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La Jornada en Brasil 2014

¿Tendrá idea ese muchacho de 28 años de cuántas gargantas hirió?

Y ese Guillermo Ochoa, ¿de dónde salió?

Dolorosa alerta: Brasil está frito si juega igual ante equipos más poderosos

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El brasileño Paulinho (8) observa cómo el portero de México, Guillermo Ochoa, desvía el balón para anular una de las cuatro llegadas del pentacampeón a su porteríaFoto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Miércoles 18 de junio de 2014, p. a13

Río de Janeiro, 17 de junio.

Algunas espinas tienen nombre y apellido. Por ejemplo: Guillermo Ochoa, el arquero de la selección de México. Sus defensas espectaculares terminaron por anular la floja, flojísima actuación del seleccionado brasileño. ¿Quién es ese Ochoa?

Ésa es la espina que desde ayer está clavada en la garganta de un país llamado Brasil. ¿Tendrá idea ese muchacho de 28 años de cuántas gargantas hirió, de cuántas almas sacudió por aquí este martes 17 de junio? Claro que tuvo un desempeño estupendo, pero precisamente por eso nos molestó tanto. Hubo otros buenos jugadores mexicanos en la cancha, algunos especialmente peligrosos, pero ninguno de ellos causó el desastre –visto desde nuestro punto de vista, desde luego– que el joven Ochoa.

Un partido raro, que nos dejó un gusto raro en la boca. Si repetimos la actuación de ayer frente a otros equipos de mayor peso, estamos fritos. Si nos dejamos apretar por selecciones más poderosas como nos dejamos por México, que no es tan tan, estamos perdidos.

Ayer todo fue singular en Brasil

Día raro el de ayer. Además del partido, todo, ayer, fue un tanto singular en Brasil. Aquí en Río, el aeropuerto metropolitano Santos Dumont amaneció cubierto por una niebla inexplicable y quedó cerrado por casi cuatro horas. Nada menos que 33 vuelos fueron cancelados. Extranjeros de todas partes, que pretendían embarcar para ver sus equipos en otras ciudades brasileñas, quedaron varados. Dos muchachas rusas, rubias y espantadas, perdieron el partido de su selección contra Corea del Sur. Un estadunidense no sabía cómo encontrar a su hermano, que vendría de Dallas para reunirse con él y juntos volar a Fortaleza.

Caos absoluto, pero no tan total como el nudo que se armó en Sao Paulo: se reportaron 297 kilómetros de embotellamientos en las calles de la ciudad. La ansiedad de llegar a casa para ver el partido Brasil-México sirvió para dejar bien claro que no hay límites para el tránsito absurdo de la mayor metrópoli brasileña.

En la otra punta del mapa, en Fortaleza, capital del estado de Ceará, la fiesta empezó temprano. Para incrementar el clima festivo, unos 17 mil mexicanos deambulaban por la ciudad hacía dos días. Y cuando terminó el juego, tenían muchas más razones para celebrar. Al fin y al cabo, Brasil era el favorito absoluto. Para los mexicanos, un empate sería –y fue– una victoria. Para Brasil, lo que importaba e importa es ganar, siempre y siempre. Somos muy competitivos.

Pocas horas antes de que empezara el partido, el mercado negro de boletos alcanzó su auge: había gente dispuesta a pagar poco más de dos mil dólares.

Hubo intentos de marchas y protestas en Fortaleza y Belo Horizonte, pero fueron controladas por la policía, sin mayores incidentes. Al menos hasta ahora, el clima está bastante más ameno que hace un año, cuando coincidieron con la Copa Confederaciones las mayores manifestaciones públicas, multitudinarias, que el país veía en décadas.

Para un brasileño, cualquier partido es importante

Ochoa. Guillermo Ochoa. Un nombre que, desde ayer, se cierne sobre las almas de todo un país. Cuatro defensas espectaculares frente a una selección brasileña que mostró un juego flojo, desarticulado, pifio. Pero que de no ser por esa pared con nombre y apellido hubiera ganado un juego importante. Porque para un brasileño, vale reiterar, cualquier partido es importante. Tanto vale si es contra un equipo frágil o poderoso: el brasileño no acepta un segundo lugar. O se es primero o nada sirve.

