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Refugio de horror
Cunde el temor entre los niños que se quedan
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 27 de julio de 2014, p. 2

Zamora, Mich., 26 de julio.

Algunos de los niños que permanecen en el albergue La Gran Familia empiezan a mostrar las secuelas del desmantelamiento del que, con maltratos y todo, fue su hogar. De inquietos y traviesos, pasaron a introvertidos y temerosos, incluso, con intentos suicidas. Israel Béjar Pulido tiene aquí dos años tres meses. Narra que muchos días fueron una pesadilla, porque los más grandes abusaban de los más chicos, pero también que ver cómo se ha ido vaciando el albergue le causa angustia.

Cumplió apenas 12 años, y para él, aprender a tocar el saxofón se convirtió en una terapía; me ayudó a sobrellevar los trancazos. Platica cómo se refugiaba en el instrumento para no pensar en otra cosa. Primero quiso estudiar clarinete, pero el grupo estaba completo. Ahora, dice, se siente abandonado porque tenía algunos amigos y ya se fueron. Su crisis fue tal, que los funcionarios que tienen a su cargo el albergue tuvieron que dejar entrar a su madre para que lo acompañara adentro mientras terminan con el papeleo. Estaba muy feliz de saber que saldría, pero han pasado varios días y no veía que me dejaran ir con mi mamá y ya me estaba desesperando.

Repite la historia: maltrato, golpes, humillaciones. Algunos de los más grandes nos pegaban, a unos los violaban. Mamá Rosa era pesada, dice, varias veces me dio de cachetadas, como cuando reprobé un examen y los maestros me acusaron.

Los maestros (casi todos internos del mismo albergue) utilizaban varas, cinturón o palos para castigarlos. Aquí aprendió lo que es comer pan y tortilla enlamada, sopa o cualquier otra cosa entre ratas y cucarachas, agua sucia. Dormía en un mismo cuarto con 25 muchachos, con quienes también compartía el baño. Todas las tardes, después de cenar, a las siete, los ayudantes de Mamá Rosa cerraban con candado la puerta. Tenía piojos, dice, a pesar que todos los días se bañaban con agua fría a las seis de la mañana.

Israel tiene una historia un poco distinta. A él, sus padres lo trajeron con Mamá Rosa. Verónica, su madre, dice que lo visitaban el tercer lunes de cada cuatro meses. Es decir, tres veces al año. La próxima visita era en agosto, pero se dieron cuenta del operativo y vinieron a buscarlo.

Decidí traerlo a este lugar porque era muy rebelde e inquieto desde chiquito y en Uruapan me recomendaron el lugar. Me dijeron que era bueno para que aprendiera y para que tuviera buena conducta. Si hubiéramos sabido de lo que estaba sufriendo, no lo habríamos dejado.

Tiene cinco hijos; Israel es el pequeño.”Lo traje para que hiciera cosas buenas. Pensé que saldría bien preparado con primaria, secundaria y preparatoria, porque yo sólo quiero lo mejor para él”.