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La Jornada en Brasil 2014

México y Argelia perdieron, pero sorprendieron a los favoritos

La selección brasileña, con los nervios de punta, sigue cercada de misterios

A ver si ante Colombia juegan todo lo que saben en vez de llorar y rezar

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El argelino Medhi Lacer gana el balón al alemán Bastian Schweinsteiger, durante uno de los tantos ataques africanosFoto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Martes 1º de julio de 2014, p. 7

Río de Janeiro, 30 de junio.

Hasta hoy, si alguien dijera que el partido Alemania y Argelia sería un duelo de titanes, lo más probable (a menos, claro, que se tratase de un argelino despistado) es que lo llevasen delicadamente al loquero más cercano. Y sin embargo, Argelia jugó de igual a igual con un equipo de mucho más experiencia y trayectoria. Perdió, es verdad, pero salió de la cancha bañada en dignidad.

Alemania disparó unas 30 veces al arco argelino y su arquero no enfrentó más que diez tiros a gol, pero no se trató meramente de una cuestión de suerte. Había por delante un adversario decidido a desafiar cualquier lógica. Alemania pasa a la próxima etapa, Argelia vuelve a casa, pero ha sido quizá el más electrizante juego de este Mundial.

Sí, se puede hablar de sorpresas en este Mundial, pero a partir de lo que hizo México frente a Holanda y de lo que hicieron ayer los argelinos frente a los alemanes, quedó definitivamente más difícil hablar de favoritos. Son partidos inesperadamente equilibrados.

Antes, Nigeria aguantó bien la presión francesa. Hasta casi el final del partido, Francia no jugó bien. Despertó al minuto 34 del segundo tiempo, con un gol que se debió más a una falla del arquero Enyeama que al brillo de Pogda, que ya había perdido un gol. Luego, para peor de sus males, Nigeria anotó un autogol.

Si no dieron a los franceses el mismo combate que argelinos dieron a alemanes, los nigerianos confirmaron lo que parece haberse transformado en rutina africana. Luego de la huelga de los jugadores de Ghana, que sólo entraron a la cancha para perder frente a Portugal, luego que les pagaron por anticipado y en efectivo el premio prometido, ayer ha sido la vez de Nigeria. Temprano, un alto funcionario llegó al hotel y entregó a cada jugador 10 mil dólares en dinero sonante. Mucho menos que los 3 millones de dólares distribuidos por Ghana a sus 22 jugadores, pero para los brasileños esa rara costumbre despierta curiosidad y crítica. Es de nuestra cultura, aclara un integrante de delegación de Nigeria.

Nigeria y Francia tienen, en sus equipos, jugadores de religión islámica. El sábado pasado empezó el ramadán, el mes sagrado de los musulmanes. Hasta el 27 de julio ningún musulmán puede ingerir agua o comida mientras el sol esté en el cielo. Por lo que se vio en la cancha, o fueron dispensados de esa obligación por alguna autoridad religiosa, o son milagros de la naturaleza: el partido fue duro y veloz.

Mientras tanto, la selección brasileña sigue cercada de misterios. Los errores cometidos frente a Chile han sido tan improbables que nadie logró explicarlos. Si alguien dijera que en realidad fueron errores cuidadosamente diseñados para despistar a los adversarios futuros, tampoco sería creíble: nadie sería capaz de planificar tan bien equivocaciones tan groseras y primarias.

Nervios a flor de piel en la hinchada, nervios de punta entre los jugadores. La misma comisión técnica admite estar preocupada con el estado anímico de una selección que parece al borde de un ataque de nervios. Cargar sobre los hombros la obsesión y el sueño de 200 millones de brasileños seguramente no es nada fácil. Thiago Silva, el talentoso capitán del equipo, llegó a admitir que en el primer partido casi desmayó en la cancha, por tanta presión. Y a la hora de los penales, en lugar de ejercer el liderazgo que se espera de un capitán, volvió la espalda a sus compañeros, se sentó sobre una pelota y se largó a llorar desconsoladamente. Luego aclaró: en realidad estaba rezando. Lo que uno se pregunta es si para rezar es necesario estar de espaldas al arco y no ver ninguno de los tiros de sus compañeros y de las defensas de su arquero.

Neymar, por su vez, contó que a la hora de cobrar el penal frente a Chile sintió que el arco se alejaba. Parecía una eternidad, sentí que caminé tres kilómetros hasta llegar a la pelota, admitió luego del partido. Y el arquero Julio César, que salió de la cancha consagrado luego de atajar dos tiros chilenos, lloró antes de que empezara la disputa por penales. Lo normal sería llorar después, de pura emoción, cosa que también hizo.

De aquí al viernes, día de enfrentar a los colombianos –que hasta ahora jugaron un futbol más vistoso y eficaz que los brasileños– serán jornadas de tensión.

Terminado el partido que clasificó Brasil a los cuartos de final, todos los jugadores lloraron en la cancha. Algunos, descontroladamente.

A ver si a la hora de entrar a la cancha y tener a Colombia por delante los muchachos brasileños prefieran jugar todo lo que saben, y dejar para llorar después. A menos que, a esta altura, y conscientes del jueguito sin sal que presentaron en los partidos disputados, se hayan convencido que lo único que queda por hacer es rezar.