esta nota pretende centrarse básicamente en el Granma.

Debo decir que ese era el nombre auténtico de la embarcación antes de Sierra Maestra y antes de que el yate, propiedad de los estadunidenses Eriksson se convirtiera en la nave expedicionaria.

De hecho, el periódico es sólo desde 1965 órgano del Partido Comunista de Cuba.

El embarque de los expedicionarios en el yate estuvo a cargo de Antonio, quien tuvo la encomienda de ir por tierra siguiendo en la medida de lo posible la trayectoria de la embarcación, algo que hizo puntualmente.

El trayecto marino que cruza el Golfo de México se va acercando a costas hasta correr paralelo a la península de Yucatán. Al zarpar. Antonio alcanzó a ver el Granma “navegar despacio, perfectamente (…) De inmediato inicié mi viaje al parejo del Granma rumbo a Poza Rica primero. Me esperaba una carretera de más de 3 mil kilómetros”.

La epopeya del Granma no es la única que queda esbozada en el libro que escribió El Cuate, hay otra, no menos accidentada y aventurada que involucra a un avión anfibio de la Segunda Guerra Mundial, denominado Catalina, que amarizó sin que se haya perdido ni una sola vida.