Lo de ayer sirvió de dolorosa alerta: si contra uno de los equipos que consideramos de primera jugamos tal y como lo hicimos contra México, estamos perdidos. Ya lo dije unas cuantas líneas arriba, pero repetirlo es inevitable: ésa es la frase impregnada en la cabeza de millones de brasileños.

México nunca ha sido un adversario peligroso para el pentacampeón. Bueno, casi nunca: hay antecedentes negativos, pero jamás en un Mundial. Hemos perdido dos partidos decisivos en los últimos años, como la final de los Juegos Olímpicos en Londres, en 2012, o en la Copa Confederaciones, en 1999. Pero jamás en un Mundial. En las tres ocasiones en que nos encontramos en el torneo máximo del futbol, fuimos implacables... o casi.

En 1950, en la apertura de la Copa del Maracaná, los aplastamos por 4-0. En el estreno del Mundial de Suiza, en 1954, el marcador aumentó: ganamos por 5-0. En 1962, otro estreno, otra victoria, aunque más apretada: 2-0.

Vaya día el de ayer… ¿Cómo logramos jugar tan mal, tan sin norte? ¿Cómo logramos responder con semejante apatía a la garra mexicana?

El lunes, la verdeamarela vuelve a la cancha para enfrentar a la alegre y desordenada selección de Camerún. Peor misión tendrán los mexicanos, que enfrentan ese mismo día a Croacia.

Ochoa. Guillermo Ochoa. Ése es el nombre de la pesadilla. ¿Con qué derecho jugó de manera tan formidable?

Por si todo eso fuera poco, hay que recordar que en los últimos años, México viene trabando otra disputa con Brasil, y no en las canchas. Y si en el futbol Brasil es desde luego el pleno favorito, en otro campo de batalla –la sacrosanta, vaga, misteriosa y muy poderosa entidad llamada mercado– los mexicanos vienen incomodando bastante. Son modelos económicos muy diferentes, como en el futbol son diferentes los estilos y estrategias, pero con el mismo objetivo: conquistar más y más inversiones globales en el primer caso, mantenerse en la cúspide del futbol en el segundo. México apuesta por seguir la línea determinada por el mercado abierto, es decir, por lo que Washington impone que los demás practiquen mientras él se cierra cada vez más, y Brasil, desde el gobierno de Lula da Silva, apuesta por otra estrategia. Ambos países enfrentan problemas económicos similares, y cada uno trata de situarse de la mejor manera posible.

Este año, año de Mundial, el escenario económico de los dos países parece conturbado. En el crecimiento del PIB en el primer trimestre hay un casi empate: 1.8 por ciento para México, 1.9 por ciento para Brasil. Los mexicanos exportan más que Brasil (380 mil millones de dólares el año pasado frente a 242 mil millones), pero dependen casi exclusivamente de un solo mercado: Estados Unidos. Sin embargo importan más que nosotros (principalmente de Estados Unidos), y el año pasado tuvieron déficit en su saldo comercial, mientras nosotros tuvimos superávit (es verdad que el peor en 13 años, pero al fin y al cabo superávit). El año pasado, la inflación mexicana (3.8 por ciento) fue bastante más baja que la brasileña (6.2 por ciento).

Pero ahorita mismo, la verdad es que nada de eso parece demasiado importante.

Por ahora, lo mejor es dejar esas observaciones descansando y volver a la misma pregunta: ¿quién diablos es Guillermo Ochoa? ¿De dónde surgió? ¿Por qué nos hizo lo que hizo?

Que los mexicanos se queden con las inversiones, con el crecimiento de la economía, con todo lo que quieran. Pero que saquen a Ochoa de la cancha. Porque hice proyecciones (y ojalá esté equivocado) y existe la posibilidad –lejana, pero viable – de que volvamos a tropezar con México. Ningún problema, siempre que Ochoa, Guillermo Ochoa, no esté.