Opinión
Ver día anteriorViernes 1º de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La guerra que no cesa
A

lbert Einstein ¿Porqué de la guerra?

Sigmund Freud ¿Y por qué no de la guerra?

La guerra en la Franja de Gaza… y la voz de los poetas dormida. Arthur Rimbaud la describe en dantescas escenas…

“Mientras los escupitajos
rojos de la metralla.
Silban todo el día en el
infinito del cielo azul.
Mientras escarlatas o verdes
junto al rey burlón.
Se desploman en masa los
batallones bajo el fuego.
Mientras una espantosa locura
machaca
y hace de millares de
hombres una pila
humeante
¡pobres muertos!
En la primavera, en la hierba, en tu alegría
¡oh naturaleza!

“Corazón mío ¿Qué nos
importan las capas de sangre
y de braza y, los mil
crímenes
y los interminables gritos
de rabia,
de llanto, de cualquier
infierno que derriban
cualquier orden
gimiendo aun sobre las
ruinas
buscando venganza?
¡Nada!”

El perdón y el círculo de la amnesia, la amnistía y el olvido cierran una reflexión –la de Paul Ricoeur– iniciada a la luz preocupada de la memoria y de la historia con un elogio de la despreocupación que no es olvido sino gracia y libertad ante las heridas de la memoria y los purgatorios de la historia. Paul Ricoeur concluye su obra con una frase que de hecho está redactada e impresa como si fuese un poema:

Bajo la historia, la
memoria y el olvido.
Bajo la memoria y el
olvido, la vida.
Pero escribir la vida es otra historia.
Inacabamiento.

Jacques Derrida, con quien me vuelvo a encontrar aquí, tiene razón: el perdón dirige a lo imperdonable o no es. Es incondicional, sin excepción ni restricción. No presupone una petición de perdón: “No se puede perdonar o no se debería perdonar; sólo hay perdón –si hay–, allí donde hay algo imperdonable.

Derrida piensa en todas las escenas de arrepentimiento, de confesión, de perdón o de excusas que se multiplican en la escena geopolítica desde la última guerra y, de modo acelerado, desde hace algunos años.

Ahora bien, gracias a estas escenificaciones, se difunde de modo no crítico el lenguaje abrahámico del perdón. ¿Qué sucede con el espacio teatral sobre el que se representa la gran acción del arrepentimiento? ¿Qué sucede con esta teatralidad? me parece que se puede adivinar aquí la existencia de un fenómeno del abuso comparable a aquellos que hemos denunciado repetidas veces, ya se trate del presunto deber de memoria o de la era de la conmemoración: Pero el simulacro, el ritual automático, la hipocresía, el cálculo o la torpe imitación participaron a menudo y se invitan como parásitos en esta ceremonia de la culpabilidad.

El hecho de que la noción de crimen contra la humanidad siga estando en el horizonte de toda geopolítica del perdón constituye, sin duda, la última prueba de esta vasta discusión.

“Derrida formula de nuevo el problema en estos términos: si existe el perdón al menos como himno –como himno abrahámico, si se quiere–, ¿hay perdón para nosotros? ¿Algo de perdón?” O hay que decir, con Derrida:

“Siempre que el perdón está al servicio de una finalidad, aunque sea noble y espiritual (rescate o redención, reconciliación, salvación), siempre que tiende a restablecer la normalidad (social, nacional, política, sicológica) mediante el trabajo del duelo, mediante alguna terapia o ecología de la memoria, entonces el ‘perdón’ no es puro –ni su concepto–. El perdón no es, ni debería ser, ni normal, ni normativo ni normalizador. Debería seguir siendo excepcional y extraordinario, a prueba de lo imposible: como si interrumpiera la corriente ordinaria de la temporalidad histórica.

¿Es perdonable el odio que aniquila?