Viernes 1º de agosto de 2014, p. 3
I
En el principio fue el sapo.
            Gordo de ojos saltones, hizo que “alguien”
            Con dientes bien pelados, levantara los brazos
            Al cielo pidiendo –no salvación–,
            Sino madera, linóleo, aguatinta y punta seca
            Para dejar constancia que un pariente suyo
            Colgaba de una cuerda.
            Y de pronto, esos ojos terribles desaparecieron.
¿A dónde se habían ido?
            Para eso son los centenarios luctuosos.
            Para encontrar el paso del tiempo
            O para vernos en ese espejo
            Que permanece intacto desde 100 años.
II
Posada me lo confío alguna vez:
            –Cuando cae un aguacero de zapatos,
            algo violento va a suceder sobre
            la tierra que pisamos.
            Los bueyes seguirán ahí,
            Cabalgados por su hambre,
            Con los testículos balanceándose.
            La vaca, con mayor fortuna
            Por el espanto hecho jinete que la gobierna,
            Embestirá sin piedad al chorro de zapatos.
            Pero los dramas de la pobreza
            No se terminan nunca, mi estimado.
            Por estos rumbos, ni muerto se descansa.
            La Huesuda nos persigue a los rotitos,
            Como si respetara a los catrines,
            Y a toda su basura.
III
O todos huesudos o todos barrigones.
            De un tronco espinado a otro,
            Cuelgan cuerpos como si fueran camisas.
            La única más o menos ventruda,
            En la panza tiene una cabeza de vaca,
            Con ojos negros y cachos bien puestos.
            Los otros cinco se mueven en la reata bien sostenida
            Por una palanca.
            Hay un hombre al que le falta
            La pierna izquierda, tendida por ahí,
            Junto a algo parecido a una sotana.
            Sin embargo, hay una duda persistente:
            El animal con cabeza de vaca en la barriga,
            ¿tiene pito o es la lengua de la vaca?
IV
Al fondo, troncos espinudos.
            Una manguera cruza las imágenes.
            Un esqueleto carga enorme olla de barro negro.
            Trae gorra y una horquilla que deberá romperse
            Al encontrar la fortuna.
            Un esqueleto se pincha el dedo, a pesar
            De estar protegido por un ofidio.
            El hombre del texto inicial, con cuerpo de culebrón
            Ahora con tetas y sacándonos la lengua,
            debe callarse ante el pregón
            de un vendedor de víboras:
Para cenar recomiendo
            Víboras en chilpachole
            ¡O tamales yo les vendo
            con su veneno y su mole!
Y si quieren algo raro
            Aquí traigo mis calzones.
            Tienen bragueta y un faro,
            ¡pá que alumbren sus pasiones!
 
       
	
       
 
     










 
      
	          
	       