Opinión
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Duras: la palabra y el silencio
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i este año celebramos en México el centenario de nacimiento de Paz, Huerta y Revueltas, en Francia se rinde homenaje a Marguerite Duras nacida en 1914.

Obra y persona de esta novelista fallecida desde hace casi 20 años provocan aún numerosos comentarios, algunos muy elogiosos, otros muy críticos. La batalla alrededor de un nombre permite poco a poco precisar y aclarar el posible sentido de lo que desea retenerse con ese nombre, hasta el día en que el tiempo termine su obra despiadada e imponga lo que se llama la Historia.

¿Quién era realmente Marguerite Duras? Hoy, estamos informados sobre un mito que se ha ido instalando y en el cual se hallan todas las contradicciones de una existencia vivida en el meollo de los dramas del siglo XX: comunismo, anticomunismo, feminismo, antifeminismo. Podría alargarse indefinidamente la serie de antagonismos frente a la literatura, la novela, el teatro como en lo vivido de este personaje turbado y turbador.

Es significativa la utilización voluntaria de Marguerite Duras de los famosos puntos suspensivos, como si la frase comenzada no lograse encontrar las palabras para decir lo que queda en el silencio. Duras no es el único escritor del siglo XX que haya recurrido a este procedimiento, el cual podría estudiarse como una característica de una época marcada por la duda, pasando por certidumbres proclamadas bajo la forma de manifiestos al desasosiego de la incertidumbre absoluta. El silencio, que es la última palabra del drama de Hamlet, the rest is silence, es en ocasiones la primera palabra de los dramas contemporáneos.

Cabe recordar actores como Michael Lonsdale o Delphine Seyrig, quienes, en sus representaciones teatrales, convirtieron en especialidad farfullar o incluso callarse. Largos silencios que exasperaban a Madeleine Renaud, gran comediante de formación clásica, quien aún consideraba al teatro un lugar para decir alguna cosa y no temía interpelar a Duras durante los ensayos de una de sus piezas para confesarle que no comprendía para nada lo que significaban esas poses, las cuales le parecían artificiales, ni a dónde pretendía dirigirse ese lenguaje o, más bien, esa ausencia de lenguaje. Sin embargo, son precisamente esos largos silencios los que desencadenan la admiración de esa forma muy particular de la literatura, donde el lenguaje ese somete a un tratamiento que pone en duda su propia posibilidad de existencia. Las palabras que pueden decir todo no dicen, quizás, nada. El silencio abre sus puertas a esta nada donde algunos ven el colmo de la profundidad y otros la exhibición del vacío, pues la ausencia de palabra da lugar a todas las interpretaciones posibles. La ilusión del éxtasis silencioso es un vértigo que roza la voluptuosidad. Se han visto espectadores sobrecogidos por trances lánguidos ante silencios infinitamente prolongados.

La escritura de Duras es, tal vez, una de las más enigmáticas antes y después de su fallecimiento en 1996. No sólo por sus admiradores, pasmados ante los puntos suspensivos donde se puede meter todo y nada. También por sus detractores en los pastiches irónicos de su literatura. Parece fácil remedar su escritura gracias al uso y al abuso de los tres puntos que hizo Marguerite D., en su escritura, pero también en su vida. ¿No dejó en suspenso la existencia de Donnadieu para apellidarse Duras, o incluso D.? ¿Cuántas diversas vidas no dejó sin terminar, abandonadas a su suerte, suspendidas al enigma de esos tres puntos?

Se trata de la aposiopesis (de la palabra griega que significa silencio brusco, del verbo callarse), figura de estilo consistente en suspender una frase callándose y dejando al lector el completarla, elipsis cercana a la reticencia y a la suspensión.

Lejos del esnobismo literario, su hijo, Outa, compiló las recetas de cocina de Duras en un volumen sin puntos suspensivos. Inútiles en el bortsh bastardo a la francesa, sin la crema. Marguerite supo reír, y hacer reír sin ser cruel.