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Gaza: de nuevo, la barbarie
C

on el pretexto de frenar los ataques con misiles de fabricación casera lanzados contra su territorio desde la franja de Gaza, Israel inició ayer una nueva ofensiva bélica que cobró sus primeras 22 bajas mortales –siete niños y 10 civiles, entre ellos– y unos 150 heridos en ese devastado territorio de 360 kilómetros cuadrados en el que viven casi dos millones de palestinos.

Los antecedentes inmediatos del castigo militar en curso contra Gaza empiezan con la suspensión unilateral, por parte del gobierno que encabeza Benjamin Netanyahu, de las negociaciones de paz (27 de abril), tras el acuerdo entre Fatah (partido del presidente Mahmoud Abbas, que gobierna en las porciones de Cisjordania que no han sido anexadas por Israel) y la organización fundamentalista Hamas (que controla la franja) de conformar un gobierno de unidad nacional (2 de abril). En mayo, dos jóvenes palestinos fueron asesinados a tiros por efectivos del régimen de Tel Aviv y al mes siguiente éste ordenó la construcción de centenares de viviendas para israelíes en la Cisjordania ocupada. Días más tarde, tres muchachos israelíes fueron secuestrados y asesinados cerca de Hebrón. En la búsqueda de los plagiados, los ocupantes apresaron a centenares de cisjordanos y asesinaron a otros dos. Tras el hallazgo de los cadáveres de los secuestrados, el gobierno israelí bombardeó Gaza y un día más tarde, el 3 de julio, un grupo israelí plagió y quemó vivo a un adolescente palestino en Jerusalén. Hamas replicó lanzando decenas de cohetes desde Gaza hacia diversos puntos del territorio israelí.

Un correlato fundamental de la escalada es el pleito entre Netanyahu y su ministro del Exterior, el ultraderechista Avigdor Lieberman, quien ha exigido incrementar la agresividad de las respuestas de Tel Aviv al secuestro de los jóvenes en Hebrón y a los lanzamientos de misiles caseros. Tras varias semanas de contención, el primer ministro, acaso para no verse rebasado por la derecha, ordenó a las fuerzas militares de Tel Aviv que quitaran los guantes de seda, y dio inicio a esta nueva oleada de bombardeos indiscriminados contra la población de Gaza.

El hecho es que, con independencia de los vericuetos políticos, el régimen de Tel Aviv ha vuelto a lanzar su aparato militar, uno de los más mortíferos del mundo, contra una población de refugiados miserables, confinados en Gaza a consecuencia del despojo de tierras palestinas perpetrado por Israel desde 1948, cercados y bloqueados de manera permanente. Aunque los ataques a civiles son inadmisibles, no es difícil entender que en esa situación exasperante muchos palestinos no tengan otro horizonte que fabricar cohetes artesanales y dispararlos a ciegas sobre el territorio israelí. Esas agresiones, que han causado decenas de muertos en tres lustros, no justifican, sin embargo, las desproporcionadas venganzas israelíes con aviones bombarderos, helicópteros de ataque y tanques de guerra.

En 2012 el gobierno de Israel mató a unos 170 palestinos –hombres, mujeres y niños– en ocho días de bombardeos sobre Gaza. En 2008 lanzó la operación Plomo fundido sobre la franja, y en el curso de 22 días provocó cerca de mil 400 muertes, en su mayoría civiles. Hoy, la comunidad internacional debe movilizarse para frenar la barbarie en curso contra los palestinos de Gaza y presionar a ambos bandos a que vuelvan a la mesa de negociaciones.

Los lanzamientos de cohetes desde Gaza no podrán ser frenados con más baños de sangre. Éstos, por el contrario, sembrarán y atizarán los rencores históricos y provocarán más acciones desesperadas de los despojados. Es necesario encauzar el conflicto hacia la única solución justa y permanente posible que permita a ambas naciones coexistir en paz: la restauración de las fronteras israelíes de 1967, el retiro de los asentamientos judíos en territorios árabes, la conformación de un Estado palestino en la totalidad de Cisjordania y en Gaza, así como el establecimiento de un estatuto internacional para Jerusalén.