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A la mitad del foro

Un baile de máscaras

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Carlos Romero Deschamps, líder del sindicato petrolero, asintió a la decisión clasista que eliminaba del consejo de administración de Pemex a los representantes del gremioFoto Carlos Ramos Mamahua
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o es laboral la reforma educativa, dicen. Recuperar la rectoría del Estado es la prioridad, dijeron. Y en el laberinto de la reforma fiscal sin salida y sin el hilo de Ariadna que nos guiara, los oligarcas de la desigualdad fueron los primeros quejosos; y al llegar la hora de ejercer el gasto público aprobado por el Congreso del portento estructural, nadie sabe dónde está el dinero, salvo los aprendices de mago del FMI y nuestros arúspices criollos que juegan al sube y baja con la expectativa de crecimiento del PIB. Más estático que la Esfinge; más volátil que los alimentos que esperan los millones atrapados por la hambruna.

Resulta que al cumplir el compromiso de censar al sector educativo se sumaron al caos anarquizante de la CNTE multitud de maestros y trabajadores ajenos, distantes, opuestos a la Coordinadora. Y lo hicieron en estados de la República donde no habían penetrado ni en la caída de Carlos Jonguitud, ni en el súbito ascenso y fatal caída de Elba Esther Gordillo. No hubo accionar político previo ni acción directa del SNTE y de los jóvenes turcos del Pacto que lanzó a Peña al inesperado rango de estadista capaz de conciliar opuestos y concertar programas de la pluralidad que nos dejó el vuelco finisecular. Se debatió y se aprobó la reforma constitucional, y al cumplir el mandato de la rectoría del Estado, al iniciar los exámenes a aspirantes al cargo de maestros en la educación pública, gratuita y laica, se impusieron los de la Coordinadora y no hubo exámenes en Oaxaca y en Michoacán.

La reforma de marras, para serlo, tenía que ser, tenía que aceptarse y reconocerse reforma laboral. Liberal y progresista, indispensable en la tierra que fuera capaz de hacer una campaña alfabetizadora del rango y alcance de la que llevara a cabo Jaime Torres Bodet, y en el sexenio de Manuel Ávila Camacho, concesión de Lázaro Cárdenas a la realidad conservadora interior y al amago de la guerra mundial; primera piedra de la fantasiosa teoría del péndulo sexenal. Gran obra social de el Presidente Caballero, título cortesano dado al teziuteco y no a Adolfo López Mateos, como desvariara uno de los autodesignados correctores de la historia oficial, durante un acto en el que festejaron la aprobación de la reforma energética, de la que, por cierto, también dijeron que no era laboral. Pero el sindicato de trabajadores petroleros, a cuyos líderes condenan a la picota y premian con curules de diputados, con escaños de senadores, apareció como Deus ex machina en el escenario del triunfalismo reformista.

Resulta que la reforma energética, la pieza clave del proyecto y programa político de Enrique Peña Nieto, también era, es, incluye como piedra de toque, ser reforma laboral. ¿Será por la huella indeleble que dejó en el ánimo reformista neoliberal a querer o no, creyente en el dogma de la muerte de las ideologías y de la desdichada lucha de clases? A partir del dúo Thatcher-Reagan, del Consenso de Washington, del imperio de la economía financiera sobre la política, sobre la mismísima razón de Estado, se precipitaron a anunciar su victoria y proclamar urbi et orbi que México ya era un país de clase media. A la mitad de la población, hundida en la miseria, decidieron enviarla al Limbo. Terca que es la realidad, patrones y trabajadores son coyotes de distintas lomas.

