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Aprender a morir

Envejecer sin cuentos

S

e han gastado y seguirán gastando ríos de tinta, toneladas de papel y miles de horas-hombre en explicaciones pías, rollos bien intencionados, reflexiones tonificantes y versiones amables en torno al hecho de envejecer, habida cuenta que la ciencia y la tecnología cometieron la gran estupidez –economía mata sentido común– de prolongar el tiempo natural de vida de las personas, aunque con pobre calidad relacional, emocional y productiva. Ni familiares ni estados ni iglesias –los otros ninis– saben qué hacer con los viejos, que en cantidad sin calidad aumentan cada día.

A lo anterior añádase el espíritu de la época: violencia y explotación, consumismo torpe, efebocracia o exaltación de la juventud en lo comercial e incluso en lo político y, consecuencia de esto, necrofobia o repugnancia por el deterioro físico y la muerte ordinaria, que la violenta se volvió noticiero o películas, sobre todo gringas. Cuando nacemos empezamos a envejecer, aunque pocos empiecen a madurar, es decir, a aceptar con serenidad, como dijo san Cuco Sánchez –otro santo laico mexicano–, que por esta vida nomás pasamos.

Ya podremos llegar a 80 o más años, sólo para recordar que hace por lo menos 30 estamos fuera de la jugada, desempleados, subempleados o jubilados en el mejor de los casos, o también cuidando nietos e importunando hijos, contribuyendo a base de medicamentos y tratamientos a este jugoso negocio –para algunos– de prolongar la vida humana... y que cada quien se las arregle para terminarla. Nada vale haber alargado la existencia humana cuando la sociedad no ofrece mayores opciones para ese cuarto de siglo extra, sino que legislaciones rezagadas –civiles y religiosas– pretendan satanizar la libre opción a morir, cuando se insiste en curar lo incurable, aunque organismo y mente hayan acabado de estar.

Cada envejecimiento es único, y establecer reglas universales para hacerlo es una impertinencia. Sin embargo, no faltan quienes ofrecen fórmulas exclusivas, como las religiones, para envejecer con sabiduría, dignidad y alegría, independientemente de los achaques y temores de cada caso, resumen de una actitud antes que de un comportamiento. Cuídese y prepárese para no molestar a los demás. Envejece bien quien ha vivido bien. Falso. He conocido fumadores desalmados que sobrevivieron a su esposa e hijos, o mujeres espléndidas a las que un antojadizo cáncer se llevó a los 50.