En Pemex es vieja y firme la condena pública de los líderes del sindicato. Llegó la hora de la reforma energética; las dispersas y diluidas facciones de la izquierda supieron de inmediato que eran mayoría los del PRI y su rémora del Verde, mayoría aplastante al sumarse la patética derecha oscurantista del PAN. Cuauhtémoc Cárdenas llamó a sumar firmas de ciudadanos para llamar a Consulta Popular y hacer que el referendo rechazara la reforma constitucional y las leyes secundarias que se aprobarían; Andrés Manuel López Obrador inició de inmediato la recolección de firmas, por su cuenta, decidido a ser el único pastor de la comarca. Jesús Zambrano llamó a las huestes del PRD a la disciplina de partido, como si hubiera un Comintern, o subsistiera la sumisa unanimidad del priato tardío.

Pero la reforma energética incluye la reforma laboral. Carlos Romero Deschamps, dirigente nacional del STPRM, distinguido integrante de los oligarcas criollos, afamado coleccionista de bienes inmuebles, de automóviles y lanchas que obligan a recordar el yate Sotavento de Miguel Alemán, se apoltronó en el escaño y en silencio asintió a la decisión clasista que eliminaba del consejo de administración de Pemex a los representantes del sindicato. Dicen que Pemex no se vende, que se abre al mundo del libre mercado y a la competencia abierta. Puede ser, tal vez, a lo mejor; lo más seguro es que quién sabe. Pero todavía hay clases, y los plutócratas y tecnócratas que desdeñan la nostalgia por el nacionalismo revolucionario consideran inaceptable cualquier asomo de cogobierno, ya no digamos de administración obrera. Y los operadores del triunfalista arranque del sexenio saben que el capital de la globalidad no se va a sentar a la mesa con la servidumbre.

Del acuerdo cultivado en la otrora llamada Cámara Alta pasaron a la Cámara de Diputados, donde aunque muchos lo ignoren cada uno representa a la nación, no a su distrito, o al partido que lo incluyó en la listas de la pluralidad; a la nación, tanto como el titular del Poder Ejecutivo, del que debiera ser contrapeso cada uno de los diputados del Congreso de la Unión. En San Lázaro está el poder de la bolsa, la facultad de resolver montos y destino del gasto público, del ejercicio de los recursos. Sin excluir los que parecen haberse perdido en la bruma del estancamiento estabilizador. Tendrán que exigir los de la bancada cuyo líder es Manlio Fabio Beltrones que el secretario Luis Videgaray aclare el misterio.

En San Lázaro hubo necesidad de anticiparse al reparto de obligaciones y derechos a salvo en el sector energético. Y ahí saltó la víbora que asustó a los ingenuos. Antes del Pacto mismo hubo acuerdo general en la necesidad de liberar a Pemex del yugo hacendario de los techos fiscales y los ingresos sujetos al incierto estado de cosas del miedo a las espirales inflacionarias y la obediencia ciega al monetarismo surgido de Chicago. Darle autonomía para programar más allá de los presupuestos anuales; reinvertir utilidades, erigir refinerías, construir ductos.

Pero en la memoria colectiva, en el ánimo de los oligarcas y en no pocos sobrevivientes del priato tardío, víctimas y cómplices de la euforia lopezportillista que demandó prepararnos a administrar la abundancia; el miedo al endeudamiento publico se suma al clamor de las izquierdas marcadas a fuego por los pasivos del Fobaproa que privatizaron utilidades y socializaron la carga de la deuda: para hacer viable al flujo de capitales de las grandes empresas petroleras, había necesidad de asumir los pasivos de Pemex. Y ardió la hoguera encendida para hacer cenizas del sindicalismo.

Tanto que las izquierdas, alarmadas por la corrupción endémica y el enriquecimiento de líderes del STPRM se unieron a la derecha que se niega a reconocer que el Estado es responsable del pago de las pensiones de los trabajadores que han pagado puntualmente lo que se les descuenta del salario. El gobierno va a asumir los pasivos de la CFE y de Pemex.

Asunto laboral que defendió en San Lázaro Ricardo Aldana, diputado que fuera tesorero del sindicato. Ni hablar. Pueden domesticar a los que llevan cencerro y hasta la coyunda lamen. Pero la lucha de clases no desaparece por decreto.